El día 11 por la tarde, gris el cielo, tenebroso el horizonte, un manto de brutales presagios cayó sobre la tierra, y vi que era la mortaja con la que nos cegaban a todos.
No supimos más del Presidente.
No habló más el hombre de la prodigiosa palabra que nos podía sacar del horrible limbo de quinientos años, y los medios se apagaron para siempre, para toda información, cuando en los días precedentes no cesaban de aterrorizar al pueblo con sus ardientes y tenebrosas noticias sobre muerte y destrucción.
Fue la tarde más triste que haya conocido en mi vida.
Era como la muerte de la patria cuando estábamos a punto de verla renacer tal cual siempre la había imaginado Bolívar.
Entonces tuve atascada la muerte en la garganta y me convertí en un zombi que vagaba por las calles, que entraba y salía de las casas, sin rumbo, que veía al mundo como un amplio campo de almas muertas.
Todos mis semejantes carecían de palabras y eran también sombras y oscuras vaguedades sin objeto ni destino.
Estaban los teléfonos para llamar a alguien, ¿pero para qué, si nadie sabía nada?
Y al parecer con la muerte también atascada en la garganta nadie tenía nada qué decir.
Amanecí escribiendo un artículo para el semanario La Razón que se titulaba “El chavismo no morirá nunca”, y fue el único artículo en la prensa nacional que salió publicado el día domingo 14 a favor de Chávez. Por cierto que mi hermana Milagros que lo leyó me suplicó que no lo mandara porque las bandas de asesinos al mando de Rafael Poleo me iban a matar.
Por la mañana del día 11, bien temprano me había dirigido al edificio de los Tribunales, en la Esquina Caliente, hacia el último piso, donde Giandomenico Puliti tenía su oficina. Giandomenico era director de Cultura y tuve una reunión con él analizando la situación política.
Giandomenico veía todo muy sombríamente, lo que me preocupaba bastante. Me dijo que era tan crítica la situación que había problemas en el aeropuerto de Maiquetía; un conferencista (creo que Rigoberto Lanz) que ese día debía venir a dictar una Conferencia en el Centro Cultural Tulio Febres Cordero, CCTFC, se encontró con que su vuelo había sido cancelado. Al conferencista lo esperaba una multitud de maestros y profesores en el CCTFC, y entonces Giandomenico me pidió que yo los atendiera.
Por todos lados uno se encontraba con aparatos de televisión y de radio a alto volumen dando partes de la multitudinaria y pavorosa marcha de los escuálidos en Caracas.
Yo caminaba hacia el CCTFC como un condenado, aterido de arrechera y de dolor, y a los docentes les lancé un encendido discurso en el que aseguré que a Chávez nadie lo derrocaría.
Lo dije con todo el convencimiento de mi alma…
El día 12 salí a la calle no haciéndole caso a los ruegos de mi mujer que me pedía, por mis hijas, que me fuera a El Morro donde me podía encontrar con mi amigo Carlos, y permanecer allí por un tiempo. En el camino me topé con el profesor Ernesto Valiente (hoy fallecido) profundamente abatido quien me extendió su mano fría que era también la de su alma sin aliento y sin salida.
Afuera el mundo celebraba la caída del “tirano”: Colombia y Perú celebraban, España celebraba, Estados Unidos celebraba…
Como a la diez de la noche recibí la visita del profesor Alberto Serraval quien me dijo de entrada:
- Tengo vergüenza de llamarme venezolano. Cómo nos han engañado. Todo ha sido una gran farsa, una gran infamia. ¿Ahora qué haremos, José?
Luego llegaron mis hijos del primer matrimonio y me preguntaron qué iba a ser del país, de todos nosotros, sobre todo qué iba a ser de mí, uno de los hombres más odiado por la ultraderecha de Mérida.
- Papá tienes que cuidarte.
Todos parecían decirme en mi cara:
- José, no tienes escapatoria.
Después se presentó la directora de un colegio privado que comenzó a augurar una Venezuela distinta, sin odio ni enfrentamientos.
