El trabajo social recoge la complementariedad productiva que caracteriza los componentes de todo proceso de trabajo útil, la forzosa y armoniosa combinación entre la Naturaleza y el hombre, entre la mano de obra y los medios de producción. La mejor calidad de una materia prima se comportaría como la peor si quien la trabaje carece de la formación técnica que aquella requiere, según la complementariedad que nos ocupa. Despilfarro y bajos rendimientos se derivarían de semejante incorrespondencia. Y miremos bien que esto ha estado sucediendo ante nuestros cegatos ojos, y durante miles de años.
Riqueza de pocos, pobreza de muchos, despilfarros e inventarios invendibles e injustificados con hambre en paralelo, desunión permanente entre los hombres del mundo, y talleres repletos de trabajadores apelotonados en la fábrica y dispersos fuera de ella. Ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo para mancomunar nuestras visiones religiosas. Valga la digresión: El arribo al monoteísmo, por ejemplo, no ha impedido todavía esa división entre sus diferentes correligionarios, habida cuenta de que los monoteístas también se hallan divididos entre sí, además de estarlo fuera de sí. Los cristianos exhiben sus variantes, y suponemos que los musulmanes y budistas también lo hacen. A los practicantes de todas esas respetables religiones les ha faltado la mancomunión de principios laborales. Se hallan unidos en sus conciencias o ideales, pero no así en sus seres materiales.
Regresamos: Resulta que no sólo debe cumplirse la debida armonía técnica entre materias primas y demás materiales, herramientas y demás medios de producción, de la que tan exitosamente hace gala la Ingeniería, sino también dentro de la plantilla laboral con sus diferentes grados de preparación técnica correspondientes a las diversas y no menos combinadas fases del proceso técnico de producción. La esencia misma de los métodos de organización del trabajo y de la empresa tiene que ver con estas necesidades.
Pero, no se trata de una organización laboral impuesta desde arriba, con el auxilio de manuales ad hoc, sino de una connatural cooperación entre todos, con todos y cada uno de quienes participen en alguna labor productiva o recreativa, política o religiosa. Estos nuevos y revolucionarios objetivos ya no correrán a cargo de ningún especialista en particular ni a ningún grupo de ellos: correría a cargo del mismo equipo laboral que requiera tales reorganizaciones.
Es que, si bien se necesita un reacomodo prorrevolucionario entre las clases sociales imperantes, su desaparición pasaría también por una mejor preparación del proletariado en su conjunto mundial, una necesidad que, al parecer y razonablemente, estaría asumiendo el propio sistema capitalista, y lo está demostrando con las reformas redistributivas del capital variable que actualmente emprende a nivel mundial. A los indignados de Europa les reduce privilegios y amputa reivindicaciones de vieja data, y al os excluidos de Mesoamérica les eleva su ego y correspondientes condiciones materiales.
Hemos señalado también que las aplicaciones dadas al capital variable, la inversión de capital en personal formado por trabajadores simples y complejos, unos con mínima preparación técnica y otros con regular, buena y excelente preparación, deben acusar una tendenciosa distribución igualitaria. Obviamente, los hábitos salariales cumplidos hasta ahora no serán fáciles de quebrar, pero sí puede irse abonando el terreno en tal sentido.
El prejuicio con mayor y más razonable fuerza negativa es el que exige una respuesta admisible y convincente para la siguiente pregunta: ¿Qué sentido animaría a las personas para que unas inviertan más esfuerzos que otras en su preparación técnica y profesional, si a cambio recibirían iguales salarios cuando operen mancomunadamente en la fábrica?
No se trabaja por amor al arte, reaccionarán y responderán quienes durante milenios han sabido trabajar para vivir, y eso es perfectamente razonable. La natural vocación para tal o cual arte no bastaría a los trabajadores, en ellos reina una suerte de correlación biunívoca entre una mejor preparación con mayores ingresos personales y viceversa. Estarían contestes en que mandar a sus hijos a la escuela, liceos y universidades, carecería de todo sentido razonable, de rentabilidad, burguesamente hablando.
