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Al más encarnizado enemigo de Chávez no se le hubiera ocurrido algo tan siniestro para golpear al gobierno como ocurre con el caso de los contenedores de Pdval repletos de alimentos descompuestos, hallados en diversas localidades del país. Y, de paso, adelanto una observación que juzgo pertinente: hay que estar conscientes de que en un proceso de cambio como el venezolano se comenten errores. Intentar pasar de un sistema a otro, del capitalismo al socialismo, en un país con tantas lacras heredadas, con arraigados hábitos de derroche y abierta permisividad para violar el ordenamiento legal; con dirigentes del sector privado ineficientes, sin sentido nacional, constituye una tarea ciclópea. Son muchos los vicios que están en la base del comportamiento individual y colectivo de los venezolanos. Algo de lo que hay que estar conscientes, y de los flancos vulnerables del proceso que facilitan el ejercicio de una crítica hipócrita y despiadada. ¿Por qué hipócrita? Porque quienes la practican generalmente carecen de calificación moral para hacerla. Son, en gran medida, autores y cómplices de los que postraron el país cuando ejercieron el poder.
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Con la anterior consideración no pretendo restarle importancia a la vergonzosa pérdida de miles de toneladas de alimentos. Los cambios sociales, políticos y económicos que se dan no excusan lo ocurrido. Al contrario: le confieren mayor gravedad. Porque más allá de las apreciaciones de carácter general sobre lo ocurrido, de la posición que adopte cada quien, la conclusión es que algo marcha mal en áreas sensibles de la administración pública. Lo que priva a los venezolanos de un apreciable volumen de alimentos importados a través de una inversión groseramente dilapidada y el bochorno por no detectar lo que sucedía, es producto tanto de la indolencia e ineficacia que existe en niveles del gobierno como de la corrupción. Hay incapacidad, desidia, falta de gerencia, y también está presente el delito impune -atornillado en las instituciones-, la corrupción: tráfico de influencias, comisiones, sobreprecios y, en este caso, la desesperación por importar sin debido control. Se trata de una prueba irrebatible del riesgo que corre el proceso revolucionario, y de la necesidad de estar alertas no sólo ante el enemigo que trabaja por fuera, sino de aquellos factores que al interior del proceso lo socavan. De la contundencia con que actúe el gobierno, en ejecución de la voluntad de Chávez de promover con todos los recursos del Estado una respuesta ejemplarizante a este emblemático caso, depende que no se repitan situaciones de tal naturaleza y no se defraude la credibilidad del pueblo.
Los empresarios y la guerra
Voceros del empresariado dicen que no quieren guerra. Muy bien. Porque la verdad es que en Venezuela nadie la quiere. Lo que ocurre es que hay diversas maneras de hacerla, con o sin armas.
A veces sin armas convencionales se consigue atacar con efectos más letales. Ejemplo: especulando con los precios; acaparando productos; bajando la producción; manipulando el dólar; no invirtiendo y sacando dinero del país.
También involucrándose en política, a lo cual todos tienen derecho, pero conscientes del retruque. Porque el que incursiona en ese campo debe estar claro acerca de las consecuencias que corre. Más aún cuando hay quienes se pasan de vivos y le calientan la oreja a los militares.