Ya podrán entender por qué fue esa la última vez que vi a Pipo. Es que a uno se le quitan las ganas de volver a ver a gente que sueña con muertos anónimos que estarían paseando con su novia, o sus hijos, o llevando a la abuela al doctor, o camino al trabajo, quién sabe, a quién le importa, si tienen la mala suerte de estar en el preciso lugar donde serían útiles para servir a los propósitos de los amos de Pipo.
Después de todos estos años nos volvemos a encontrar, aunque él no lo sabe. Es hace poco lo vi sentado, meneando el quinto whisky de una noche que apenas comenzaba, como siempre, con su cara de gato arrabalero bien magullada por el paso de los años, que tienden a ensañarse con la gente sin alma, con su misma sonrisa falsa, brindado por la firma de un jugosísimo contrato, rebosante de deliciosas comisiones con, la siempre metida es esas sopas, Escarlatina Rojas Bermellón.
Corre el cuento como reguero de pólvora: Pipo Peseta se metió a “chavista”, claro, que a él si le sigue hablando la misma gente que me dejó de hablar a mi, porque una cosa es ser una chavista pendeja y otra ser como Pipo, un utilísimo gestor de chanchullos, el enlace entre el mundo nice y Escarlatina y sus secuaces corruptos. Es que la misma gente que se queja del “flagelo de la corrupción”, convenientemente evita relacionar los servicios que solicitan a Pipo Peseta, con el hecho delictivo que fingen aborrecer. Es que para ellos pagar comisiones a cambio de contratos es simplemente hacer negocios.
Así fue como Pipo Peseta pasó, súbita e impúdicamente, de pelabola a acaudalado hombre de “negocios”, un exitazo, El Tipo, pieza clave en el Consejo Nacional de Transición Burocrática, una Coordinadora Democrática reformulada, que mete sus tentáculos en nuestras instituciones para corroerlas desde adentro, hacerlas inoperantes, y así tumbar al gobierno; todo esto mientras se llenan los bolsillos. Un plan inmoral y perfecto para la gente decente y pensante de este país.
Después no digan que no les dije.
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