La respuesta, no menos razonable, aunque también cargada de otra no menos razonable incertidumbre, pasa por ir acostumbrándonos al reconocimiento de que todo trabajo es social, de que hemos mantenido y así seguirá siendo, una relación entre las personas, antes de ponernos a producir, y cuando lo estamos haciendo. Ya hemos dicho que el trabajo en solitario es más bien un ensayo hipotético, una propuesta que nos hacemos. Hasta los niños en sus fantasías dialogan y dialogan en sus monólogos. Lo hacen con amiguitos imaginarios de quienes reciben respuestas y reacciones y a quienes otras tantas les devuelven.
Entre los trabajadores asalariados no hay diálogo posible, ellos sólo conocen y han conocido de órdenes, instructivos, manuales y disciplina sobre el qué hacer, cómo hacerlo, cuando y dónde.
El marxismo propone: la mancomunión de los esfuerzos personales, y la remuneración social también mancomunada mientras superviva el capitalismo, vale decir, la preparación sin límite de todos las personas o potenciales “vivientes”, independientemente de sus aplicaciones concretas en las diferentes fases del proceso técnico, fábrica adentro, la preparación, decimos, de los hasta hoy denominados trabajadores porque, precisamente, hasta ahora han trabajado para vivir, sin practicar todavía las experiencias de vivir para trabajar. Esta ha sido la histórica manera de elevar la productividad, la rentabilidad burguesa, sólo que aplicando la norma de que según cada quien rinda, según s a cada quien.
Las actuales y marcadas diferencias salariales y remuneraciones en general que se observa entre los trabajadores equipados en tal o cual empresa no es algo arbitrario ni desconsiderado de parte de los capitalistas contratantes. Tales desproporciones entre los trabajadores guardan una forzosa y razonable relación lineal con sus preparaciones técnicas. Hasta ahora tenemos extensos cuadros de trabajadores potenciales reducidos a una preparación técnica rayana en cero, mientras en paralelo graduamos y favorecemos a una minoría con grados y posgrados de toda índole, y se hace así sin tener una inventario nacional de demanda y oferta de tales o cuales servicio, en tales o cuales empresas, porque también hemos carecido de una mancomunión política entre gobiernos y pueblo.
De tal manera que mal podrían igualarse o reducirse con justicia los abismos salariales, mientras nos reduzcamos los abismos preparacionales en lo técnico y profesional, y porque resulta perfectamente concebible, y posible, factible y viable el logro de la máxima rentabilidad por vía de una mancomunidad educacional, será derivable una mancomunidad salarial y un mancomunal desarrollo de las fuerzas productivas y de la producción mundial. Para ello debemos ir formando personas con una “máxima preparación elemental”, de tal manera que el obrero del taller o del aseo no sea un ignaro mientras sus supervisores o gerentes sean acabados intelectuales y especialistas con alto rango académico.
Cuando Arturo Úslar Pietri señaló que en Venezuela “de nada sirve un un título de Sexto Grado ni de Bachillerato”, salvo para entubarlos a en la Universidad, tal vez, estaba consciente de esta falla en el sistema burgués, porque de comunista indubitablemente tuvo muy poco. ,
Con semejante híbrido laboral, que viola toda noción de complementariedad, no puede ni ha podido esperarse buenos rendimientos para ninguna sociedad. La mancomunión técnica a la par con la mancomunidad salarial, entre otros logros abarataría como nunca antes el coste de vida, y no precisamente por razones de crisis económicas: Sería el descubrimiento de las anticrisis.
Cuando todos los cotrabajadores posean un nivel técnico medio, igual en sus fundamentos de cultura y academia, aunque diferenciados en sus aplicaciones concretas en fábrica, cuando el salario se socialice, entonces podría empezarse a ver y descubrir todo el desatado crecimiento en los rendimientos de cada uno y del todo equipo involucrado en todos los procesos laborales.
Por primera vez, la humanidad conocería de la explosión material más poderosa que las conocidas hasta ahora, en materia de riqueza para bien de todos, para reducir los despilfarros, los costes, para elevar al máximo la rentabilidad social y colectiva, para acabar con la diferencia entre ricos y pobres entre trabajadores y no trabajadores.