Hace mucho tiempo que en Margarita no vivíamos con emoción una campaña electoral. Los margariteños y navega’os parecíamos condenados a que la revolución llegara en mezquinas goticas, filtradas hasta la aridez por Escarlatina Rojas Bermellón y sus secuaces. Margarita aplastada por un adequismo absorbente que terminaba destiñendo a rosado a los más rojísimos dirigentes. Margarita veía la revolución por la tele, como quien mira una película bonita para soñar un ratico un sueño imposible. En Margarita nunca nos resignamos.
Y llegó Mata Figueroa, y todos lo miramos llenos de dudas por un brevísimo momento… Rapidito descubrimos al General Cacheroso: un hombre sencillo, brillante y transparente que vino a casa cargado de soluciones.
El pueblo margariteño se alborotó. Ayer vivimos un capítulo de ese feliz alboroto en las calles de Salamanca, a decir verdad, en una sola calle de ese pueblo porque el alboroto fue tal que no dio para recorrerlas todas.
La convocatoria vino de la gente y uno mismo no se embarca, así que llenamos la calle de banderas, música, alegría. Nos encontramos los amigos, nos contamos y éramos muchísimos. Nosotros, sin más medios que nuestros teléfonos y nuestras ganas, habíamos armado una gran concentración.
Al llegar, no me extrañó la ausencia de Escarlatina Rojas Bermellón, alérgica a las iniciativas populares. Pero eso no era lo importante… O justamente lo era: Escarlatina no tenía nada que ver con esa manifestación maravillosa que habíamos armado.
Pasadas las cuatro de la tarde Mata no había llegado, estaba atrapado en una cola enviando mensajitos de texto: “Ya voy para allá”. Entonces, o te montas o te encaramasmente, sí llegó Escarlatina, como para dar la cara, para salir en la foto, una foto que quizá había querido que nunca se hiciera.
Nadie le paró a Escarlatina, todos mirábamos preocupados cómo el sol se iba apagando cuando en una moto, de parrillero, llegó sonriente el General cacheroso.
Lo que iba a ser una larga caminata se convirtió en una parada tras otra, en cada puerta un saludo; abuelitas, niños, familias enteras contándole sus necesidades ignoradas por la desidia gobernante, contándole sus esperanzas puestas en él. Papelón con limón y galletas, una hora y media de caminata entrecortada por apretones de manos desde los carros, desde los autobuses, ojos asombrados del ver a aquel General que siempre vieron al lado de Chávez, allá en la tele, allá en tierra firme, ahora aquí, tan de carne y hueso, tan encantador que hasta sacó una sonrisa a la adeca más adeca de la calle, que se había sentado en su puerta enfurruñada a vernos pasar.
El sol se va y corre Mata a Porlamar donde lo espera otro acto cacheroso. Salamanca no lo despide porque Mata se quedó en sus calles, se queda en su corazón.Margarita cacherosa.
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