Aquellas visitas eran como si estuviesen expresándome el pésame por una inmensa e irreparable pérdida.
Tomé mi pistola Star y comencé a prepararme para lo peor, porque pensaba en el Chile post Allende, y estaba decidido a no dejarme sorprender como un pendejo.
Nada de entregarme.
Me lo decía Giandomenico:
- El día que aquí se forme un gran peo al primero que buscarán para sacarlo de circulación será a ti. Tu prontuario para la godarria es muy arrecho.
Y no fue así: uno de los primeros eliminados por la oligarquía fue Giandomenico.
Las noticias que llegaban de todas partes hablaban de que el Presidente había renunciado.
Mi amigo Giandomenico Puliti ya estaba preso en un cuartel de Mérida por orden del general Wilmer Moreno y con él perdí entonces todo tipo de comunicación.
No quería yo salir hacia las afueras de la ciudad y ese día 12 me dirigí a la Facultad de Ciencias para guardar en mi cubículo varias cajas contentivas de trabajos sobre Irak (había estado haciendo planes desde el canal de televisión OMC para entrevistar a Sadam Hussein), sobre el proceso bolivariano y multitud de documentos sobre dos libros que estaba escribiendo (entre ellos “Las Putas de los medios”).
El día 13, a eso de las 8 de la mañana, me llamó desde Caracas el periodista Alberto Garrido, pieza clave de la oposición y a quien conocía desde hacía muchos años. Siempre estuvimos en bandos políticos diferentes Alberto y yo, y recuerdo que cuando él se encargó de la dirección de “El Correo de los Andes” me dijo por todo el cañón que ya yo no podía seguir publicando mis escritos en ese diario. Era la línea que se había trazado, la misma asumida por Fernando Báez cuando tuvo a su cargo la dirección de ese periódico.
Bueno, no me molesté, era la mala fama que cargaba por todas partes; me cerraban las páginas el diario “Frontera” dirigido por Luis Velásquez Alvaray, me cerró también sus páginas los diarios El Vigilante y El Globo y más tarde el semanario La Razón. En esos días de abril, el programa “Semblanzas y Tradiciones” que tenía por OMC-Televisión fue eliminado.
Pues bien, Alberto comenzó hablándome del horror por el que había pasado la ciudad de Caracas el día 11, y mencionó “los crímenes imperdonables y monstruosos de los chavistas que estaban disparando desde Puente Llaguno, contra la pacífica manifestación”. Le contesté que todo había sido planificado para sacar a Chávez del poder y al instante noté que Alberto me respondía con prepotencia y cierta satisfacción. Entonces Alberto fue al grano:
- Bueno, José, te estoy llamando porque un grupo de periodistas internacionales quieren entrevistar a Isaías.
- ¿Y qué sé yo de Isaías?
- Le podemos dar toda clase de seguridad; no le va a pasar nada.
- No sé de Isaías y si lo supiera debes conocerme que ni por el carajo te diría dónde se encuentra.
He de aclarar que Isaías es mi primo, pero casi nunca nos comunicamos y desde que él había comenzado a tener una elevada figuración en el gobierno, me hice el propósito de no molestarlo en absoluto. Cosas de pudor. Suelo distanciarme, por puro pudor, insisto, de familiares y amigos que alcanzan elevadas posiciones en el gobierno, en el poder. Y esto no quiere decir en absoluto que le he sacado el cuerpo a la lucha revolucionaria. La verdad sea dicha, yo toda la vida he luchado casi solo contra las adversidades de modo que hoy me asombra haya tantos revolucionarios.
A la hora y media me vuelve a llamar Alberto y me dice que se ha presentado un problema en Maracay y que el general Baduel desconoce al gobierno de Carmona. Y me lo dice sumamente preocupado.
Es entonces cuando logró comunicarme con Giandomenico Puliti y le informo que se ha producido un alzamiento en Maracay y que se comienzan a producir movilizaciones en los barrios de Caracas.
Fue toda una iluminación, un resucitar, un renacer.
Todo cambio con la velocidad del rayo volvió, volvió, y para quedarse para siempre en todos los corazones.