Eso de la soberbia no se les pasa.
Nacieron con ella, se la acicalan y se la soban todos los días: es el supremo ego que se les hincha y por ello cuando uno menos piensa les vemos sufrir de enanismo visceral recurrente.
Se creen héroes. Se creen robocops, supérmanes, tarzanes o mujeres maravillas.
Los niños malcriados y aburridos de esa clase media y alta, se fueron a la juerga, y se echaron en las colchonetas a mirar sus blackberry’s, con los headphones clavados en sus orejas, y se echaron, holgazaneando, 22 días tragando a escondidas.
No estudiaban.
Ni falta que les hacía.
Está demostrado que un joven no soporta sin comer tres días sin que su organismo sufra severos yeyos.
Han cogido las juergas de hambre para tratar de derrocar al gobierno, y hacer fiestas mediáticas. Cómo les encanta verse por CNN. Recibían centenares de mensajes en los que se le decía: “En estos momentos Patricia Janiot los está nombrando”.
Bingo.
El ego supra-hinchado.
No se trataba de la revolución de los claveles sino de las amapolas.
Sabían que en los carnavales tenían que volver a disfrazarse. Y para eso, ellos sí son invencibles, muy valientes.
Cuando corrió la especie de que los iban a filmar gozando una y parte de la otra con la comedera, tiraron la toalla.
Iban al baño con la cajita feliz.
Y volvían rejuvenecidos, listos a seguir en la juerga por cuatro horas más.
Las madres ricas se apiadaron de sus críos, y les decían: “No sean pendejos…”
A fin de cuentas lo que se pedía era que liberasen a todos los presos comunes. Porque pedir la libertad del asesino Mazuco implicaba pedir la disolución del Estado, ellos que viven gimoteando y diciendo que aquí no tenemos poder judicial y la inseguridad y la impunidad juega garrote.
De eso se trata.
Nadie sabe qué fue lo que lograron, pero la pintan como otra de las jornadas históricas de los niños arrebatados que nunca pierden una.
En fin, carnavales adelantados, besos y abrazos sospechosos, alegría de tísico, pollos con reuma, chancho mierdero, manitas y nalgas rocheleras…
O sea.
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