Aunque serán el punto de partida de reflexiones musicales, no voy a comentar las migajas (tweets de Willie Colón) que lanzó a la jauría demente, que internacional y nacionalmente vieron alimentada su disociación psicótica con sus comentarios destemplados, irresponsables y antihistóricos.
Producto de la mentira mediática; antivalores o “mariacorinadas” incubadas desde los tiempos de Páez, una minoría derrotada de venezolanos está envuelta en una patología necrofílica y un morbo. Perdidos, sin parámetros intelectuales, ahora sueñan con un país envuelto en un crack virtual, ambiente de inestabilidad económica; devaluación, desabastecimiento; destructividad, malignidad patológica e ilegitimidad.
Willie Colón, aspirante al “malo del barrio”, vendido a intereses oscuros de la industria musical; propagandista del éxtasis inducido por sus sustancias, atentó siempre contra la identidad latinoamericana y la resistencia en la metrópolis capitalista.
Se le atribuye el impulso destructor de la salsa al tomar distancia de Puerto Rico; banalizar los temas sociales; abrazar la salsa etiquetada de “erótica” y otras fórmulas agotadas en una época de industrialización y masificación. Siempre fue el analfabeta musical, al lado de las concepciones orquestales de Tito Puente, Ray Barreto, Joe Cuba, Eddie Palmieri, Mongo Santamaría, Ricardo Ray, Pete Rodríguez, Federico y su Combo, Los Dementes, Rubén Blades, Larry Harlow, Bailatino, Los Calvos o Lowie Ramírez.”
La descomposición creativa de Willie Colón es de vieja data: con Amor verdadero comenzó el nefasto discurso de traición a la música popular del Caribe; agotamiento del componente ritual; inhibición temática; desarraigo cultural; contracción técnico-musical y direccionamiento al formato disco-music, un incipiente componente creativo en los arreglos fue producto de su fusil de Blades, Piloto y Vera y Cortijo. Paz a sus restos.
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