Aquí estamos nosotros, los muertos de siempre, esta vez para vivir

 Quien así habla es el pueblo de América Latina. Ahora, en particular, el pueblo de Pancho Villa. Recientemente se nos murió Luis Tascón, se nos murieron el general Müller Rojas, William Lara y Guillermo García Ponce, y uno tiene que entender que han muerto de frente a la historia. Cumplieron un buen trecho de la lucha. Y así van las batallas, unos cayendo y otros avanzando.

¿Y cuánto pueblo no ha muerto en los últimos cincuenta años?

Por allá en México, digo, el pueblo trata de levantar la lucha: guerrilleros indígenas, humillados y desposeídos que enarbolan los estandartes de Pancho Villa, Emiliano Zapata, Hidalgo, Morelos, héroes de la resistencia contra el imperialismo yanqui.

         ¿Qué ha pasado con esa revolución mejicana mil veces traicionada, por ejemplo, que lleva casi un siglo haciendo una Reforma Agraria que no hizo justicia a los pobres?

En casi un siglo de revolución pudo haberse repartido tierra a todos los pobres, pero los fueron matando poco a poco, para callarlos.

Y todavía la Reforma Agraria en México sigue en pañales, con una enorme población en completa miseria.

Y lo único que en el PRI se recuerda de Zapata, es el nombre que el presidente Salinas de Gortari puso a uno de sus hijos.

Quedan los emblemas muertos, las banderías mudas, sin eco suficientemente en la masa que gime resignada en los campos.

El Grito de Dolores cada 15 de setiembre, que no son gritos ni dolores.

         ¿En qué terminaron las luchas de Pancho Villa y Emiliano Zapata?

         La elite intelectual mejicana todavía cataloga a Pancho Villa de vil salteador de caminos, un vulgar bandido.

         A la clase media mejicana le molesta la imagen de Pancho Villa.

         Recomiendo como algo esencial leerse la obra de Martín Luis Guzmán "MEMORIAS DE PANCHO VILLA"(*). Martín Guzmán conoció personalmente a Pancho Villa ("y con cierta intimidad").

Me asombra que pocos mejicanos recuerden a Martín Luis Guzmán, y se conozca más a miserable de Carlos Fuentes.

La moda es leer y escuchar a Carlos Fuentes.

La obra de Fuentes tiene una difusión oficial tremenda en la televisión norteamericana. En panfletos como "Are you Listening Henry Kissinger?", Fuentes aparecía como un dios griego condenando a los endemoniados gringos, y a mí me daba la impresión de que ese panfleto contra Kissinger lo ordenó imprimir y difundir el Departamento de Estado, pues lo presentaban en excelentes revistas como una "open letter from a distinguished Mexican writer to the Commission on Central America".

         Guzmán tuvo en sus manos el archivo de Villa y con aquel impresionante material estructuró una obra sólo comparable, en la memoria de México, a la "Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España", de Bernal Díaz del Castillo. Comparable por la llaneza del lenguaje, sin artificios ni adornos de ningún tipo; castellano rudo, franco, campechano de una gente poseída de una inocencia terrible y hermosa a la vez.

         La pureza de las intenciones de Villa están retratadas en sus toscas frases, en sus decisiones atrevidas y sorprendentes, que una vez tomadas, convertíanse en incontenibles fuerzas naturales.

         Las extraordinarias descripciones de los paisajes y de la gente de la época, la locuaz tosquedad de las acciones militares donde se hablaba de la muerte como de un accidente de poca monta; el sonido de las bandas tronando sobre el polvo del desierto, que llevaban y traían los compases de los cantos revolucionarios; la conmoción, el himno solemne de la lucha de los desposeídos sobre los hombros de un campesino como Villa, catalogado de forajido y cuatrero; un cuadro verdaderamente fraterna, de juventud y desapego con las viles miserias de las politiquerías.

¿Qué ha perdido Latinoamérica desde que sus políticos se maquillan en Washington?

¿Desde que sus dirigentes tienen residencias de veraneo en Miami y sus queridas suspiran por algunas vacaciones en un Spa famoso?

