El gobernante, despues gobernar

En la historia de las democracias burguesas modernas, a diferencia de la historia de reyes y dictadores observable con otras lentes, hay una ley no escrita: la del fracaso global y sistemático del gobernante al término de su mandato. Sólo resistirá comparaciones, pero pocos, salvo quizá los por él favorecidos, le prestarán algún reconocimiento. Esto es así, sencillamente porque todos merecen ser reprobados. El gobernante es injusto por definición. Todos, tarde o temprano, se han traicionado a sí mismos, todos prometieron cosas que no cumplieron, todos consintieron delitos muy graves, desigualdades insufribles, guerras, invasiones, abusos nefastos, venta de armas a quienes luego arrasa aliado a otras naciones…; justo todo lo contrario de lo que la ciudadanía, antes de elegirle, creyó que impediría porque para eso le votó en las urnas... 

 Las expectativas de los ciudadanos puestas en quien conquista el poder, inmediatamente después de la investidura el mandatario empieza a malograrlas. Bastan y sobran esos cien días de cortesía concedidos para que el electo dé testimonio de algunas de sus capacidades y su disposición. Pero no bastan para demostrar su verdadera valía, y menos su coherencia entre lo prometido y la acción política a desarrollar. Para eso hay que esperar a que concluya el mandato. Y entonces comprobamos que no hay gobernante que no llegó más o menos triunfal al poder, y no lo abandone derrotado o con una valoración muy por debajo de la que antes de conquistarlo se le atribuyó. Lo mejor, pero también lo más triste que le pueden dedicar sus juzgadores es, la indiferencia. Sólo los interinos suelen librarse de la merecida maldición...  

 Sin embargo y en la mayoría de los casos el saliente, en lugar de "vivir oculto"; como el filósofo Epicuro aconsejaba a sus discípulos (y por extensión al prudente); en lugar de retirarse a un monasterio o permanecer en casa para expiar las muchas culpas acumuladas por acción o por omisión mientras detentó el poder, el gobernante actual tiene la osadía miserable de seguir de algún modo gobernando en la sombra. Poco le importa, tal es su grado de egotismo y de soberbia, esa otra ley que dice que el gobernante ya despojado del poder sólo ha de esperar que le echen en cara exclusivamente sus fracasos y su complicidad con los poderes de hecho. Sus pírricos aciertos, sólo a él y a sus turiferarios importa. De esa manera, y empeñado en seguir haciendo política entre bastidores, de político ambicioso que fue pasa a ser un insufrible pretencioso. Tenerse a sí mismo por indispensable a nadie honra. Sin embargo, se siente inmune a la idea generalizada de que tanto de entre las filas de la formación política a que pertenece, como por las filas contrarias, como por la ciudadanía más neutral le ven como un intruso, un ansioso entrometido.  

 En España tenemos los casos flagrantes de dos de los anteriores dirigentes; dos ejemplos vivos de inoportunidad y de enredo, y también ejemplo de cómo se puede perder aún más dignidad después de haberla perdido en activo por lo dicho. Con lo expuesto es corolario que cualquier gobernante, si no se retira absolutamente de la política una vez experimentada, es despreciable. Pues la única manera de rehabilitarse a los ojos del mundo y de sí mismo, la única manera de redimirse de tanto daño cierto causado es, retirándose. Este es el único modo de impedir que, de por vida y si conserva una brizna de conciencia, le acompañe la pesadumbre de haber contraído la obligación de indemnizar moral o materialmente a millones de personas, y no poder hacerlo…  

 Y es que en tiempos en que no sólo persiste la abominable desigualdad social que hubo siempre, sino que la brecha entre ricos y pobres se abre más y más, es casi imposible que no se cierna sobre el dirigente la culpa de que no es posible gobernar sin causar grandes perjuicios para muchos o que, debiendo haberlos evitado o aminorado, nada hizo y nada pudo hacer. Por último, a ello se une otra sospecha: la del nepotismo, es decir, su enriquecimiento injusto y el de sus amigos, sea mientras gobernó sea después de gobernar. 

 El único gobernante que puede expiar haberlo sido o aspirar a ser perdonado por sus muchos yerros, es aquel que desaparece por completo y para siempre de la escena pública. ¿Hay algún político en el mundo armado de tal valor? 

richart.jaime@gmail.com



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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