La mayor parte de la
población humana se encuentra sumergida en el fango de la pobreza,
la ignorancia y la injusticia, del que muy pocos tienen la posibilidad
de escapar. Más de ocho millones de niños mueren anualmente de hambre
o a causa de enfermedades para cuya superación bastarían solo unos
centavos. Nadie, excepto sus madres, parece notarlo.
Es el Día Mundial del
Ambiente. Sólo este día, como todos los días, morirán 22.000 niños,
casi todos víctimas del hambre y la pobreza, 15 cada minuto. Negros,
pardos y morenos en su mayoría. Latinoamericanos, africanos, asiáticos
casi todos. No hay comida, ni medicinas, ni educación, ni servicios
de salud para los niños pobres del mundo, pero solo este día se gastarán
1.400 millones de dólares en armas alrededor del planeta. Solo Estados
Unidos gastará este año más de 700.000 millones de dólares en equipamiento
de guerra. Mientras que a la cooperación con los países más pobres
del planeta le asigna un monto equivalente a sólo el 3% de lo que dedica
al gasto en instrumentos de guerra. Este día, como todos los días,
mil millones de personas pasarán hambre.
La naturaleza ruge en
estertores de agonía, pero los humanos se hacen los sordos. Los rugidos
se convierten algunas veces en huracanes, ciclones y tornados. Cada
vez más frecuentes, cada vez más intensos. También hay rugidos en
formas de lluvias torrenciales. Otras veces en forma de intensas sequías.
Se desbordan ríos, arrasan viviendas, carreteras, puentes, sembradíos
y vidas inocentes. Gigantescas olas se desplazan con furia desde los
océanos sobre las ciudades. Algunos dicen que son los Tsunamis, que
no es culpa nuestra. Otros dicen que las crecientes olas de sequías
e inundaciones son culpa de El Niño, o de La Niña. No es culpa nuestra.
Pero hay también quienes advierten que estamos solo ante las primeras
señales de que nuestra Madre Tierra ya no soporta el comportamiento
traicionero de sus engendros humanos; que son solo sus primeras y más
leves advertencias.
Pero los humanos continúan
violando y saqueando sin piedad a la naturaleza. Ávidos por materias
primas, por alimentar sus industrias, por generar riquezas, por poseer
armas cada vez mas poderosas, por aumentar el dominio de unos sobre
otros, incrementan día a día su agresión despiadada sobre el planeta
que les ha dado vida, destruyendo progresivamente su único hogar, contaminando
el aire que respiran, envenenando el agua y los alimentos que consumen.
Dicen ser la única especie inteligente del planeta, pero están cometiendo
suicidio colectivo, lento, doloroso y progresivo, y se están llevando
por delante a su madre naturaleza y a todos los otros millones de especies
que han tenido la desdicha de cohabitar con ellos en el mismo lugar.
Es el Día Mundial del
Ambiente. Sólo hoy, al igual que todos los días del año, los humanos
se las arreglarán para inyectarle a la atmósfera más de 100 millones
de toneladas de gases tóxicos, para contaminar aún más el aire que
les da vida. Solo hoy quemarán 87 millones de barriles de petróleo,
9.000 millones de metros cúbicos de gas y 20 millones de toneladas
de carbón mineral. Solo hoy consumirán 55.000 millones de kilovatios-hora
de energía eléctrica. Solo hoy, al igual que todos los días del año,
destruirán 30.000 hectáreas de bosques, derretirán millón y medio
de toneladas de hielo polar y un millón de toneladas adicionales de
hielo en los glaciares de las montañas. Solo hoy, y sólo por el consumo
de energía fósil, le inyectarán a la atmósfera 82 millones de toneladas
métricas de CO2.
La vida en la Tierra
depende de una finísima capa de un gas llamado ozono, localizada en
las porciones mas elevadas de la atmósfera. Esta capa de ozono cumple
la maravillosa función de filtrar los rayos ultravioletas provenientes
del Sol, radiación mortífera para la vida en el planeta. Sin embargo,
los humanos se las han arreglado para elevar hasta allá millones de
toneladas de potentes gases de cloruros y fluoruros que la descomponen,
perforando un gigantesco agujero en la capa de ozono que en Septiembre
del 2009 medía 20 millones de kilómetros cuadrados, aproximadamente
20 veces el tamaño de Venezuela. El agujero se encuentra, por ahora,
localizado sobre la Antártida.
