Oradores han existido de todos los tipos, como Demóstenes, el mejor tribuno de la humanidad, cuyas argumentaciones, y genio fueron puestos al servicio de la liberación de su pueblo. Pericles el olímpico, cuya recia voz parecía el sibido de un tornado, Sócrates el de las profundas reflexiones.
Son famosos los discursos de J.F Kennedy, el orador que más rápido ha pronunciado palabras por minuto, Fidel Castro, mantiene el record del discurso más largo, El Lobo Gaitán, Juan Domingo Perón, El Che Guevara, Churchill, Hitler, De Gaulle, Mussolini, Jóvito Villalba, Domingo Alberto Rangel.
Alocuciones memorables estampadas con letras de heroísmo, que el mundo recuerda: “Tengo un sueño de”, de Luther King, “La oración por la Paz” de Gaitán, “El pueblo entrará conmigo a la Moneda” de Allende, “El temor más grande”, de Nelson Mandela, Basta el ánimo para conquistar el mundo”, de Hernán Cortés, y “Saludo en ustedes la vanguardia del proletariado”, de Vladimir Lenin.
El orador sube a la tarima, con la certidumbre de poder convencer a la multitud que lo aguarda ansiosa y expectante, sabe que el silencio y las pausas, pueden ser sus aliados cómplices, pero también debe saber que pueden ser su peor enemigo.
Capriles, parece no estar hecho para el discurso, la prensa especializada lo vende como un político pragmático y de rápidas ejecutorias, por eso no se puede esperar que de la noche a la mañana se convierta en un gallo como Gustavo Machado.
Sin embargo ante el hecho trascendental de la inscripción de su candidatura, en representación del modo de producción capitalista, que ha devastado Europa, y mantiene sumido en la pobreza más abyecta a 3000 millones de seres humanos.
Se espera con impaciencia por el orador, presumiendo que sus palabras, deben ser firmes y convincentes, capaces de moralizar a sus partidarios, y de convencer a los neutrales de que su propuesta es la más viable.
Sin embargo el que se presentó en la tarima era apenas un vulgar remedo del candidato presidencial que aspira dirigir los destinos de un pueblo. Estuvo 19 minutos con el micrófono en la mano, sin saber que decir.
Su discurso es digno de figurar en una antología de la historia universal de la infamia, lleno de lugares comunes, de pequeñas ideas sueltas, de gritos horrendos y patéticos “como te quiero Venezuela”, de poses ridículas, como cuando enseño la barriguita llena de pecas. De silencios absurdos y de largas pausas injustificadas, que terminaron por convertir su presentación en 19 minutos de angustia, horror y mucha vergüenza.
La escueta presentación del candidato capitalista, más que un problema de incapacidad verbal, fue un hecho frio y calculado de engaño a los electores, porque no se pueden mercadear, las ideas económicas que han destrozado Europa.
No tuvo valor para defender sus convicciones neoliberales, le faltó coraje para explicarle a los venezolanos su programa fondomonetarista de liberación de precios, ajuste del gasto público, privatización de PDVSA y otras industrias estratégicas.
Martin Luther King, en uno de los discursos memorables de la historia dijo “Tengo un Sueño”, lo del flaquito capitalista más que un sueño presidencial, se convirtió en una pesadilla.