Con la premisa de que el mejor gobierno que pudiera tener Venezuela, es aquel que logre terminar con la hiperinflación, por los efectos destructores de la economía que tiene ese fenómeno, continuamos con la tercera entrega de estos "Apuntes urgentes sobre la hiperinflación, salarios y otros asuntos". De la consideración anterior, se desprende que el tema de los salarios no puede tratarse sin resolver el problema de la hiperinflación.
En la primera entrega, caractericé muy brevemente las tres principales explicaciones de la inflación (y la hiperinflación) que se han dado en la ciencia económica, a saber: la monetarista, la keynesiana y la estructural. Por supuesto, hemos simplificado y resumido al máximo, por lo que pudiera parecer a los entendidos, que mi exposición tiene muchos vacíos. Lo asumo. Pero lo principal de los desacuerdos entre estas interpretaciones, es el rol que juega la circulación y la masa monetaria. Los monetaristas le atribuyen a la masa monetaria una relación directa, de variable independiente a otra dependiente, con la subida de los precios. Los keynesianos, por el contrario, condicionan ese efecto inflacionario de la masa monetaria (emitida por el Estado) a la disposición de factores de producción ociosos, por lo que, aumentarla, vía inversión pública o aumento de salarios del Estado, puede tener efectos beneficiosos, pues se podría reactivar la economía, tanto desde el punto de vista del capital como del trabajo. Otro aspecto que considera el enfoque keynesiano es la existencia de factores especulativos. En el marco del debate sobre el aumento de los salarios, Jesús Farías maneja argumentos monetaristas, y Pascualina Curcio, Tony Boza, entre otros, se acercan al enfoque keynesiano.
El enfoque estructural, con el cual simpatizamos, explica la inflación y la hiperinflación, por la dependencia del exterior de la economía nacional para satisfacer las demandas del mercado interno (bienes de consumo, tecnología, insumos productivos, capital fijo). Esta insuficiencia de las ofertas productivas de la economía nacional se debe, también a la dependencia. Se produce así una pugna entre las clases por la distribución de las rentas nacionales, que repercuten en desequilibrios fiscales, devaluaciones, tasas de interés y aumento de los precios.
En el caso venezolano, el factor estructural central es la dependencia, la cual en Venezuela tiene un aspecto específico: el papel central de la industria del petróleo. En este punto esencial, estamos de acuerdo con el análisis de múltiples científicos sociales de hace décadas (Malavé Mata, Maza Zavala, D. A. Rangel, etc.) y, más recientemente, Luís Enrique Gavazut, expuesto en varios trabajos, entre ellos el último titulado "En respuesta a Jesús Farías y la controversia sobre la indexación salarial". Cabe aclarar que, así como coincidimos en ese punto con Gavazut, diverjo en otros. Por ejemplo, no creemos ni posible ni deseable el "modelo iraní" para Venezuela, aunque concordamos en el papel central que debe jugar una política científica y tecnológica eficaz. Tampoco aceptamos la "Lay Antibloqueo" tal y como se aprobó y se está aplicando; aunque admitimos que se requiere inversión. Pero debo resaltar ahora los aciertos del análisis de la inflación del autor mencionado, por su carácter estructural.
Gavazut señala que la inflación en Venezuela es de costos, afirmación plausible puesto que estos incluyen los insumos para la producción. Acierta Gavazut cuando critica la creencia keynesiana de que un aumento de la liquidez (vía aumento de sueldos de funcionarios del Estado o inversión pública) puede contribuir a reactivar "factores ociosos" de la economía. El asunto es que en Venezuela, por la deformación rentista y, peor en un ambiente hiperinflacionario, un aumento de la masa monetaria se refleja enseguida en el aumento de la cotización del dólar, que se convierte en el refugio de los portadores de dinero y un traslado del costo de mayores sueldos a los precios, todo lo cual contribuye a la espiral inflacionaria. Refuta así, los supuestos keynesianos de la posición indexadora. El aumento de la demanda interna no hace que los empresarios inviertan en reactivar los factores ociosos, porque lo que a ellos los impulsa es la divisa barata propia del rentismo. La renta petrolera es el determinante tanto de la producción como del consumo y la demanda agregada en Venezuela. Esta afirmación es coherente con la constatación que también hace Gavazut: la gran distorsión fue el frenazo en la asignación de divisas en 2013, al eliminarse CADIVI por el CENCOEX, lo cual ocasionó una desaceleración en la variación de existencias (inventarios de materia prima e insumos importados) del aparato productivo nacional, así como una desaceleración en la formación del capital fijo (bienes de capital importados).
Gavazut parece coincidir a su vez con algunos argumentos de Farías: que el poder adquisitivo de los venezolanos se debe al gran derrumbe de los ingresos petroleros de la República (notable a partir de 2013), así como a los efectos "devastadores" de las sanciones financieras de los Estados Unidos. Pero, por otra parte, argumenta que tanto la indexación salarial, como la postura de Farías son monetaristas, pues concentran su atención en un problema monetario, olvidándose de determinantes estructurales. "Hemos dependido del petróleo durante por más de un siglo y pensamos que con un simple decreto de política monetaria vamos a ser de la noche a la mañana un país abastecedor de bienes y servicios por nuestros propios medios", escribe Gavazut. No es que la indexación siempre ocasiona inflación. Ello no ocurriría si y sólo si se le asocia al crecimiento real del PIB (sumatoria de toda la producción, retribuciones y bienes del país). El autor comentado recuerda el caso de la indexación de los sueldos al crecimiento del PIB en Francia. Habría que recordar también el caso de Hungría -1945- que intentó una política de indexación que fue contraproducente ante la hiperinflación, como lo describimos en la segunda entrega de estos "Apuntes…".
