Con la decisión tomada por el Presidente Nicolás Maduro de denunciar la Carta fundacional de la organización de Estados Americanos (OEA), , fundamentándose en el artículo 1 de la CRBV que consagra que "La República de Venezuela es irrevocablemente libre e independiente y fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional en la doctrina de Simón Bolívar, el Libertador…" y haciendo uso de sus atribuciones constitucionales conferidas en el artículo 236 de la Ley Fundamental, entre otras: "4. Dirigir las relaciones exteriores de la República …", nuestro país da el paso transcendental de salirse de dicha organización.
Para tal efecto, el Presidente y Jefe de Estado, instruyó a la cancillera Delcy Rodríguez Gómez, para que anunciara la decisión ante el país y el mundo y al representante permanente de Venezuela, embajador Samuel Moncada, para que consignara ante la Secretaría General de la OEA, la carta que, firmada con su puño y letra y fechada el jueves 27 de abril, oficializa tan histórica decisión, que, si bien, terminará por concretarse al cabo de 24 meses, debido a los convenios internacionales contraídos por la nación venezolana, ya a partir de este momento, se inicia, de manera firme e irreversible.
Antecedentes
Los antecedentes inmediatos que determinaron la decisión presidencial hay que buscarlos en la actuación orquestada entre el Secretario General de esa institución, Luis Almagro y los representantes de gobiernos derechistas, monitoreados todos, por el gobierno de los Estados Unidos, con la que han pretendido aislar y atropellar a nuestro país, poner en la vindicta pública internacional al gobierno nacional, señalándolo como dictatorial, violador sistemático de los derechos humanos, ineficiente para atender las necesidades de la población, etc.; todo ello, en función de aplicar la llamada Carta Democrática Interamericana, a manera de preámbulo para acordar una supuesta ayuda humanitaria, que, a todas luces, llevaría implícita la directa intervención extranjera.
Es decir, imponerle un tutelaje a Venezuela, en forma de castigo, por la sencilla razón de que los gobiernos bolivarianos, han sabido mantener, primero Chávez y ahora Maduro, como buenos discípulos de Bolívar, una digna y honrosa defensa de la soberanía e interés nacional, que, por lo demás, han sabido irradiar por toda la región latinoamericana y caribeña.
Renacer independentista
En su decadencia mundial, el poderío imperialista estadounidense observa como la hegemonía que venía manteniendo, durante largas décadas, sobre la región latinoamericana y caribeña se ha ido resquebrajando; y ha sido Venezuela, la punta de lanza del evidente renacer independentista, a partir de la insurgencia de la Revolución Bolivariana, precisamente, inspirada y orientada por la visión estratégica legada por Bolívar a los venezolanos patriotas, que Chávez, en buena hora, supo rescatar y contextualizar y que se ha extendido, sembrado y aflorado en los pueblos nuestro americanos, ávidos de redención, justicia y libertad.
Este episodio contemporáneo de rebeldía de Venezuela a no someterse a la pretensión imperialista de tutelaje, a través de la OEA, debemos tenerlo claro, es expresión de la primigenia confrontación político-ideológica ocurrida entre los Libertadores de la primera independencia, con Bolívar al frente como conductor señero, y la potencia imperialista naciente que en su afán expansionista y hegemonicista, lamentablemente, siempre encontró apoyo, rastrero y lastimero de las oligarquías apátridas en cada unos de nuestros países. Ahí, no más, está México, con cerca de la mitad de su territorio cercenado, como muestra temprana y elocuente de la rapacidad de sus vecinos del norte y de la complicidad de una élite apátrida local con vocación de Judas.
En nuestro caso venezolano, la pretensión imperialista de doblegarnos, tiene un fuerte acicate en la existencia de una oposición que, grotescamente, en su afán por retornar al poder político del país ha optado por entregarse, sin el más mínimo pudor, a los dictados del gobierno estadounidense. Y, en ese sentido, juega como comparsa con Almagro y sus secuaces de la derecha internacional intentando aislar y desprestigiar al país, promoviendo la intervención extranjera; y, en el orden interno, hace acopio de una táctica aviesa en la que combina acciones de apariencia legal con actividades de neto corte terrorista, intentando generalizar el caos, desgastar al gobierno con la guerra económica y crear una expandida situación de ingobernabilidad, que haga propicia cualquier salida anticonstitucional a la aguda crisis política presente en el país.
Ineludible
Este episodio de la OEA, por supuesto, que complejiza más la situación política del país, que la derecha local e internacional intentará explotar como demostración de la condición dictatorial que le endilga al gobierno de Nicolás Maduro. Pero, a nuestro entender se hacía ineludible porque ya era insostenible nuestra presencia en una organización cuya trayectoria ha sido la de cohonestar, en sus 69 años de existencia, las políticas injerencistas, intervencionistas, expoliadoras del imperialismo estadounidense en el Continente, sin que ni siquiera una sola vez haya intentado, por lo menos, objetar la avasallante conducta imperialista, lo cual se patentiza, en demasía, con la posición adoptada con el capítulo venezolano.
Con esta decisión, que tiene, sin dudas, un carácter histórico que presagia el derrumbe, relativamente, a corto plazo, de la OEA, pues ha de desencadenar el haz de contradicciones existentes en su seno, Nicolás Maduro reivindica a Bolívar, quien allá arriba, en el más alto firmamento, ha de estar celebrándola, junto a Chávez, su dilecto discípulo, quien guiado también por el pensamiento bolivariano en su productiva faena terrenal, trazó los surcos que servirán de base sustentadora a la nueva integración latinoamericana y caribeña: CELAC, ALBA y PETROCARIBE.