Rómulo Gallegos sintió en su juventud un gran odio contra los gringos invasores, agresivos, manipuladores. Se llenaba de pavor viendo cómo el animal de Juan “Bisonte” Gómez le entregaba la nación toda a las compañías petroleras. Sin embargo Gallegos, temiendo que Gómez se metiera con los coroticos más preciados de su pesebre, evitó hablar en su novela de un gringo petrolero. Entonces lo metió en los llanos venezolanos como el perfecto atracador hijo de puta. Es el ladrón sin escrúpulos que llegó a las tierras de Altamira para cogerse lo ajeno. Se adueña de un pedazo de tierra olvidado por los Barquero y los Luzardo. Entonces el gringo se une con la bestia de Doña Bárbara, ocultando algunos de sus macabros secretos, con el propósito de ganarse el respeto de los habitantes del lugar.
Gallegos describe a Mr. Danger como una gran masa de músculos, bajo la piel roja, con un par de ojos muy azules y cabello color lino. Es el típico Teodoro Roosevelt: a falta de rinocerontes blancos en los llanos se dedica a matar caimanes, cuyas pieles exporta anualmente en grandes cantidades. El explotador yanqui Míster Danger ha estado tomando posesión de las tierras “legalmente”. Hace que Lorenzo Barquero firme papeles para darle la tierra a cambio del wiskey que le suministra.
Cuesta entender por qué Rómulo Gallegos, tan refractario en muchas de sus obras y trabajos a aceptar el intervencionismo norteamericano en nuestro continente, acabó por ceder y volverse anticomunista.
En la Conferencia Interamericana organizada por el CLC en México, entre el 18 y el 26 de septiembre de 1956, Gallegos expresó, refiriéndose a los pueblos hispanos, que éstos habían sufrido una sucesión de zarpazos de fuerza contra el derecho: “…de donde un compatriota mío sacó a sus gustos la tesis del gendarme necesario para el mantenimiento de la tranquilidad pública […], y si también es verdad que esos gendarmes no han nacido en Washington, esta hora de planteamientos francos me pide replicar que desde allí, de alguna manera, los han amamantado. Porque bananos en Centro América, petróleo en Venezuela y Colombia y, para endulzar la píldora, azúcar en Santo Domingo y Cuba, mejor se les dan a quienes aspiran a pingües negocios tranquilos a la sombra de una espada complaciente que en las inmediaciones de una urna electoral donde una mano de pueblo meta voluntad de pueblo. Que es ejercicio de cultura elemental, cuya libertad reclama amparo y defensa positivos”.
Estas palabras de Gallegos, claro, no fueron publicadas en la famosa revista de la CIA, “Cuadernos”, a la cual era muy adicto Rómulo Betancourt, pesar de ser el novelista uno de sus colaboradores más notables.
Gallegos mismo en una ocasión le dijo a un alto funcionario del Departamento de Estado durante un almuerzo informal:
“Tanto ustedes como nosotros rechazamos el comunismo moscovita como una forma más de imperialismo, como una doctrina exótica, como un sistema de vida inaceptable. Pero ustedes le están dando fuerza por un simple error de perspectiva. Ustedes lanzan una tremenda campaña entre nosotros contra el cáncer, y es útil y justa, pero ocurre que nuestra mortalidad proviene de la tuberculosis, el primer mal al cual se debe atacar, y, claro, aunque atacar al cáncer es razonable, lo urgente para nosotros es atacar a la tuberculosis. De ahí que no les prestemos oídos.
Ustedes quieren que los acompañemos en su campaña contra el comunismo, pero nosotros queremos, primero, acabar con las dictaduras que engendran el comunismo: si ustedes dan a las tiranías ostensibles y confesas trato de democracias, la reacción del hombre común será desconfiar de la democracia, seguir odiando a la tiranía y buscar el remedio por otro camino”.
En este sentido agregaba el ex presidente de Colombia, Eduardo Santos (abuelo del actual Santos presidente de Colombia), que se tachaba de comunista a las personas a conveniencia del dictador de turno. Que esa burda maniobra encontraba en los Estados Unidos «un eco que dolorosamente tenemos que reconocer […]: Yo leí con horror un periódico de esta ilustre ciudad [Nueva York], hace uno o dos meses, que al referirse a las próximas elecciones en un pequeño país de nuestro continente decía que era preciso desconfiar de los liberales cuya mayoría reconocía, porque eran la vanguardia de los comunistas; que era preciso que el Departamento de Estado abriera los ojos para cerrar el paso a esos liberales, que estaban enfrentados a típicas tendencias dictatoriales, a satrapías inequívocas».
Tanto Gallegos como Betancourt, en conversaciones con los exiliados españoles en México, coincidían en que el comunismo latinoamericano carecía de mística. Era otra cosa su acción política en este continente y según ellos nuestros «camaradas» vivían de las maniobras torvas y torpes, sin apoyo popular. Que entre nosotros funcionaba esta ideología sin un verdadero programa aplicable para nuestro medio.
@jsantroz