Zacarías, el hombre que aspiraba demasiado

Este era un hombre de clase media, repujado, de este y de cualquier otro tiempo, y llamésmole Zacarías. Se había asomado a muchas contiendas electorales, como una sombra, como una figura turbia y helada que a todo sonreía, que todos abrazaba y que nunca faltaba a ninguna reunión de altura, a ningún encuentro importante aunque jamás fuera invitado, y aunque siempre le estuviesen dejando de lado, relegándole.

Los de los cogollos sagrados lo miraban como cosa de poca monta, y se figuraban que nunca Zacarías llegaría a distinguirse en nada. Pero él esperaba su momento.

¿El sempiterno asomado de Zacarías?, pensaban.

Y él pese a todos los desengaños, a todos los empeños fracasados, a todos los desprecios y humillaciones, soñaba con el ofrecimiento de algún cargo de altura. ¡Cuántas veces se echó a imaginar que lo llamaban para una embajada, para un viceministerio o para la secretaría de una diputación, para la Dirección de una Aduana! Cada vez que sonaba su teléfono y aparecía un número desconocido, Zacarías sentía un pálpito milagroso: ?¡Ahora sí llegó la hora!?

Él había nacido para un golpe sublime de suerte, para la que le reserva una fabulosa e inefable respuesta.

Tenía encanto, tenía don de gente. Zacarías tenía la frase oportuna cuando a algún jefe le fallaba la memoria o cuando no tenía a punto una documentación muy bien estructurada. Zacarías sabía algo de derecho, de historia, de frases o dichos famosos. Él tenía en su agenda telefónica multitud de direcciones y números claves a los que de vez en cuando acudía para dar o para obtener una información importante. Él llevaba fichas de muchos personajes que habían tenido notoriedad en el pasado pero que habían caído en desgracia. Tenía una memoria selectiva extraordinaria, venenosa y versátil, en ocasiones artera.

No era mala persona Zacarías, ni mucho menos.

Y su mejor entretenimiento era soñar sus sueños vaporosos de llegar a ser alguien, sin hacerle daño a nadie. Aunque a veces le dominaba la envidia y le estragaban los deseos de llegar bien alto en este mundo para vengarse, no sabía de qué.

Para eso era la política de partidos, según él, para triunfar obteniendo un cargo notable. Para más nada.

¡Con cuánta turbación veía a los hombres que ganaban elecciones, los hombres escogidos para destinos superiores! Y él se metía en sus pieles, en sus sentimientos y corazones y viajaba con ellos en la locuras de sus deseos, de sus grandezas y visiones. Y cuántas veces estuvo cerca de ser llamado pero alguien le metió una zancadilla; o llegaron a hablar mal de él, o se le atravesaron en su camino luminoso y lo hundieron, lo llevaron a la desgracia.

De fracaso en fracaso, de traspiés en traspiés, de caída en caída, cada vez más el horizonte se le achicaba. Y en efecto, hasta un día llegó la llamada anhelada, y la evidencia de que ahora sí el mundo sería diferente: ?- Señor Zacarías, de parte del señor ministro Obdulio Quijada se le agradece se presente cuanto antes por la oficina de su excelencia...?

¡Al fin, al fin!

Zacarías fuera de si, corrió al encuentro de lo más esperado de su vida. Y sólo un sentimiento glorioso embargaba su alma. Ahora sí tendría la oportunidad de expresar lo que siempre había deseado. Tantos años en aquel tormento, en cuanto le ofrecieran un cargo, tendría ante sí el chance de decir la frase ardorosa que le laceraba:

?- Gracias, pero lo rechazo. Me niego a aceptarlo. Mi honor y mi dignidad no me permiten en este momento aceptarlo. Gracias, gracias... tengo cosas más importantes que atender en mi vida. Gracias...?

 

 

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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