A medio camino de la avenida Las Américas, en una estación de servicio, entré en una panadería. Vi a viejos colegas de la ULA, jubilados y con el consabido perrito de lujo, hablando de alta política con los modales doctorales del que conoce muchos mundos. Los saludé cordialmente a todos, conocidos y no conocidos, deseándoles feliz navidad y pasé al mostrador para echarme un “negrito”.
Entonces, un viejo profesor, canijo y alto como un poste, se puso a hablar en voz alta para que yo escuchara sus clamorosas predicciones. Su perrito, aburrido, le hociqueaba la pierna porque ya quería irse.
El viejo tosía y hablaba cosas como estas:
- Por favor, les ruego que dejen de llamarlo loco que ese no es ningún loco: es un fascista, es un militar ignorante, es un tirano sin valor humano ninguno que sabe que su mandato está llegando a su fin, y que está desesperado y dando manotazos de bestia herida. Pero loco no es. Lo que se avecina es tremendo. No saldremos de la Universidad, la Universidad nos pertenece y nuestra lucha será hasta que se vaya. Pasaremos 24 y año nuevo en la casa que vence todas las sombras.
El viejo alzaba los brazos, se sujetaba los lentes, sacudía la gorra, golpeaba el mostrador y de vez en cuando se detenía en los titulares de un periódico que estaba en el mostrador.
A decir verdad, yo me estaba divirtiendo de lo lindo, aunque estoy seguro que él suponía que me hería y que me humillaba. Yo me decía: “qué entretenidos a fin de cuenta son estos escuálidos. Qué sería esta Venezuela sin estos seres tan despistados… Yo todavía no entiendo cómo es que nuestros camaradas no se han dado cuenta de lo gracioso y necesario que son estos tipos en este tiempo. Aunque las viejas son más graciosas…”
Me fui dando cuenta que el viejo tenía blanco los labios, estaba lívido y la respiración le silbaba como un pito. Giró y me señaló: “Ustedes se creen que tienen a Dios cogido por la chiva, pero váyanse preparando porque la cuestión se resolverá en cosas de unos días.” Entonces el perrito comenzó a ladrarme y el viejo gritó: “coño, ni los perros quieren a los chavistas”, fue entonces cuando de veras yo mismo solté la carcajada sin saber por qué. Y ocurrió una desgracia, el perrito se meaba y ahora emitía quejidos como si presintiera una paliza. El viejo lo jaló por la cadenita, y luego de limpiar la desgracia, a paso cansón, salió del local. Lo vi andar cabizbajo como el animalito.
Seguí en mi paseo hacia el mercado, pensando en el más grande hallazgo de este año 2010, y es que los escuálidos no son nada, no existen ni podrán jamás hacer gobierno alguno ni causar otros problemas más allá de sus amargas disociaciones. Son seres inicuos, débiles, tristes y fatuos, dignos de la mayor lástima.
Respiré hondo y al entrar al mercado vi a unas viejas muy emperifolladas, llenas de prendas, como borriquitas cargadas de bolsas, pero sin dejar de maldecir lo malo que está la situación, todo un cuadro de circos serenos sin fin, con la visión tenue del anciano canijo cortado contra el sereno caer de la tarde. Noche de paz.
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