Al final, como vemos, una guerra entre economistas; todos expertos
en "el mercado" y todos defensores y estibadores del capitalismo. Los
que siguen a Friedman y compañía, que son los ganadores de esa guerra,
no necesitan campañas propagandísticas ni reafirmarse: hacen actuar a
los políticos en todo cuanto abarca la Escuela de Chicago: la demografía
incluida. El poder absoluto no necesita esforzarse para convencer ni
discute, actúa.
Atacar los pronunciamientos de la Escuela significa aceptar “el
sistema”, y a quienes pensamos contra el sistema nos dan igual las
variantes dentro del sistema. Por eso ahora me centro en los otros, en
los capitalistas hoy de segunda división, los que sostienen que en el
crédito y el consumo está la solución...
Quizá, dentro del sistema, no les falta razón en el sentido
estrictamente economicista, pero sigue siendo una visión mezquina, la de
ellos que se llamaron un día socialistas. Mezquina, porque sólo piensan
en lo inmediato, y además dejando al margen el impacto que el consumo
causa en la sociedad mundial y en el planeta. Semejante receta, es decir
que sólo con crédito y generando consumo se crean puestos de trabajo y
se reactiva la economía, es como esparcir virus o bacterias para dar
trabajo al sanitario, o emporquecer tu casa para dar empleo al
limpiador. Si las teorías de la Escuela de Chicago pueden ponerle a uno
los pelos de punta (no sólo son inermes ante la pobreza y la desgracia,
es que las buscan con guerras, desatenciones sanitarias y otras medidas
para mermar intencionadamente la demografía), los economistas de la otra
acera muestran una grave cortedad de miras al ver sólo en el consumo la
salida.
Pues, desde otra perspectiva que no sea salir del paso, ni
siquiera sostenido es ya deseable el consumo como pedagogía social
aunque pueda haber un acierto de coyuntura en la propuesta. El consumo y
el crédito alocados han sido una de las causas de la causa. Y por otra
parte, no hay razón suficiente (principio de lógica formal) para
sostener que el Estado y las instituciones deban comportarse de modo
distinto al buen administrador que evita el déficit y la deuda, los dos
fines que los economistas de uno u otro bando del capital buscan
denodadamente por unas u otras vías.
En el plano psicológico y cultural, ése que a ambos trae sin
cuidado, ya de por sí el verbo consumir encierra la semilla del
embrutecimiento. Por mucho que ello pueda generar un poco de empleo,
esta sociedad seguirá siendo una nave repleta de neoesclavos insolventes
abocados sólo a trabajar y a consumir, contrayendo por otra parte
deudas que, dada la crónica inestabilidad en el trabajo y en la vida
actual tal como está diseñados, no podrán pagar.
Que haya periodos en que las gentes se lanzaron a la calle y a los
comercios, y que ese tráfico haya generado alegremente puestos de
trabajo, no quiere decir que la felicidad o el bienestar sean
consecuencia del consumo. Sólo una sociedad roma y empujada por la
publicidad a comprar, a comer y beber fuera de casa, a buscar en el
consumo el remedio contra la depresión es capaz de creer que en el
consumo y el endeudamiento está la panacea. Sólo una sociedad
embrutecida, dirigida por gobernantes y una oposición embrutecidos
pueden suponer que en el consumo está una solución que no sea
momentánea, pasajera.
Y no sólo soy yo quien creee que esto es así. Hay movimientos en
el mundo que no pasan a un primer plano de la noticia porque no se lo
permiten las clases dominantes, que están inequívocamente justo a favor
del “decrecimiento”. Gentes que han comprendido que no sólo el desempleo
sino sobre todo el consumo, son los principales enemigos de la vida
satisfecha.
Pues bien, todos los economistas y sus teorías contradictorias,
tan inseguras como los pronósticos del tiempo, sean de la escuela que
sea, y quienes se alían a ellos y se apoyan en ellos, están demostrando
al mundo la miserable miseria del capitalismo sostenido en un in
crescendo a porrazos.
Lo que hay que lograr es que un grupo de valientes de al traste
con los conceptos económicos y políticos al uso ya caducos; que den un
golpe de timón al pensamiento único y a todo lo que arrastra consigo, y
que eleven la conciencia tanto dirigente como colectiva. Sólo así
podríamos vivir ahora tranquilos, y sólo así podrán sobrevivir las
siguientes generaciones en un planeta que se agota por la codicia de los
fuertes y por la obsesión del consumo inoculada por aquellos a los
débiles, que somos la inmensa mayoría y al final la humanidad...
richart.jaime@gmail.com