Pues sí, los expertos son los diseñadores de la sociedad actual. Esta se resiste a prescindir de ellos pese a quebrantar los expertos con demasiada frecuencia la lógica, que es el instrumento auxiliar por antonomasia del pensamiento. Hasta tal punto eso es así que más valdría que quienes mal dirigen este país no depositasen tanta confianza en ellos y recurriesen más al sentido común. La visión del experto pierde fácilmente la perspectiva, si es que no carece de ella en absoluto deformando la realidad toda.
En efecto, la sociedad de este país tan inexperto en democracia como víctima de la incompetencia y las reiteradas torpezas de sus gobernantes, vive sometida al capitalismo más ruin pero asimismo a individuos que conocen tan bien la teoría de su especialidad como desdeñan el instinto y la inteligencia sociales. De ahí lo reiterado de los resultados desastrosos...
Tiene su explicación. Llega un momento en que la avalancha de datos (a menudo contradictorios) que acuden al cerebro del experto, se torna confusión. Y la confusión, como se despeja la incógnita de una ecuación algebraica, sólo puede ser aclarada por la sagacidad y la ponderación de las que están mutilados.
Aunque es en la
economía pública donde los estragos provocados por los expertos son
más espectaculares, también en otros ámbitos de la vida los padecemos.
Pues expertos los hay en todo y para todo. Hasta para hacer el amor
o lavarnos los dientes, todo se conjura para que precisemos del "experto".
Sin embargo, es notorio que el meteorólogo, el politólogo, el economista,
el médico, el abogado, el científico o el broker se estrellan constantemente
contra la realidad que viene después. Entre ellos mismos y en la misma
disciplina se desautorizan unos a otros. Para defender sus frecuentes
yerros -a menudo con graves consecuencias- responden que su ciencia
no es exacta. Y así es. Pero es que tampoco atemperan con la prudencia
la inexactitud que conlleva todo vaticinio, ni quienes recurren a ellos
se atreven a desoírles pese a los riesgos que comporta su habitual
temeridad.
Ordenando minuciosamente
en una hemeroteca las noticias sobre lo dicho por los expertos, sabremos
hasta dónde puede llegar la necedad de noticias como ésta: "Diversos
estudios científicos concluyen que el co-pago perjudica la salud de
los más pobres". ¿Era necesario encargar a los científicos -los
expertos en este caso- semejantes estudios para llegar a conclusión
tan obvia? Hay situaciones en las que el común de los mortales que
no deja empañar su mirada escrutadora con prejuicios o desidia, sin
ser necesariamente muy inteligente ve con claridad lo que el experto,
ofuscado por el prestigio artificial de que goza en el círculo profesional
o político a que pertenece, no ve. Ahí tenemos los estragos en la
economía y en el empleo que el despilfarro del dinero prestado por
los bancos europeos habría de causar, del que, aparentemente, nadie
se apercibió. Ni economistas ni políticos ni sociólogos ni contables
alertaron ni adoptaron a tiempo medidas para corregir a los mercados,
a los prestamistas y a los prestatarios. Todo se le vino encima a este
país de un día para otro. Y cuando quisieron reaccionar, ya era tarde.
Los empleos perdidos es de temer que no se recuperen jamás. Cosas del
capitalismo...
He aquí la
crisis. La crisis, es sabido, sea social o individual sobreviene siempre
cuando faltó la prevención, cuando no funcionó el sentido de anticipación
de los obligados a tenerla para evitarla, neutralizarla o atenuarla.
Los contemporáneos no son conscientes de los enormes fenómenos en
los que están inmersos, a los que están asistiendo. Pero a un buen
dirigente, como a un buen intelectual no les pasan desapercibidos, y
obran en consecuencia …
Se dirá que
más vale confiar en uno que no saber qué nos depara el mañana.
Querer saber qué tiempo hará, qué pasará con nuestros ahorros o
con nuestra vesícula biliar es una tentación. Pero los expertos de
todas clases son los que menos saben del interés de todos y aun del
interés de otro. Aun así esta sociedad prefiere rodearse de expertos
a reflexionar en asuntos que sólo la meditación es capaz de resolver.
Sin embargo renuncia, por comodidad o por debilidad mental, no sólo
a meditar, es que también prescinde de ese modo, del instinto
y de la intuición. Así es cómo los expertos se han hecho imprescindibles.
Quienes les protegen se encargan de exaltarlos sofocando las naturales
aptitudes que acompañan a todos los humanos. Lo mismo que sucedió
con los augures, con los astrólogos y más tarde con los teólogos.
Ahora no hay teólogos.
Ahora no hay expertos en "dios", o al menos no los hay para
amargarnos la vida y el pensamiento. Su lugar lo ocupan los expertos
que conocen mucho de lo suyo pero desconocen todo lo demás y yerran
por sistema. Parece ser que en Italia se disponen a gobernar directamente
una suerte de expertos. Les llaman "tecnócratas". No creo
que sean más eficaces y menos dañinos que cuando aconsejan a los dirigentes...
Y además, es ley verificable
que cada pronóstico del experto, despojado del sentido natural de las
cosas y preso por lo general del dogmatismo, pone en marcha procesos
contrarios a lo vaticinado. El caso es que en economía pública como
en la salud, en meteorología como en el acelerador de partículas o
en ese pleito en el que tu abogado te ha metido, lo más probable es
que lo advertido falle, y tú, por su culpa, no has podido siquiera
valorar tu propia suerte ni calcular los riesgos que tus actos comportaban...
Mucho habla de
libertad esta sociedad pútrida, y mucho proclama los derechos ciudadanos. Pero
los gobiernos, los hechos y la fatalidad nos niegan el sagrado derecho
de equivocarnos por nosotros mismos. Ese derecho se lo entrega a los
expertos para que sean ellos quienes se equivoquen por nosotros constantemente,
sea por error de cálculo, por malicia o por incompetencia, y a la par
resultemos engañados.
Lo que esta sociedad
tiene que hacer es recurrir a la pedagogía de la prudencia, del sentido
común y de la confianza en uno mismo, abandonando la propensión a
la estafa y a la picaresca de una vez. De aquellas dos virtudes y del
sentido común se ha alejado demasiado. Desde luego hoy día (en otros
tiempos fueron otras las causas malditas de la misma perdición), de
la desigualdad obscena, de la injusticia social y de esa atmósfera
irrespirable medieval repleta de privilegios y de señores feudales,
en buena medida tienen la culpa los expertos. Traen más estragos que
bien común y bienes inmateriales, de igual manera que las víctimas
de los expertos de la Medicina son tantas como el número de los que
sana, y lo mismo que los perdedores de pleitos son más que quienes
los ganan. Todo… por los expertos.