Ruleta climática
Según la NASA, el año
2010 fue el año más caluroso jamás registrado. El 2011 parece ya
dispuesto a superar este horrible récord. Para evitar alteraciones
irreversibles al equilibrio natural del planeta, la comunidad científica
internacional ha advertido que la temperatura promedio global no debe
aumentar mas de dos grados centígrados (2ºC) para finales del siglo
XXI por encima de la registrada a inicios del siglo 20. Los argumentos
son tan contundentes que este objetivo fue suscrito por todos los países
del mundo en las negociaciones climáticas de Copenhagen en el 2009
y ratificado en las negociaciones de Cancún en el 2010.
Para que esto pueda ocurrir,
la concentración de CO2 en la atmósfera no debe exceder
las 450 partes por millón. Pero ya para finales del 2010 se encontraba
en 390 ppm. Las opciones que quedan son muy limitadas, exigiendo medidas
traumáticas e inmediatas para salvaguardar la vida en la tierra como
la conocemos. De continuar las tendencias actuales, la temperatura promedio
del planeta podría aumentar hasta 4ºC para fines de siglo. Las implicaciones
podrían ser tan devastadoras como las de una guerra nuclear. El cambio
climático es ciertamente una de las principales amenazas con que se
enfrenta la humanidad en la actualidad. Para alcanzar el objetivo trazado,
el llamado Escenario 450, todos los países de la tierra deben contribuir,
en proporción con sus respectivas responsabilidades y posibilidades.
Un país llamado Venezuela
Venezuela es un país
privilegiado. Una población relativamente pequeña (30 millones) en
una superficie de cerca de 1 millón de kilómetros cuadrados de tierra
firme, mas otros 860.000 km2 de zona económica exclusiva en el Mar
Caribe. La mitad de la superficie cubierta por exuberantes bosques,
enormes riquezas minerales, acuáticas, energéticas y estratégicas.
Una posición geográfica envidiable, 2.700 kilómetros de costa frente
al Mar Caribe, y una topografía con una gran variedad de hábitat donde
conviven millones de formas de vida. Venezuela es el octavo país más
rico en biodiversidad del planeta.
Sin embargo, durante
casi un siglo ha sido expoliado por elites corruptas, sumergiendo a
la mayor parte de la población en la pobreza y destruyendo buena parte
del patrimonio natural. Durante décadas, la mayor parte de la población
fue movilizada hacia las costas para fortalecer la economía de puertos,
fomentando un modelo económico dependiente de la exportación de petróleo
y la importación de todo tipo de bienes de consumo, incluyendo la mayor
parte de los alimentos. Hoy, el petróleo continúa representando el
95% del valor de las exportaciones del país.
La población rural fue
reducida a menos del 10% del total, mientras se improvisaron planes de
desarrollo con significativos costos tanto sociales como ambientales.
La hacinación de la mayor parte de la población en barriadas, la contaminación
del aire de las principales ciudades tanto por el tránsito automotor
como por la actividad industrial; la contaminación o destrucción de
lagos, lagunas, ríos y riachuelos; la contaminación de playas y corales;
la erosión de la fertilidad de los suelos; el avance de la deforestación
y la creciente pérdida del patrimonio genético son algunas de las
consecuencias de los modelos nacionales de desarrollo establecidos hasta
la fecha.
Normalmente, los instrumentos
utilizados para medir el desarrollo de un país se centran en variables
económicas, como el producto interno bruto, el nivel de las reservas
monetarias o la balanza de pagos, ignorando los costos sociales y ambientales
involucrados. Las crecientes presiones por impulsar el desarrollo económico
generan impactos tanto sobre la sociedad como sobre el ambiente. Conviene
así recapacitar sobre las consecuencias sociales y ambientales más
significativas asociadas a las tendencias nacionales de desarrollo en
las últimas décadas.
El Lago de Maracaibo
es orgullo de los venezolanos. Pero si se pudiera vaciar de agua, quedaría
expuesto un espectáculo dantesco: un gigantesco plato de espaguetis,
con el fondo cubierto por miles de kilómetros de tuberías petroleras,
cruzando en todas direcciones, unos sobre otros, la mayor parte obsoletas
y en estado de descomposición. La explotación de petróleo ha alimentado
la economía venezolana durante décadas, pero también ha sido la principal
fuente de contaminación del país. Es sólo en los últimos años que
PDVSA ha iniciado actividades para compensar, aunque tímidamente, la
gigantesca deuda ambiental que ha acumulado.
