“Repartí periódicos, vendí verdura, fui empleado de tienda, mesonero, coseché fruta, lave carros, lavé cadáveres infectados, recogí remolachas, puse hielo en cavas, tendí rieles de tren, fui reportero de periódicos, trabajé ocho años en el turno de noche de una gran fábrica, observé muchos rostros norteamericanos, los vi en el estallido de granadas antiaéreas a mil metros sobre Japón, en una trinchera de Okinawa cuando observaban el cielo para ver dónde caería la próxima bomba. En una lancha de desembarco acercándose a una playa que se agitaba más violentamente que el oleaje que atravesaban. Asesoré a una prostituta en libertad provisional sobre cómo librarse del policía que la había detenido, robaba la mitad de sus ganancias y regalaba a los amigos “pases de cortesía” que les daban derecho a estar con ella sin pagar. Luis B. Mayer me preguntó por qué yo no tenía religión y un alto funcionario del Departamento de Estado me preguntó cómo hacía yo para trabajar con ese montón de judíos de Hollywood. Vi rostros norteamericanos en una iglesia congregacional de New Hampshire a la cual un colega y yo fuimos con un grupo de estudiantes como guardaespaldas. Vi esos rostros en el local del sindicato de Mineros de Duluth una noche en que el viento soplaba la nieve tan fuerte que no se podían usar los autos y todo el mundo tuvo que caminar a la reunión. Los vi en el salón de banquetes de un hotel en Nueva York cuando la Asociación de Libreros me otorgó un premio nacional: los vi de nuevo en la tribuna de jurados cuando todos dijeron que yo era “culpable de los cargos” y uno de ellos lloraba al decirlo. Fui desnudado por norteamericanos, formé desnudo con ellos y ante ellos, y me incliné obediente cuando me lo ordenaron para exponer mi ano a un registro en busca de contrabando. Viví con, confié y confiaron en mí ladrones de autos, abortistas, destiladores clandestinos, estafadores, rateros, testigos de Jehová y cuáqueros. En un día gris visité el cementerio de la Quinta División de Marines en Iwo Jima y vi las tumbas de 2198 norteamericanos y en el medio, en un delgado poste blanco en un pedestal de cemento, ondeaba la bandera de los Estados Unidos. Y juro que no era la bandera de los informantes. Si pudiera hacer un censo de todos los rostros norteamericanos que vi y de todos los muertos cuyas tumbas visité y si pudiera hacerles una simple pregunta: “¿Te agradaría alguien que delatara a un amigo?” no habría ni uno solo de ellos que respondiera que si: enséñenme, pues, el hombre que delató a sus amigos y que desde entonces gana dinero como nunca antes y yo les mostraré no un ciudadano decente ni un patriota sino un miserable bellaco que traicionará no sólo a sus amigos sino a su país. No conozco ningún informante de Hollywood que no actuara por coacción y dinero. Esos hombres deben ser vigilados, no puedo imaginar que no lo sean”.
Así habló Dalton Trumbo (*) el gran novelista, guionista y director de cine estadounidense, perseguido, condenado a prisión y exilado durante el macartismo.
Y todo aquel que conoce al pueblo trabajador de los Estados Unidos conoce sus cualidades, mucho más ahora que se enfrenta a sus explotadores en una interminable protesta que ocupa ciudades y sólo terminará cuando termine esta nueva forma de esclavitud y se cumpla la profecía de García Lorca en Nueva York: Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos, que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas, que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, que ya vendrán lianas después de los fusiles y muy pronto, muy pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street!...
Es repugnante ver al gobierno de los Estados Unidos pisotear los valores morales de sus conciudadanos y conspirar contra la felicidad y libertad de otros pueblos usando el falso testimonio de criminales “arrepentidos”, horrendo invento de la Inquisición para castigar la disidencia y robar la riqueza ajena. Es moda en las instancias judiciales yanquis presentar a prófugos de la justicia internacional, como los, como magistrados felones venezolanos Eladio Aponte Aponte y Velásquez Alvaray para difamar a la Venezuela bolivariana, o como el traficante confeso René Sanabria, ex jefe antinarcóticos de Bolivia, usado para calumniar al gobierno de Evo Morales. Las declaraciones de esos delincuentes se presentan a los medios de comunicación para descalificar a los gobiernos que afirman la dignidad nacional y no se inclinan ante el Imperio.
Pero los difamados y calumniados ya no están solos porque la unidad de la explotación crea la unidad de la solidaridad; y porque la economía desaforada del capitalismo terminal produce cambios en el espíritu de sus víctimas. Los ciudadanos de Estados Unidos y Europa ahora llaman a las cosas por su nombre, capitalismo e imperialismo, y saben quién maneja el palo que los hiere: el diagnóstico es la primera fase de la cura.
Los ciudadanos valientes que realizan ocupaciones en Wall Street y las principales ciudades del Norte, también son criminalizados y sujetos a toda clase de provocaciones y violencias, porque la justificación racional y moral del sistema se ha derrumbado por la codicia, el egoísmo y la brutalidad de la clase dominante. Lo que era esencial se ha vuelto visible, el tiempo de las vanguardias fue vanguardia de este nuevo tiempo donde la teoría revolucionaria se ha vuelto una banalidad de base porque los secretos de la economía política son del dominio público, tan cotidianos como la pobreza y la contaminación. La conciencia de la gente rompe el sortilegio del pensamiento dominante, esa versión burguesa del mundo que con la crisis pierde sentido y efectividad: hemos entrado en época de guerras y revoluciones. Hoy otro mundo no sólo es posible sino urgente e indispensable.
El papel del pueblo norteamericano en esta lucha de titanes será cada vez más importante. Su inmensa tarea es recuperar los valores morales que nacieron y se afirmaron en su propia lucha antiimperialista de, hasta que llegue a ser verdad la estrofa de su himno que cantan antes de los grandes juegos: “Oh, dime si todavía ondea la bandera de las barras y las estrellas, sobre la tierra de los libres y hogar de los valientes”.
Y lo lograrán, porque no están solos y nosotros tampoco, y lo sabemos.
(*) DALTON TRUMBO (1905-1976). Fue uno de los “Diez de Hollywood”, obligado a testificar delante del Comité de Actividades Antiestadounidenses en 1947, durante la cacería de comunistas en la industria del cine. Debido a esto tuvo que usar seudónimos en sus trabajos y no pudo recibir un “Oscar” que había ganado. Entre sus películas destacan Johnny cogió su fusil, Éxodo, Papillon, Espartaco y Acción Ejecutiva.
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