Ha perdido su autenticidad de raza mestiza. Ahora en México, la gente honrada declara que el pobre se siente extraño en su propia tierra; igual que como lo estuvimos nosotros, y dice que no sabe dónde comienza la miseria y la locura del país.

         Los mejicanos apelan a Zapata y a Villa, así como nosotros a Bolívar o Zamora. Y otra vez, parece increíble, que sean los indios los que pongan su sangre para procurar resucitar al verdadero México. Y he vuelto abrir el libro de Martín Guzmán y decirle al mundo que si Villa robó no fue para lucrarse como un vil negociante, sino para probar que se podía desafiar a los poderosos y a los malditos gringos y derrotarles; para quitarle un poco al pinche gapuchín que se lo había cogido todo.

Cuando tuvo suficiente, no se retiró de la lucha porque su fin no era ser rico. Si tuvo que matar lo hizo por el derecho a la vida que reclamaban los campesinos. Villa y Zapata, dos campesinos semianalfabetos hicieron más por México que toda esa horda impresionante de aburridos doctores del PRI.

         Cuando Villa tuvo un inmenso poder militar asumió la extraña magnanimidad, de querer ayudar a sus enemigos, para no sentirse avaro y demasiado halagado por la Fortuna. Es verdad, sufría arrebatos de cólera, pero era capaz de dominarse y oír las más duras críticas, y aceptar consejos de sus adversarios, si en ello encontraba algún beneficio para su pueblo. Pancho Villa no tomaba aguardiente, vicio que envenenó a muchos generales de la revolución mejicana, y no tenía, por supuesto, el vino pendenciero que acabó con Victoriano Huerta.

         Sobre los malos curas, que eran muchos, sostuvo Villa que eran peores que todos los bandidos de la Tierra, pues "los bandidos no engañan con los actos de su conducta, ni fingen que lo son, mientras que los malos sacerdotes sí, y engañando de ese modo labran grandes desgracias para el pueblo".

         Su mayor preocupación fue intentar acabar con la pobreza. Tal vez estuvo equivocado en su método, pero era necesario que se hiciera ver al mundo cómo actuaban los gobernantes, esos que heredaban los cargos y las prebendas como si fuesen bienes exclusivos de su condición.

Pancho Villa sostuvo que estaba muy bien que el pobre robara para comer; que incluso llegara a matar si con ello vengaba los agravios recibidos o si con ello se libraba de una muerte segura.

Porque en la pobreza impuesta por la avaricia y el monopolio de los ricos se encuentran todas las injusticias y la razón de la atroz delincuencia y gran cantidad de crímenes que asolan los pueblos.

         En cierta ocasión, Villa que fue un bandido desde adolescente, amenazó con fusilar a los campesinos que no mandaran a sus hijos a la escuela.

         Su lenguaje franco, ameno, directo, me hace pensar en Juan Félix Sánchez, nuestro paramero de los andes.

Son palabras cortas, llenas de un saber y de una claridad de cuchillo: "sin más y con una altanería que no cabe en un hombre", decía cuando alguien abusaba de su paciencia.

         Fue tal la llaneza de su corazón y el desapego con que vio a la política de partidos, que habiendo tenido enormes diferencias con el presidente Venustiano Carranza, y habiendo propuesto éste que si Villa dejaba el poder él haría lo mismo, que el noble revolucionario se le adelantó por cien palmos y exigió a la Convención de Aguascalientes que lo destituyera de su cargo y se hiciera lo mismo con Carranza, y que después se le fusilara a los dos.

         Poco antes de ser asesinado, Villa dijo: "Soy un hombre que vino al mundo para atacar, aunque no siempre mis ataques me deparen la victoria; y si por atacar me derrotan, atacando mañana ganaré".

Y el pueblo de México, que tantas veces ha sido derrotado, rescata este pensamiento de Villa y se lanza al ataque, porque de seguro, mañana ganará.


(*) Compañía General de Ediciones S. A. México. Segunda edición, 1951.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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