No soy experta en comunicaciones, no creo conocer la fórmula mágica para ganar la guerra comunicacional pero sí estoy convencida de que, a veces, dedicamos demasiado tiempo a luchar contra sombras. Siento que persiste una tendencia a mermar la información a su punto máximo de banalidad, a un toma y dame mediático que dispara a blancos que no lo son tanto, tantas veces gastando pólvora en zamuros, tantas veces perdiendo el tiempo en la nada. Tantas veces perdiendo.
Hooooras de una televisión reducida a cañón para responder al enemigo, a quien otorgamos poder dedicando nuestro tiempo y espacio para rebatir cuanta concha de mango nos ponga enfrente, sin importar su tamaño o importancia. Construimos y no lo decimos por desdecir al destructor que ocupa nuestros espacios comunicacionales cedidos mansamente por nosotros.
Cedemos espacios creyendo defender espacios, buscando lo que no se nos ha perdido en canales que solo se ven por cable, en emisoras regionales, en periódicos que nadie lee y, desde nuestros medios, chacumbélicamente, les damos cobertura nacional en bandeja de plata. Y ahora, por si fuera poco, nos sumergimos también en el universito limitado de Twitter a jurungar lo que nadie leyó, a expandir el alcance de lo que languidecía sin pena ni gloria y, otra vez enarbolando una chucuta bandera comunicacional, nos lanzamos en una batalla estéril para que no se quede nadie sin saber que @FulanoDeTal es el miserable que todos sabíamos que es.
Se ha creado una especie de prensa rosa política que otorga significancia a insignificantes personajes que se reciclan con sus miserias para mantenerse vivos… Y los mantenemos vivos. No hay sorpresas, no hay quien no conozca sus inmundicias, pero cada vez que se embarran les damos un carácter de actores políticos que no tienen, nos confundimos, nos desgastamos, y embarramos nuestra pantalla, desplazando a la noticia, la verdadera noticia, siempre arrebatada en ese constante y fallido contra-ataque que no nos permite atacar.
Siento que la prensa rosa política es el de camino corto, que no sorprende, no innova, no soluciona, no transforma, no avanza, porque insiste en repasarle mil veces el silabario a un pueblo que hace tiempo aprendió a leer. En camino corto y lento que nos mantiene inútilmente a recogiendo pedazos que el enemigo riega, calculada y cuidadosamente, para mantenernos siempre unos pasos más atrás, mirando donde apunta su dedo, bailando al son que nos tocan, perdiendo enfoque y puntería; dando torpes traspiés en una batalla que a estas alturas no admite torpezas.
Estamos escribiendo una gran historia. Tenemos tanto que decirnos. Dejemos el minimalismo y tomemos el camino largo, el camino nuestro, marquemos nosotros el paso.
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