Si algo no ha comprendido la oposición es que las posiciones negativas a ultranza, enfermizas, radicales, no conducen a ninguna parte y más bien abonan el terreno para que se radicalice también el bando contrario. Son muy pocas las voces críticas en el sector de la derecha venezolana, que sean capaces de admitir alguna cosa buena por parte de la administración chavista, o de cuestionar los tumbos y tropezones que sistemáticamente se da el sector que adversa al Gobierno.
Chávez se anotó esta semana un éxito de incuestionable alcance. Su extensa gira lo llevó a países pocas veces frecuentados por mandatarios latinoamericanos y abrió espacios para la necesaria conformación de ese mundo multipolar, al que tanto se oponen los que hasta ahora han querido controlarlo. Ver la bandera venezolana ondear en Turkmenistán, por ejemplo, tiene el mérito de romper barreras culturales, políticas o geográficas; ver a una muchedumbre de sirios vitorearlo, habla de una trascendencia que va más allá de lo local; abrir espacios para negocios con Bielorrusia, permite vislumbrar mercados que rompan los monopolios establecidos aquí; o escucharle decir que "al imperio le queda grande el mundo", ante una multitud que abarrotó el auditorio de una universidad rusa, no es la nimiedad que los enceguecidos medios nuestros han querido mostrar.
Chávez es indudablemente el venezolano más universal de los últimos tiempos, muy distante de cualquiera que se le aproxime. La semana pasada las redes sociales de Internet pretendieron organizar una marcha internacional por un "no más Chávez", y lo único que dejaron en evidencia con ello fue la importancia que su liderazgo tiene, no sólo en Latinoamérica, sino en ese Tercer Mundo separado por océanos de nosotros, pero identificado en necesidades y en siglos de opresión.
La empecinada oposición venezolana no ve eso. Es incapaz de comprender cómo, pese a la permanente campaña que acusa al Gobierno de represor, de pretender acabar la disidencia o de impulsar leyes que "la mayoría" rechaza, la popularidad de Chávez permanece incólume y hasta se permite crecer. Si a alguno de ellos se le ocurriera que, en lugar de continuar negando enfermizamente todo tipo de logros, se permitiera admitirlos, reconocerlos y seguir disintiendo sobre las fallas de la administración, tal vez otro escenario tendríamos por delante. Pero la fuerza del odio es mayor que la capacidad de discernimiento. La inteligencia se les pone bruta con una reiteración rayana en la estulticia. ¿Se habrán sentado a pensar que si la estrategia no funciona tienen que cambiarla? Mientras tanto, el hombre sigue ahí campante y hasta se da el lujo de pasearse por la alfombra roja del Festival de Venecia como toda una estrella, firmando autógrafos y recibiendo la aclamación de pie de una multitud que ya no sigue creyendo en libretos preconcebidos. No sólo Oliver Stone y Michael Moore lo consideran un fenómeno indiscutible, todo un héroe para el primero de ellos, sino que el ciudadano común, más allá de nuestras fronteras, también ha aprendido a leer entrelíneas y a comprender que las verdades mediáticas son generalmente monumentales mentiras.
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