La voz del pueblo es la voz de Dios, pero eso no le sirve a ciertos ateos evangelizadores. El pueblo, único dueño del cacareadísimo poder popular por el cuál nos hemos venido agarrando de las greñas con quienes son capaces de negarlo. El sabio pueblo -cuando no coincide con los expertos revolucionarios- parece que no lo es tanto, así que necesitará intérpretes hasta que alcance la civilización y pueda decidir su destino como otros quieren que decida. Opinar lo contrario, creer que el pueblo decide y manda, es ser populista y todos sabemos que el populismo es el más imperdonable pecado intelectual.
Lo malo es que el pueblo se empeña en no dejarse civilizar, pueblo terco que está convencido de saber lo que quiere, y lo que quiere no es más que buscar soluciones propias a sus propios problemas. Problemas concretos, impostergables, barrigas que hay que llenar, noches de lluvia que necesitan techos, niños que serán doctores, maestros, poetas y que no saben poner su desarrollo en stand by mientras definimos abstracciones ideológicas.
Mientras no tengamos la formación ideológica que por falta de la misma nos negamos a tener debemos dejar que ilustrados salvadores, con la barriga llena el corazón contento, nos guíen en la tarea de hacer la revolución de verdad verdad. Porque por mucho que elevemos nuestra calidad de vida matando el hambre o el frío, incluyendo a los excluidos, creando colegios, universidades, centros de salud, o pensionando viejitos eternamente olvidados, por mucho que trabajemos por una patria justa, libre y soberana, si no pensamos como los pensadores pensantes, aquí no habrá revolución.
De la necesidad creada por ellos mismo surge la nueva clase dominante: una especie de oligarquía moral, que sabe, que desespera ante la terca necedad del pueblo de no querer entender que las revoluciones no se hacen así ¡carajo!.
Los que se empeñan en desdibujarnos para que encajemos en sus esquemas. Los que nos dicen qué tenemos que querer comer, vestir, bailar, soñar… Los que por no sacar la nariz de libros traducidos dejaron de mirar su realidad, los que ignoran la opinión de la señora chavista en la puerta del Mercal porque esa señora no quiere entender lo que le quieren explicar. Los que pretenden dictarnos instrucciones talla única en nombre de nuestra salvación… ¡Sálvese quien pueda!
Otra lucha de clases en la que el pueblo, otra vez, no sirve, no sabe, no está a la altura y necesita tutela, esta vez no de los dueños del capital sino de los dueños de la verdad.