Los bosques cubren cerca
de 45 millones de hectáreas, aproximadamente la mitad del territorio
nacional. Pero el 80% se encuentra al sur del Orinoco. En la mitad norte
del país, donde se encuentra la mayor parte de la población, los bosques
remanentes cubren menos del 20% del territorio, una proporción que
pone en entredicho la estabilidad ambiental y las posibilidades de establecer
modelos de desarrollo efectivamente sostenibles. Adicionalmente, los
bosques al norte del Orinoco en su mayor parte se encuentran severamente
intervenidos y degradados. Sin embargo, el asalto contra los bosques
continúa a tasas alarmantes. Según la FAO, cada año se destruyen
300.000 hectáreas, convirtiendo a Venezuela en uno de los países con
las más altas tasas de deforestación del planeta. Con los bosques
desaparecen miles de formas de vida, fuentes de agua y suelos fértiles,
además de contribuir a intensificar los efectos de sequías e inundaciones,
y a poner en riesgo el suministro de agua y alimentos a generaciones
futuras. Sólo hoy, como todos los días, destruiremos 820 hectáreas
de bosques en el país, 34 hectáreas cada hora de este Día Mundial
del Ambiente.
Son frecuentes, y normalmente acertadas, las críticas del presidente Chávez por el escandaloso intento de los principales países industrializados por evadir su enorme responsabilidad por la acumulación de gases del efecto invernadero en la atmósfera, su determinación a destruir el Protocolo de Kioto y su evasión a compromisos verificables para reducir sus emisiones en el futuro inmediato. Los países industrializados, con menos del 20% de la población mundial, son responsables por la acumulación en la atmósfera de más del 70% de los gases que hoy amenazan la estabilidad climática del planeta. Han retóricamente suscrito el compromiso de evitar un aumento de temperatura mayor a 2ºC antes de finales de siglo, pero se niegan a tomar las medidas efectivas necesarias para alcanzar ese objetivo en proporción con su responsabilidad y con su capacidad tecnológica y económica. Se niegan también a cooperar efectivamente con los países menos desarrollados para evitar que continúen elevando sus correspondientes emisiones de CO2 y otros gases del efecto invernadero.
Pero no menos cierto
es que Venezuela se destaca como uno de las sociedades más contaminantes
del planeta. El CO2 representa en la actualidad el 75% del
total de emisiones de gases de efecto invernadero. Las emisiones de
CO2 de Venezuela por habitante superan con creces las de
todos los demás países latinoamericano, así como las de países o
regiones considerablemente mas industrializados, como Japón, Alemania,
Francia, Rusia, China y la Unión Europea. No se aproximan mas a las
de los Estados Unidos, el país mas contaminante del planeta, porque
el consumo de electricidad por habitante en Venezuela, el mas alto de
la región latinoamericana, proviene en su mayor parte (70%) de fuentes
hidroeléctricas. Sin embargo, esta situación tiende a modificarse
en el futuro inmediato, debido a la generación de una proporción cada
vez mayor de electricidad de fuentes termoeléctricas. Solo hoy, Día
Mundial del Ambiente, Venezuela emitirá cerca de un millón de toneladas
métricas de CO2, 350 millones de toneladas durante todo
el año.
El establecimiento de
una política para corregir este indicador conduciría a un modelo de
desarrollo significativamente más sostenible en el tiempo. Venezuela
puede y debe trazarse una estrategia para reducir la deforestación
a niveles insignificantes para el año 2020. Esto reduciría las emisiones
de CO2 por habitante a la mitad. Las plantas termoeléctricas
que se instalen en los próximos años deberían funcionar a base de
gas en lugar de gasolina o gasoil. De esta manera se reducirían las
emisiones de CO2 en al menos un 40% por la producción de
la misma cantidad de electricidad.
Otra de las fuentes más
importantes de CO2 es el parque automotor. El rendimiento
es muy limitado, con un promedio de sólo 6 kilómetros por litro de
gasolina, mientras que en la Unión Europea y Japón es aproximadamente
el triple. Conviene así establecer como objetivo estratégico nacional
al menos triplicar el rendimiento en los próximos 10 años, introducir
motores que permitan el uso de combustible con un 85% de etanol, facilitar
la introducción de automóviles híbridos, mejorar los sistemas de
transporte masivo y ampliar las líneas de ferrocarril.
El suministro de agua
a la creciente población venezolana depende de ríos cuyas cuencas
se encuentran degradadas en menor o mayor grado. Al menos 2 millones
de hectáreas requieren ser reforestadas, utilizando prioritariamente
mezclas de especies nativas en la reconstrucción de bosques similares
a las originalmente existentes en esos territorios. De esta manera se
garantizaría el suministro de agua, se reducirían los efectos adversos
de sequías e inundaciones y se extraerían aproximadamente 1.100 millones
de toneladas de CO2 de la atmósfera.
Estas y otras modificaciones
al proceso nacional de desarrollo solo podrán introducirse con la concientización
y la participación popular. En una democracia participativa son los
ciudadanos los que deben orientar las decisiones y garantizar su cumplimiento.
Es allí donde radica la esperanza por una Venezuela mejor para las
generaciones futuras.