Los festines de la muerte

Quienes hemos leído algo sobre los aciagos espectáculos celebrados  durante el Imperio Romano, recordamos cuando a la gente se le ofrecía en el coliseo la oportunidad de disfrutar, “en vivo y en directo”,  la muerte de los insurrectos dentro de las fauces y en las garras de las fieras.  Durante la Edad Media,  cuando los   condenados por herejía por el Santo Oficio eran chamuscados en la plaza pública,  miles de vecinos se apersonaban para regocijarse de la macabra distracción. Igual ocurrió con los infelices ahorcados y decapitados en Londres y de manera similar, con los descabezados en las plazas de París; eran tiempos de la cruenta Revolución Francesa. Durante estas ejecuciones, recogen las crónicas,  miles de personas se agolpaban cerca del cadalso para ver rodar la pensadora de algún ejecutado por el verdugo de la guillotina. A tal horror llegó el culto a la muerte de la gente de la época, que los dueños de los edificios, cercanos al patíbulo, alquilaban los balcones para que los necrofílicos se solazaran al mirar rodar por el suelo la cabeza del infeliz. Se cuenta que  algunos espectadores se acercaban para cortarle un mechón de cabello o recoger en un paño la sangre del testuz del  guillotinado para realizar algún maleficio. También Hitler, para el deleite de los cultores de la muerte, nos legó parte de esos horrores. Agreguemos a esto las dos bombas atómicas lanzadas por los EEUU sobre dos ciudades japonesas. Yo creí que esos tiempos azarosos eran parte de la historia pasada. Lo recién ocurrido en diferentes sitios del planeta nos  muestra todo lo contrario.

   En la actualidad, los cultores de la muerte, no tienen que asistir directamente a esos lúgubres escenarios, para eso existe la prensa escrita y la televisión. Con asombro veo como las primeras planas de los periódicos y en las cámaras de la televisión mostrando el cadáver ahorcado de Sadam Huseín; numerosos gusanos mayameros han celebrado más de una vez la muerte de Fidel Castro, para desgracia de ellos aún sigue vivo. La prensa amarillista le pidió a grito a la CIA el cadáver de Osama de Bin Laden quien nunca apareció y lo más reciente, el magnicidio de Muanmar Kadafi. Es lamentable como, sin recato alguno y sin respeto por la dignidad del prójimo, los periódicos se pelean para reseñar en la primera página un despiadado y degradante espectáculo.

    No debemos olvidar que aquí en nuestro país tenemos nuestros criollos cultores  de la muerte. Es el caso del  El Nazi-anal, cuyo director se solazó con la impúdica publicación de varios cadáveres en una sala de la morgue. Cómo olvidar el caso del hoy recordado Clodosbaldo Russian, a quien un periódico se le ocurrió mostrarlo de manera indolente y abusiva en su lecho de muerte. Pero los necrofílicos no sólo están en la prensa escrita, también en los programas la televisión, como  en los de Globovisón, donde sus presentadores  hacen, de manera descarda, apología de los asesinatos causados por la OTAN en Libia, Siria y  Afganistán. En esta nación, arteros soldados estadounidenses orinaron los cadáveres de algunos civiles.  Improbable dejar atrás, el ignominioso genocidio del estado de Israel contra el pueblo palestino. Por desdicha, en Venezuela tenemos algunos dirigentes políticos necrofílicos, como el ex alcalde Leopoldo López  y el gobernador Henrique Capriles. Los referidos se arrogaron el derecho de hacer justicia por sus propias manos. Aquellos perversos parecieron retroceder a la época de la barbarie, pretendiendo hundir nuestra patria en los abismos cenagosos de una cruenta dictadura, intentando replegarse a la vida primitiva lejos de los tiempos de la civilización.