Para aumentar la productividad nacional, hace falta inversiones. En Venezuela, siempre las ha hecho el Estado, gracias a sus ingresos petroleros, de manera directa o de manera indirecta, vendiéndoles divisas baratas a los empresarios. Habría que presionar a los empresarios a traer divisas para invertir aquí, pero ¿cómo? Porque el comportamiento tradicional de nuestra burguesía es la del exportador de capital: apenas dispone de divisas, las fuga del país, o las emplea para especular. Las posturas de R. Haussman y otros, que Gavazut caracteriza como de "derecha", resuelven este problema por la vía del endeudamiento externo, siguiendo el ejemplo argentino, un verdadero "cangrejo" histórico de endeudamiento sobre endeudamiento. Gavazut no menciona para nada la actitud del actual gobierno (y el anterior, el de Chávez) hacia el pago de la deuda.
La deuda venezolana era en 2006, en plena bonanza petrolera, de 27 mil millones de dólares, apenas el 20% del PIB, o sea, era manejable. Desde 2010, la república pagaba regularmente más de 10 mil millones de dólares anuales. En 2012, la deuda externa, sin contar la deuda comercial, alcanzó 113 mil millones de dólares. O sea, se multiplicó por 4 en 6 años. Entre 2010 y 2012, fueron pagados 38 mil millones de dólares cada año. En 2013, con las reservas líquidas al mínimo, restricción significativa de importaciones y endurecimiento del control de cambio, la escasez de divisas se agudiza y dispara el mercado de las páginas web. Ya en el 2015, el país destinaba la mitad de sus ingresos por exportaciones al pago de la deuda. Los tenedores de bonos de PDVSA y los bancos chinos, fueron los acreedores beneficiados. En vez de pedir una reestructuración total de la deuda, el presidente optó por ufanarse de que el país cumplía con sus compromisos y reclamaba una mejor calificación de la deuda. Al final, se logró un refinanciamiento con los rusos y los chinos en una economía en depresión e hiperinflación. Los nuevos tratos eran con plazos más cortos y condiciones más duras. En 2016, en una reunión de 25 minutos, el gobierno canjeó su deuda con acreedores por 2800 millones de dólares, que se vencían el año siguiente, por otros bonos, que se vencían en 2020, poniendo de garantía nada menos que COYGO, un importante activo, con el detalle de que se halla en los Estados Unidos. De modo que la deuda externa se ha convertido en otro factor estructural de la hiperinflación en Venezuela. El llamado "proceso bolivariano" no hizo nada para salir de ese hoyo. Al contrario, lo profundizó. Hay que recordar la función multiplicadora de la hiperinflación, que cumplió la aplastante deuda externa en los casos históricos que hemos referido en las tres partes del ensayo, tanto los europeos, como los latinoamericanos y los africanos.
La inflación histórica de Venezuela se debe a factores estructurales y, en ella, el rentismo petrolero. Gavazut recomienda producir productos semielaborados que sirvan de insumos industriales. Pone de ejemplo a Irán, país también bloqueado, pero que se aplicó a desarrollar ciencia y tecnología. Entiendo que esto, el énfasis en una política efectiva de ciencia y tecnología, es incomprensible para los altos funcionarios del gobierno venezolano, así como lo fue para los ministros de Chávez (y quizás él mismo). En Venezuela, hay un anti-intelectualismo y anti-academicismo promovido por sectores que se llaman "revolucionarios", que no les duele la fuga de cerebros y talento que ha habido. Quedaría, desde la óptica de Gavazut, plegarse a la "Ley Antibloqueo" para conseguir capitales "frescos" o, tal vez, las Zonas Económicas Especiales. Pero, habría que preguntarse ¿esto no profundiza aún más el rentismo, la dependencia y el subdesarrollo?
El chavecismo, como gobierno, no tocó la estructura económica. Allí fracasó. Hace tiempo precisé los grados con que se evalúan los "grados de revolución": aquí hubo un quítate tú para ponerme tú (cambio de figuras en posiciones de poder), un cambio constitucional (que funcionó hasta 2016) y se reventó el mecanismo tradicional de distribución de la renta entre clases y fracciones de clases, a través de sus representantes en gremios y partidos, para imponer un hiperliderazgo personal que no hizo nada frente a la apropiación delictiva de la renta. Las estatizaciones, sin plan ni gerencia eficiente, resultaron otro fracaso. Una vez destruida nuestra economía, ahora el gobierno nos conduce a un camino de liquidación de activos, estímulos casi desesperados (además, en negociaciones en secreto) de la inversión extranjera, privatización generalizada, en medio de una dolarización de facto.
Habría que retomar las enseñanzas internacionales. Repasar las condiciones económicas y políticas para detener la hiperinflación: un nuevo gobierno, la recuperación de la confianza de la población y los factores económicos, inversión extranjera y de nacionales, refinanciamiento y endeudamiento inevitables, política de desarrollo científico y tecnológico, diversificación de la economía. Casi nada. Pero es que Venezuela va rumbo a reducirse a casi nada.