Despejadas la carretera seguimos nuestro camino y ya en La Tendida nos topamos con un camino destrozado, con puentes a punto de dar el tiro, y donde no tropezábamos con un “burro” nos salía al paso un descomunal hueco.
A cada momento decíamos: “Ay, si el Comandante viera esto se pondría a llorar”.
Hay abismos a los que uno les pasa a pocos centímetros, y casi cree uno encontrarse con aquellas carreteras destartaladas de principios del siglo XX en la que había que adivinar por dónde metérseles para no sufrir un grave percance.
En donde uno se pare a tomar café o a comer algo se encuentra con que todo parece un territorio tomado por colombianos. Los canales de televisión son colombianos, las radios colombianas, los que le atienden a uno colombianos. Uno hasta se extraña de encontrar alguien que no tenga el acentico ese tan delatador de la gente del Norte de Santander. Ni que decir que las estaciones de gasolina se ven desiertas porque gasolina en esa vía no se consigue. El robo de gasolina sigue tan brutal como siempre.
La sensación es que está uno en territorio de nadie.
En las afueras de Colón se topa uno con amasijo pavoroso de ranchos, que se expanden como hongos: con sus esqueléticas columnas sobre cuatro tablas; con cartones colgando de vigas de latas, con trozos de zinc, todo un palúdico esperpento sobre monte pelado, y por todas partes basura, basura y más basura. Uno pregunta, ¿Y esto? ¿Nadie sabe de esto?
La vía se encuentra en tal estado de demolición que uno no deja de preguntarse si todavía quedan seres humanos a los que les importe ese grandísimo mierdero. No puede uno concebir que por allí pasen capitalistas comemierda, políticos comemierda, “revolucionarios” comemierda, y tranquilamente contemplen aquel caos y se las apañen para ser tan “felices” como siempre lo han sido. Yo le pregunto al compañero que va a mi lado por qué será que la llamada oposición no denuncia ese horrible estado de la vía y a la conclusión a la que se llega es porque si se protesta a lo mejor se arregla y eso no es lo que quiere el miserable gobernador del Táchira ni su gentuza. Y por otro lado, nosotros los chavistas no protestamos para que no se sepa el real estado en que todo eso se encuentra, y quizá hasta por miedo a que se le vea mal, como a un entrometido o un aguafiestas, porque a la vista está que alguien que no proteste nunca le pasa nada y va tirando con la posibilidad de que algún día se le tome en cuenta y quien sabe…; entretanto el que se arriesga y critica está expuesto a que lo jodan, a que lo arrinconen, a que lo despedacen y lo dejen tirado como a un perro apestoso en el camino, porque esa la práctica degenerada del partidismo que dejo incrustada en el alma de medio mundo AD y COPEI. Mientras tanto la mierda irá creciendo y con visos de ahogarnos a todos.
Total, en medio de esa enervante visión que cala hasta lo indecible, venimos llegando a San Cristóbal a eso de las cinco de la tarde.
De allí en adelante todo nos viene a hablar de tragedia, de frustración, de pena, culpa y vergüenza, y uno oye y calla con arrechera. Va pasando uno las arrecheras con algún cafecito, con algún silencio bien sudado y amargo.
Bien valía aquel viaje para conversar y abrazar a mi querido amigo Luis Vargas, uno de los más grandes pensadores que ha parido el Táchira en el último siglo. Luis acaba de presentar un libro sobre marxismo, allí sobre su cuerpo adolorido, en medio de las tormentosas visiones sobre el destino del país. Una sola conciencia puede valer a veces más que todo un pueblo, por eso los pueblos a veces no salen de abajo porque les hace falta ese ser necesario, contundente, que no jala bolas, que no se amilana ante nada y que está dispuesto a arrostrarlo todo con tal de decir su verdad. Para este hombre el único y verdadero partido es la patria. No espera a que se formen Polos Patrióticos para actuar, para realizar este servicio diario de todo instante y momento y que nace de su vitalidad férrea, suprema, absoluta (que no es otra cosa que la del sagrado servicio a las comunidades, al conocimiento, a la justicia). Así he visto yo toda la vida a Luis Vargas.
Nos reunimos con los dirigentes Héctor Martínez y Ricardo Roy Martínez de lo más hondo de la lucha popular que aún resiste en el Táchira. A lo lejos, mirando hacia las montañas, hacia los verdes horizontes sabe uno que está la terrible realidad colombiana que cada día es como un latigazo de culpas, de remordimientos, de historia y de penas sobre los trajinados hombros del pobre Bolívar, de la pobre Venezuela.
Digo que oía frases que eran como puñaladas: las verdades por aquí son jirones de sangre que nos ahogan. Uno cree que traga saliva y es sangre lo que trasiega. El 80% de los que atienden en algunos centros de salud son colombianos recién llegados, que desde la madrugada ocupan los primeros puestos en las salas de espera. El 80% de las viviendas entregadas se les hizo a esos hermanos que por bandadas llegan de su tierra herida y desgarrada. Los buhoneros venezolanos del centro de la ciudad son desalojados por eso hermanos que necesitan esos puestos. Uno se entera que el PSUV está prácticamente desintegrado; todo suena a rumor, a un desgano total, a un descreimiento absoluto, sin líderes, sin cohesión, sin política de lucha, a la espera de que se diga algo por televisión para enterarse y medio saber qué hacer, que llegue algo lanzado, como una migaja penumbrosa del limbo abismal de la suerte o del más allá, tal vez, o de quién sabe dónde…
Todo eso pesa como lápida, uno se da cuenta que los van sepultando las visiones, los tormentos, luego uno muere sin llegar a darse cuenta de que desde hace mucho tiempo le vienen echando tierra. Así es la cosa, queridos camaradas.
jsantroz@gmail.com