    Inaceptable olvidar el 11 y 12 de abril del 2002, cuando aquella nefasta “santísima trinidad”, formada por la CTV, la jerarquía de la iglesia y FEDECÁMARAS, servilmente representadas por Carlos Ortega, el cardenal Ignacio Velazco y el gris  empresario Pedro Carmona,  enlutaron al país. Estos inicuos, con el apoyo de la  radio, la televisión privada y la prensa escrita engañaron a la “sociedad civil” para conducirlos hacia el sacrificio.  Para esa fecha los “connotados ciudadanos” uno de ellos, hoy candidato majunche y conductor el de autobús de la línea “el progreso” y el otro, su entrañable amigo, ambos alcaldes en ejercicio para la época,  entregaron el ministro Chacín, a una caterva enardecida para que dicho funcionario fuera ajusticiado. El mismo procedimiento lo intentaron contra los miembros de la embajada cubana cuya violación fue cohonestada por el ignaro líder de Primero Justicia, el hoy gobernador Carpriles. Además de esta iniquidad, también arremetieron contra el  diputado Tarek William y en contra el gobernador Ronald Blanco. Y qué decir de la persecución, llamando al linchamiento público,  a los funcionarios del gobierno del presidente Hugo y a los militantes del MVR. Todo esto instigado por los periodistas de los medios de comunicación privada. Era  el trofeo que se entregaba  al gobierno de los EEUU para que los buitres se regodearan con la carroña de la perversidad. Era el regreso a las épocas aciagas cuando los necrofílicos le rendían culto a la muerte y a los verdugos.

    Las intenciones criminales de los golpistas del 11 de abril de 2002 se hicieron evidentes con el secuestro de Hugo, con la colaboración directa del gobierno estadounidense. Todos el mundo conoce la estela de magnicidios y de crímenes de dirigentes políticos donde está comprometida la CIA: Lumumba, Hussein, Gadafi, Francisco Caamaño Deñó, J.F. Kennedy, Pancho Villa, Omar Torrijos, el Che Guevara, Maurice Bishop, Salvador Allende... y en cuantos derrocamientos de presidentes democráticos tienen sus manos metidas. Por qué dudar de las fatídicas intenciones de los golpistas en su objetivo de acabar con la vida de Hugo y el fin de un proceso liberador de América Latina. Qué se puede esperar de unos golpista cuyos aleados eran y son la CIA,  el Mossad (los servicios secretos de Israel, cuyos agentes entrenaron a los paramilitares de Colombia) y  Alvaro Uribe, creador de los “falsos positivos”. Si no hubiese intervenido el heroico pueblo de Venezuela, el destino de  mi comandante Hugo hubiese sido el mismo que el de aquellos líderes. No les da vergüenza frente a sus seguidores que ninguno de aquellos golpistas ha tenido la hombría suficiente para reconocer su participación en aquellos acontecimientos que apesadumbraron varias familias venezolanas.  

   Es tal el desparpajo de los diputados de la oposición que ahora, diez años después, pretenden minimizar y banalizar la gesta de los días 11, 12 y 13 de abril y convertir aquellos héroes muertos, víctimas de los sanguinarios instintos de los golpistas, en sólo estadísticas. Su necrofilia no les permite sensibilizarse y pensar que aquellos difuntos tienen nombres y apellidos; asimismo, su sempiterna ausencia será la causa de lágrimas de sus madres, viudas, huérfanos, hermanos y amigos. Es tal el culto a la muerte de estos desalmados, entre ellos el candidato majunche, de la prensa y la televisión privada que hacen de la enfermedad de Hugo un pasto para alimentar su necrofilia, sin darse cuenta que al lado del presidente existe un cuadro familiar preocupado por su salud y  un pueblo que lo desea vivo y sano para continuar con este proceso bolivariano y socialista. Esta causa revolucionaria, contraria a la oposición necrofílica, ofrece al país, no muerte sino vida a través de programas de salud, alimentación, vivienda, educación, solidaridad, justicia, igualdad y un gran amor hacia el prójimo.     

    Por fortuna, a pesar del silencio mediático, llegó el 13 de abril y la oligarquía sufrió en carne propia lo que era el poder popular de brazo con una Fuerza Armada revolucionaria; ojalá que no lo olviden. ¿Será que algunas personas todavía no han dominado los genes recesivos de los bajos instintos de la bestia y son capaces de regodearse con los festines de la muerte? Tiene razón Hugo, “ah muchacho pa´ bobo”, pensar que pueda cautivar y engañar con frases vacías y con una pésima administración en la gobernación de Miranda, a un pueblo heroico y preparado políticamente. Y cuando escucho el candidato de la burguesía parásita, de abisal ignorancia,  y a sus infaustos adláteres  proferir insondables  burradas, no tengo ninguna duda que aquellos necrofílicos más nunca volverán.

enocsa_@hotmail.com



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Enoc Sánchez López


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Enoc Sánchez

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