La diferencia entre la infancia
y la madurez, independientemente de que existen niños que nos llevan
una morena en responsabilidad e inteligencia, consiste en que en la
madurez somos responsables de nuestros actos y de nuestra vida. Y la
madurez no tiene nada que ver con la edad, aunque ésta ayuda. Somos
maduros cuando entendemos que tenemos que ver con lo que nos ocurre.
Como decía Rabindranath Tagore, “la piedra que nos
golpea la frente al salir a la calle, fue lanzada por nosotros, alguna
vez”. Somos responsables hasta de las injusticias que se cometen
contra nosotros, sobre todo cuando lo sabemos y no hacemos más que
chillar y denunciar, en vez de asumir la responsabilidad de transformar
la situación que nos oprime.
Y esa responsabilidad no es
sólo legal y formal, sino profundamente espiritual. Sin entender lo
espiritual como una fatalidad supra natural, sino como la energía cuántica
que mueve todo.
QUE DIOS NOS AMPARE
Es la frase que suele decirse
en medio de las calamidades. Pero como dice el viejo chiste de Condorito,
no podemos estar arrodillados rezando mientras esperamos que vengan
unos ángeles entre trompetas celestiales a salvarnos, sino que debemos
de una vez abordar el peñero o el helicóptero, que es así como se
manifiesta la divinidad. Lo demás es poesía, bueno para el alma, abstracto.
Pero el mundo concreto exige soluciones concretas. Pasa con las religiones,
que viven de la indefensión inmadura de quienes esperan que les llueva
del cielo la solución a sus problemas. Salvando, con todo respeto,
la dignidad de quienes utilizan la religión para ayudar a la gente
y para ser mejores personas.
Los que asumen la religión
como un servicio a la humanidad suelen ser perseguidos y asesinados
por las jerarquías, porque la salvación y el consuelo son oportunidades
de negocios para todo tipo de mercaderes. Y quien los echa a latigazos
de los templos, corre el riesgo de morir crucificado. Y aquellas religiones
que mandan a los pueblos a defender su dignidad, su soberanía y a ser
solidarios, son consideradas terroristas por los intereses imperiales,
como los musulmanes.
POR QUÉ NOS PISOTEAN
El negocio redondo se da cuando
las personas consideran que la divinidad, sea cual sea el nombre de
los dioses, es un ente externo a las personas, algo que nunca podremos
alcanzar pero que ¡vaya! Tiene sus pontífices que mantienen la conseja
de que la fe mueve montañas, siempre que se les pague. Y eso es válido
para los falsos maestros que se hacen adorar como dioses, sin decir
a sus discípulos que el verdadero poder está
en su voluntad y su conciencia, que nadie es diferente a La Divinidad,
porque si es una deidad creadora y todo poderosa, que nos ha creado
de sí misma, resulta que somos sus hijos y tenemos estirpe divina.
Una herencia que se puede (y se debe) reclamar aquí
y ahora. Todas las religiones dicen que en el corazón está el
telefonito rojo para comunicarnos con Dios, o el átomo nous, o el Cristo
inmortal, o Paramatma. Entonces, ¿Por qué pisotear a un ser de alcurnia
divina?
El Bhagavd Gita, uno de los
libros más antiguos de India, dice que el Señor Supremo está
en el corazón de todos los seres vivientes en forma de Super Alma (o
Paramatma, en sánscrito). Eso le otorga, entonces, a todos los
seres vivientes, la cualidad de hijos de Dios. Nada menos. Por eso los
orientalistas suelen ser vegetarianos.
Nos pisotean porque nos dejamos,
al considerar la divinidad, el derecho a vivir dignamente, el respeto,
o la prosperidad, como algo ajeno y distinto a nosotros, y que debemos
dejarnos explotar para tener la opción a que, cuando estiremos la pata,
podamos ver de lejos a Dios. Y eso no es verdad. Es el mito que conviene
a toda clase de explotadores y engañadores de oficio, que viven de
que la gente les ceda sus derechos humanos y divinos. Como dijo Joaquín
Trincado hace más de cincuenta años: “mientras haya un hombre
dispuesto a arrodillarse, habrá curas, y mientras haya curas, habrá
un papa en el orbe”.
¿Y EL GOBIERNO, QUÉ?
Lo mismo pasa con los gobiernos.
Somos responsables de las acciones de los gobiernos, por lo que hacemos
y dejamos hacer, y por lo que omitimos. Porque actuamos como si no fuéramos
nadie, y merecemos el castigo de la adversidad. Pero siempre hay un
mesías que se ofrece a hacer las cosas para nosotros ...de acuerdo
a su conveniencia. La historia está repleta de ejemplos.
No podemos esperar que el gobierno
nos haga todo. Que nos toquen la puerta para darnos trabajo, que nos
respeten los derechos, que hagan lo correcto, porque eso no va a pasar.
Cuando el gobierno actúa estructural y permanentemente mal, hay que
quitarlo y poner otro, que es lo que hemos hecho en Venezuela en la
última década. Pero no se trata de poner unos tipos ahí para que
hagan las cosas para nosotros. Con los siglos de explotación y opresión
que pesan sobre las conciencias de la gente, sobre todos los que fueron
mediatizados en las universidades, es imposible que comprendan lo que
el pueblo necesita. Es el pueblo el que debe hacer valer los derechos
que hemos adquirido con tanta lucha, y dejando el suelo empedrado con
huesos de soñadores. Porque muchos no pueden o no quieren entender
qué es lo que quiere el pueblo y, mientras adulan al Presidente, aprovechan
para sacar su tajada, hacen informes falsos para quedar bien con el
Comandante, y el pueblo que se reviente.
EL PUEBLO MADURO LUCHA
La madurez del pueblo implica
que se organice, pero de verdad, para hacer cumplir las leyes que lo
favorecen, para asumir los nuevos derechos que nos da la Constitución,
y los que nos otorga el solo hecho de existir. Las burocracias no
organizarán jamás el poder popular porque no les conviene. Incluso
el poder de los Soviets en Rusia, que después degeneró en burocracia,
antes de imponerse debió luchar para lograrlo, porque al principio
de esa revolución fue la socialdemocracia al estilo adeco la que gobernó.
LA BUROCRACIA ES POPULISTA
( busca medidas publicitarias para que se crea que trabaja por el pueblo
cuando en verdad trabaja para su bolsillo) en tanto que SÓLO EL PUEBLO
ES REALMENTE REVOLUCIONARIO. Pero sólo obtiene victorias cuando entiende
que nadie lo va a hacer por nosotros, y asume la responsabilidad, de
luchar para que se cumplan las leyes que nos favorecen, y que si no
hay mecanismos para realizar la contraloría social, debemos crearlos,
gústele a quien no le guste.
Igual pasa con los partidos.
Si permitimos que los burócratas de los partidos nos chantajeen con
la mentira de que si protestamos o criticamos estamos con el enemigo,
mientras nos meten el dedo en el ojo, el gobierno dirigido por ese partido
degenerará, y jamás cumplirá lo que promete, en tanto mantiene al
Presidente como a Sancho Panza, en la ínsula de Barataria, con informes
maquillados, con teatros montados, para seguir chupando impunemente.
Prefiero pensar que el Presidente no sabe nada de las barbaridades que se cometen contra el pueblo, sobre todo contra quienes disentimos de la manera burguesa y corrupta de gobernar.
andrea.coa@gmail.com