Tanto esfuerzo perdido, tanta retorica, la politiquería y el capitalismo agreden a nuestro planeta, en Copenhague presenciamos a muchos jefes de estados y ministro de muchos países con sus dobles discursos, Cuales fueron los resultados de la Cumbre, hay esperanza de salvar nuestro hogar, el planeta tierra. Ninguno, solo el lucro, el aprovechamiento de sus riquezas naturales. Ni los americanos, ni los chinos, los canadiense y la unión europea hablaron claros. Nadie quiere a nuestro planeta.
Si algo demostró la cumbre climática de la ONU en Copenhague es que los desacuerdos entre los países y los intereses económicos siguen prevaleciendo por sobre los problemas urgentes de nuestro planeta. Más allá de las firmas y los compromisos políticos, todos somos pasajeros de un mismo barco que -de acuerdo a muchos científicos- se hundirá irremediablemente si no hacemos algo urgente para corregir el rumbo.
Que harán cuando se acerque la debacle, montaran sus palacios y fabricas contaminantes en la Luna o Marte. Todos los representantes de los 192 países llegaron a la cumbre de Copenhague sabiendo perfectamente qué era lo que había que hacer contra el cambio climático. Se trataba de que los países industrializados aceptaran emitir menos gases de efecto invernadero y que los potencias emergentes contuvieran su ritmo de producción. Así se evitaría un aumento de la temperatura de dos grados con respecto a los niveles preindustriales (1,2° si se cuenta desde el 2009), que es el umbral que separa un calentamiento asumible, o casi asumible, de una catástrofe ambiental con daños irreversibles y con un impacto socioeconómico monumental. Todos conocían sus deberes, pero nadie los hizo. Con las propuestas conocidas, pues no hubo cambios en la capital danesa, la temperatura aumentará al menos tres grados. Los intereses económicos a corto plazo han prevalecido sobre la salud del planeta. Ahí estamos involucrados todos y nuestra tarea es seguir en la lucha de lograr que los países industrializados y en vías hacia la industrialización asuman un compromiso para salvar la tierra.
Podemos estar en presencia del acta de defunción del protocolo de Kyoto, que tiene cono objetivo: es lograr reducir un 5,2% las emisiones de gases de efecto invernadero globales sobre los niveles de 1990 para el periodo 2008-2012. Este es el único mecanismo internacional para empezar a hacer frente al cambio climático y minimizar sus impactos. Para ello contiene objetivos legalmente obligatorios para que los países industrializados reduzcan las emisiones de los 6 gases de efecto invernadero de origen humano como dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), además de tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
En las conclusiones finales se dice que la comunidad internacional debería evitar que las temperaturas aumenten los citados dos grados, pero no se pronuncia sobre cómo hacerlo y quiénes deben llevar el peso. La ONU ha calculado que sería necesario que los países desarrollados emitieran entre un 25% y un 40% menos que en 1990, pero las ofertas anunciadas, todas voluntarias, se limitan a un 17%. No se llega. Aunque se esperaban avances, la cumbre tampoco ha acordado un objetivo internacional a largo plazo, en el horizonte del 2050, ni ha propuesto un año en el que la producción de CO2 debería llegar al máximo (la ONU sostiene que debería ser entre el 2015 y el 2020). Un detalle técnico es muy descorazonador: en el documento final ha desaparecido incluso «la necesidad de alcanzar un tratado jurídicamente vinculante» en la próxima Conferencia, que se celebrará en México dentro de un año.
Desde el acuerdo internacional de Kioto en 1997 para combatir el calentamiento global, el cambio climático no solo empeoró, sino que fue aún más grave que los pronósticos más sombríos y vivimos las consecuencias: Sequías. Incendios. Deshielos. Inundaciones. Refugiados. Hambre.
Aquí en nuestra patria, tenemos que unir voluntades políticas y hacer un análisis de nuestro futuro y el de las próximas generaciones, realmente sentimos amor por el prójimo y la naturaleza, los entes gubernamentales están dispuestos a tomar medidas para proteger al planeta y la vida, Están dispuestos a parar la deforestación y la minería de extracción de oro y diamante que están destruyendo nuestros bosques y afluentes de aguas, además con los daños que causan en las represas hidroeléctricas por la sedimentación de los ríos, ejemplo, la represa de Gurí, donde la minería ilegal en el alto Caroní, ocasiona graves daños a las turbinas generadora de electricidad, hasta cuando, tanta complicidad de políticos, gobernantes y militares que forman parte y controlan la minería ilegal.
Recordemos la Carta del Jefe Seatlle de los Swasmish al Presidente de los Estados Unidos cuando dice: “Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra madre. Lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres blancos escupen a la tierra, se escupen a sí mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo está relacionado como la sangre que une una familia”. Y en los párrafos finales de esta hermosa carta en defensa de la naturaleza expresa: “Pero cuando el último hombre piel roja haya desaparecido de esta tierra y sus recuerdos sólo sean como la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas riberas y en estos bosques. Porque ellos amaban esta tierra como el recién nacido ama el latir del corazón de su madre.
Pero, ¿por qué he de lamentarme por el ocaso de mi pueblo? Los pueblos están formados por hombres, no por otra cosa. Y los hombres nacen y mueren como las olas del mar. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con él de amigo a amigo, no puede eludir ese destino común. Quizás seamos realmente hermanos. Una cosa sí sabemos, que quizás el hombre blanco descubra algún día que vuestro Dios y el nuestro son el mismo Gran Espíritu. Vosotros quizás pensáis que le poseéis, al igual que pretendéis poseer nuestro país, pero eso no podéis lograrlo. El es el Dios de todos los hombres, tanto de los pieles rojas como de los blancos. Esta tierra le es preciosa, y dañar la tierra significa despreciar a su Creador. Os digo que también los blancos desapareceréis, quizás antes que las demás razas. Continuad ensuciando vuestro lecho y una noche moriréis asfixiados por vuestros propios excrementos”.
El futuro de nuestros hijos y nietos es sombrío. Mientras los países ricos y pobres se enfrentan, la crisis ambiental no se detiene. La Tierra no nos espera. Los pronósticos de los especialistas más serios son amenazantes. Hay una fecha fatídica o mágica de la que hablan siempre: el año 2025. Casi todos afirman que si ahora no hacemos nada o no hacemos lo suficiente, la catástrofe ecológico-humanitaria será inevitable. El informe hecho por 2.700 científicos «State of the Future 2009» (O Globo de 14.07/09) dice enfáticamente que debido principalmente al calentamiento global, hacia 2025, cerca de tres mil millones de personas no tendrán acceso a agua potable. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente, que esos miles de millones, si no son socorridos, podrán morir de sed, deshidratación y otras enfermedades. El informe dice más: la mitad de la población mundial estará envuelta en convulsiones sociales a causa de la crisis socio-ecológica mundial. La pobreza y el cambio climático son ya los dos mayores desafíos de la Humanidad. Según datos de la ONU, la población mundial pasará de los 6.700 millones de personas actuales a los 9.100 millones en 2050, lo que acarreará una grave “escasez” de alimentos y una mayor competitividad por los recursos naturales. La inestabilidad climática y el calentamiento global se han convertido en una “seria amenaza” para la producción mundial de alimentos, sometida a fenómenos como inundaciones y sequías. No puede haber seguridad alimentaria sin seguridad climática.
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