Es imposible escapar al fenómeno Heinz Dieterich, que en un momento de convulsión arrojó una piedra en el tejado nuevamente para distraer, que lo lean, hacerse Top Ten, en fin, ni se sabe la finalidad de su artículo que de plano se convirtió en uno de los más consultado en Aporrea. Prestarle atención más allá del desahucio a un “intelectual” que se cree el paladín de las transformaciones en América Latina es llover sobre mojado, pero un buen momento para analizar un grupo “parasitario” de intelectuales de maletín que abundan en la Revolución.
Paul Schmitt en Hungría, Karl-Theodor Freiherr zu Guttenberg en Alemania y Pedro Delgado recientemente en Ecuador, comparten una historia común: Plagio y Falsificación, la estafa moderna que no supone la adjudicación de un título nobiliario sino el de estudios universitarios. En Venezuela tenemos bastante tradición de Universidades fantasmas que en el pasado titularon a “secretarias” presidenciales, líderes políticos o dirigentes de las propias Universidades venezolanas que hoy se presentan en la opinión pública como depositarios del conocimiento científico.
Obtener credenciales universitarias parece abrir más puertas de las esperadas, entre más abultes el currículo los resultados de contra – prestación son mayores, a esta intelectualidad de la que poco se conoce en su producción escrita se la consigue en los diversos eventos del Estado, programas televisivos o al más puro estilo del lobby norteamericano incrustados en las Instituciones en el cabildeo, en una relación de mecenazgo que le permite no sólo financiar sus viajes sino también recorrer el continente como voz “no oficial” de las corrientes a la que adula. Es imposible a las revoluciones escapar a la lisonja, la habilidad de algunos es tan desarrollada en esas lides que ya tienen proyectos “armados”, fundaciones creadas y un buen día amanecen a la espalda de cualquier alto jerarca gubernamental.
Estos son los intelectuales que evalúan desde la economía hasta las vigas de los puentes, no escatiman en el análisis, sus pocos artículos, sus intervenciones son siempre cíclicas, y si son extranjeros el acento los ayuda. Como sostienen algunos, en un país que se habituó a leer en “Fotocopias” el efecto de la imagen televisiva es desbastador, lo que contribuye a una especie de validación no desde el libro, sino desde el satélite. Algunos han creado un Eje que va desde Caracas, La Paz, Quito o Buenos Aires, a la Habana no se acercan mucho porque ya la Revolución Cubana se hizo inmune a ellos.
La revolución bolivariana no la construyó ningún intelectual en medio de su cigarrillo y café, le pertenece en esencia al pueblo venezolano, agotado del modelo neoliberal y que en la caída del socialismo real apostó por un proceso de transformación sin receta pre – definida, el nombre significa lo de menos, cuando el objetivo apunta a la superación del capitalismo. Debo salvar la seriedad de quienes han acompañado este proceso, con la diferencia y la coincidencia, de ellos abundan los textos que pueden gustarnos o no, pero que dejan a profundidad posibilidad de avanzar en el análisis estructural de nuestro proceso político. Se entiende que ese “intelectual orgánico” que demanda el proyecto bolivariano no es un tarifado ni mucho menos un tramoyista que ante la ausencia de algún incentivo empieza a destilar el veneno de la frustración.
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