Mi experiencia con recibimientos de años nuevos se ha circunscrito a dos ciudades: Caracas y Altagracia de Orituco. Más específicamente en el 23 de Enero de Caracas y en la urbanización Luis Hurtado Higuera, mejor conocida como Banco Obrero, en Altagracia. En ambos lugares, como ustedes bien saben porque han recibido años nuevos igual que yo, el último día del “año que se va” transcurre con cierta rutina de preparación de la comelona y tomadera de la noche.
El contenido de la cena varía, dependiendo de lo que cada quien aporte…Este año en Altagracia hubo hallacas, pernil, ensalada de gallina (sin manzana, odio masticar un pedazo de manzana cuando como esa delicia) pan de jamón y el dulce de lechosa de mamá, hasta ahora insuperable. A nuestro desorden familiar le agradezco la ausencia del jamón planchado, siempre caro y sin ninguna gracia culinaria, del italiano panetón , las nueces y las avellanas. Es que tengo gustos “limitados”, según decía mi hermano Pedro.
Las bebidas también descansan en los aportes, aunque este año el desorden fue tal que olvidamos comprar el vino espumante. El ponche, la cerveza, el vino y el güisqui complacieron los diversos gustos.
Lo cierto es que la primera vez que recibí un Año Nuevo en Caracas, por allá a mediados de los 90, fue a raíz de mi unión marital con un caraqueño. Por más de una década vivimos esa costumbre de “un año en mi casa y el otro en la tuya”. Gracias a esa alternancia tengo esas dos experiencias. La logística no es muy distinta. Las mismas hallacas, el mismo pan de jamón, los mismos horrorosos panetones y jamones… La misma bebida. La novedad fueron los fuegos artificiales. La magia de los fuegos artificiales, su belleza, su parecido con una lluvia de estrellas, la sensación de fiesta, de alegría y de plenitud, la combinación de la luz y el sonido hacen que la pólvora no sólo cause muerte y violencia sino que los corazones salten de alegría.
Desde las alturas del bloque 32 del 23 de Enero la panorámica es impresionante. Miles de silbadores, tumbarranchos, cebollitas, triquitraquis, cohetones, saltapericos, bin laden, siete colores, fosforitos, volcán, cebollitas y estrellitas resonaron como música en mis oídos. Antenoche en Altagracia deOrituco recordé esos años. Los cielos de Altagracia, por primera vez desde que tengo memoria, se llenaron de fuegos artificiales. No sólo fueron “los chinos” del abasto. Antes sólo “los chinos” monopolizaban la fiesta de luz, sonido y colores. Mucha gente se incorporó a esa fiesta y nuestro pequeño cielo se iluminó y nos hipnotizó por más de media hora. Extrañé una azotea en casa de mamá, para verlos con “visión 360”, eslogan de un otrora decente periódico. En Guárico despedimos 2011 y recibimos 2012 con la certeza de que ahora hay más inclusión y de que alcanzar la alegría colectiva no es una quimera. Pero que también hay que trabajar duro con el riesgo de morir en el intento ¡Feliz año para todas y todos!
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