Octubre se acerca y las contradicciones se agudizan. Del lado de la Revolución Bolivariana se amplían los espacios de discusión del Plan de Gobierno 2013-2019 y se acelera el trabajo político. Del lado opositor se centran las acciones en criticar que el Presidente haga uso de los recursos que por ley corresponden para ejercer sus funciones de gobierno a favor del Pueblo, a la vez que se repiten con preocupante frecuencia hechos de violencia en sus actos de campaña y que sigue invisibilizada cualquier posibilidad de discutir el proyecto político de su candidato.
Pasan las semanas y las ya abismales diferencias entre ambos proyectos y visiones no hacen sino ensancharse, uno tendiendo su mano al país; otro dándole la espalda. Basta dar un vistazo a la encuestadora de su preferencia -una seria, claro está- para advertirlo. Esto no sólo lo sabemos quienes a diario sentimos – pensamos – hacemos la revolución sino que lo manejan también quienes invierten sus esfuerzos por frenar los cambios que han favorecido a nuestro Pueblo, resultando en los sucesivos episodios de violencia originados en el sector opositor, en lo que pudiera interpretarse ya como una consecuencia ante el desespero y la impotencia, ya como parte de un plan sistemático de desestabilización y zozobra que pudiera permitir a algún inescrupuloso -¡y miren que abundan!- pescar en río revuelto. O algo aún peor, una perversa combinación de ambas.
El mensaje de paz y unión que esgrime el candidato opositor nada tiene que ver con la violencia verbal y física que han llevado adelante algunos de sus simpatizantes y más de un dirigente en contra de periodistas y partidarios de la Revolución Bolivariana. Nuevamente alza su voz el Padre Bolívar para recordarnos que la violencia es el arma de los que no tienen la razón.
Las cartas están sobre la mesa: encapuchados, violencia y la nada como oferta política versus la consolidación de la Independencia y el Poder Popular. Los indecisos cada vez la tienen más fácil para decidirse: basta observar la contundencia de la realidad, no de la mediática, menos la del discurso vacío, sino la de verdad verdad.
