En toda relación de Gobierno manipular en forma vejatoria, con el dinero del Estado, a grandes masas de desasistidos de todo derecho, haciéndoles sentir la dádiva como la máxima aspiración del individuo, implica una lógica despreciativa de la condición humana. Esto conlleva a considerar al gobernado como un desecho social con una carga de necesidades biológicas insatisfechas (algo así como un animal), y a los gobernantes como una casta de privilegiados ilustrados.
Hacer de los trabajadores que barren las calles, que recogen desperdicios, actores del drama humillante de la disputa a los perros y zamuros del consumo de desperdicios o de basura (la carroña) es dibujar la imagen de la indolencia que por la miseria humana sienten los gobernantes o alcaldes de turno.
Los señores, nuevos o antiguos, erigidos como propietarios de lo público, sólo se interesan, en el Estado Carabobo, como cualquier pequeño dictador tercer mundista, en guardar la apariencia que puedan presentar las construcciones más visibles de la ciudad o del municipio; manifestando su total despreocupación por los grupos humanos que hacen posible generar esa apariencia, con la cual estos gobernantes justifican su derecho al poder.
Nuestros trabajadores de Utilidad Comunitaria (TUCOS) carecen de todo tipo de reivindicaciones sociales. Cuando los observamos en su labor podemos apreciar en ello su contraste famélica, frente a los espacios de la ciudad que limpian. Si nos detenemos un poco, podemos observar su incapacidad de movilidad, su deambular sin pausa ni prisa.
Los TUCOS carecen, entre otras cosas de:
Un seguro de cualquier índole, un horario de trabajo (permanencia), alguna condición de trabajo, de ambiente para realizar sus actividades y algunas prestaciones.
Por lo tanto no tienen derecho a enfermarse o a proteger su grupo familiar. Es decir, nuestros conserjes de la ciudad bien pueden confundirse física y socialmente con cualquier paria recolector de latas.
La humillación de la condición humana, transformada en “zombies”, se convierte en grosería, no sólo hacia los TUCOS sino también hacia otras personas, al ser ellas vistas por los gobernantes como ciudadanos de 1era. segunda o de tercera categoría. Los TUCOS al no alcanzar categoría alguna de persona, estos serían vistos por los gobernantes, como una especie de "intocables" con derecho al voto.
La grosería se manifiesta en su máxima expresión, y se hace vulgaridad, cuando estos trabajadores son convertidos en brazo político‑asalariado del gobernante de turno, y cada TUCO, con su grupo familiar, adquiere la relevancia de activista de la campaña electoral; pasando así los trabajadores de Utilidad Comunitaria a ser actores con doble función para el sostén del gobierno descentralizado: mantener la apariencia de la urbe y ser sujeto de la manipulación del Voto.
Basar la gobernabilidad de un Estado o región en la manipulación de la miseria, bien sea a través de los TUCOS o de la llamada beca alimentaria, es desconocer que la evolución de la condición humana lleva al hombre a exigir satisfacciones de necesidades culturales y socio‑económicas, que la misma sociedad le va creando; y cuyas insatisfacciones transformarían la pasividad de un pueblo humillado, en violencia del resentimiento cotidiano, que al darse en forma organizada hace impredecible las consecuencias para toda la sociedad.