Según los antropólogos los pueblos originarios de esta parte de América datan desde hace dieciséis mil años. Es decir, los ancestros de las tribus waraos, pemones, yekuanas, kariñas, cumanagotos, timotes, jiraharas, entre las tantas de las que poblaron y recorrieron libremente estas inmensidades; esto ocurrió muchos siglos antes de la llegada del conquistador español. Hablar de estos grupos humanos quiere decir la existencia de diversos idiomas, diferentes formas de concebir la vida, una variedad inmensa de cantos y música, desiguales cosmogonías que mostraban disímiles maneras de concebir el origen del universo y el surgimiento de la vida, en general, numerosas culturas. Lastimosamente nuestros programas educativos no mencionan al dios Amalivaca, el creador del mundo; mucho menos a Ches el dios andino de los cultivos; la patina del olvido borró de la mentes de los venezolanos a Tomarroyo, el dios yupka de la agricultura; a Mareiwa, hijo del trueno según los waraos; nadie recuerda a Kúwai creador del mundo y de los hombres según los hiwi. Tales deidades tuvieron presencia mítica por estos territorios durante más de ciento sesenta siglos. Así mismo, ningún estudiante de secundaria logra saludar en alguna de nuestras lenguas aborígenes. Una contradicción, en las escuelas les enseñan a nuestros niños la religión impuesta por el conquistador español, la institución cómplice de la destrucción de las culturas originarias y la muerte de millones de indígenas.
El recordatorio anterior lo presento como consecuencia de las fiestas decembrinas y las renombradas tradiciones derivadas de estas celebraciones. Parece ser que las tradiciones de nuestro país son las referidas únicamente a las costumbres traídas por el conquistador español y a su cultura, el cual se arraigó en Venezuela a punta de pólvora, bajo la égida del fraile quien enarbolaba la cruz del imperio. Da la impresión que 521 años, después de la llegada de la barbarie, pueden más que 16 mil años de permanencia de nuestros pueblos originarios. Nadie sabe, ni se ha ocupado de investigar cómo se llamaban estos territorios antes de la llegada de los españoles y asumimos como Venezuela la emergida de la conquista y la colonia. Somos patriotas y nos enorgullece que por nuestras venas circule la sangre de los antiguos caciques como Guaicaipiro, Manaure, Mara, Paramaconi, Paramacay, entre tanto de los que lucharon contra el usurpador, pero despreciamos sus fábulas, idiomas y saberes, eso sí, alabamos cultura del cruel conquistador y su religión, borrando de la memoria de los venezolanos las desgracias causadas por aquellas.
Permanecimos extasiados ante los villancicos, con la certeza que tales pertenecen a nuestra tradición y nadie recuerda el canto del Mare Mare y mucho menos el origen de este. Los bailes comunitarios de los pemones y lo yekuanas sólo sirven para mirarlos en la plaza Bolívar o en la televisión como una rareza, pero somos incapaces de imitarlos y mucho menos inculcarlos para que nuestros niños se regocijen con lo que si es la verdadera tradición de los pueblos originarios.
Llegamos al colmo de complacernos de nuestra comida tradicional como es el tequeño, el pan de jamón, el panetón, la hallaca, entre tantas de las delicias culinarias de nuestras fiestas, pero olvidan que los tres primeros están confeccionados con trigo, el cereal traído por el colonizador para enriquecer la industria foránea. Además, los ingredientes de la mayoría de estas delicias son las aceitunas, alcaparras, pasas, almendras, avellanas, entre otras, todas cultivadas en las tierras de Diego de Losada, Cortez, Pizarro, Monteverde, Morillo, es decir la tierra de los opresores. Según entiendo nuestro aborígenes tienen una gran muestra culinaria, mucho mejor que la europea, dada la riqueza de nuestra flora y fauna, pero sólo el casabe es la única presente como muestra de la gastronomía de los pueblos originarios. Considero que los venezolanos nos dejamos sojuzgar de manera muy sencilla. Nuestros libertadores conquistaron a sangre y fuego la independencia, pero ahora, en el siglo XXI, aceptamos de manera sumisa la cultura del oprobioso colonizador. Dentro de quinientos años, si seguimos por esta vía, aceptaremos de manera estoica y orgullosa que el rock and roll es parte de nuestra música autóctona y la cocacola, pepsicola y hamburguesa pertenecen a las tradiciones culinarias de Venezuela.
No cabe duda, el conquistador lo hizo bien y colonizaron nuestras mentes. Aún permanecemos dóciles ante las culturas extranjeras. Aceptamos como parte de nuestra tradición a la religión del europeo, la cómplice de la aniquilación de millones de nativos y múltiples culturicidios; la vinculada con la cruel inquisición; la misma que firmó el concordato con la Alemania de Hitler; la misma que pactó con Mussolini a cambio de los terrenos del Vaticano, el palacio de Castel Gandolfo y 100 millones de dólares; la misma que apoyó a Franco, a los dictadores de Sur América y la misma permanece callada ante las imputaciones de los curas pederastas. Algunos se refieren a los pueblos originarios como salvajes, no conozco ningún muerto por la imposición de la religión de los indios caribes y desconozco la destrucción del ambiente como consecuencia de la presencia de nuestros naturales originarios en sus territorios.
Es bueno recordar que a los aborígenes Americanos los despojaron de sus tierras, las cuales fueron “donadas” por el papa Alejendro VI a los Reyes de España y Portugal. Finalmente, muchas de esas tierras fueron usufructuadas por la Iglesia católica, a tal grado que el 80 % de las tierras productivas de México estuvieron en manos de la Iglesia Católica. La tradición parece olvidar el arrebato y despojo de los territorios americanos, la única razón de la conquista y la colonia. Disfrazamos a las niñas de “dama Antañona” para que nuestras hijas desconozcan que ésta fue la forma de vestir impuesta por el conquistador a nuestras hermosas aborígenes. Les ensañamos a nuestros hijos la existencia del “Rey” de los cielos para que olviden que toda aquella barbarie fue responsabilidad de la monarquía española, el imperio más grande de Europa. La historia notifica que los encumbrados papas de la época eran quienes coronaban a los reyes y emperadores como recordatorio que tales majestades eran producto de un designio divino. ¿Cómo hacemos para incorporar todo estos recuerdos a nuestras tradiciones?
Nadie explicar cómo un bebé pobre nacido en un pesebre es capaz de llevarles regalos ostentosos a millones de niños. De igual forma, celebramos con jolgorio a un San Nicolás cargado con juguetes importados, que seguro los compra en los lujosos centros comerciales. Al igual nos refiere la religión la bondad de los “Reyes Magos” quienes parecen representar la magnanimidad de los emperadores que destruyeron civilizaciones completas. Esto también pertenece a la tradición de las que nadie habla, es mejor conversar sobre aquellas tradiciones que les dan grandes réditos a los capitalistas.
Si queremos un país nuevo, si deseamos formar verdaderos socialistas patriotas alejados de las fruslerías consumistas del capitalismo, debemos repensar el modo de comportarnos y mostrarle a los venezolanos quiénes son y dónde están verdaderamente, los enemigos de la Revolución Bolivariana, tal como la hace mi comandante. Larga vida al camarada Hugo, su obligación es curarse, es el mandato de su pueblo que lo ama.
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