Se cumplen 218 años del nacimiento del hombre que fue el mas leal y apasionado amigo de Bolívar

El 15 de diciembre de 1829 Bolívar se dispone dejar Popayán, muy temprano, el habrá asesinar a Sucre, el general José María Obando, conmovido, lo primero que hace es dirigirse a la hacienda de Manuel Castrillón donde se aloja el grande hombre.

Esperaba Obando que Bolívar tomara el camino hacia Neiva, donde su amigo, el gobernador José Hilario López (el otro metido en el complot para asesinar a Sucre) le podía hacer un gran recibimiento; pero no, Bolívar se excusa, diciendo que por allí el camino es muy triste, el Valle de las Tristezas, que prefiere coger la vía del Quindío.

Obando, servicial y amistoso decide acompañarlo un largo trecho, hasta Cartago. Cuando se despidieron, para siempre, Obando sintió un grande pesar que le llevaría a escribir años después que Bolívar iba perdido "más por las ambiciones ajenas que por las suyas propias".

Para finales de diciembre el canalla José Antonio Páez había levantado de nuevo los estandartes de su rebelión. Juan Bautista Arismendi había conseguido que varios pueblos se pronunciaran por la separación de Colombia. Escribió Páez una carta al Libertador en el sentido de que se abstuviera de contrariar la voluntad del pueblo porque estaba decidido a inundar de guerrillas al país.

Tanto Páez, como Francisco de Paula Santander y hasta el propio general Rafael Urdaneta recelaban de la gran figura del Mariscal Antonio José de Sucre, porque Bolívar lo consideraba el soldado más grande de América. Claro, Urdaneta era acérrimo enemigo del miserable Santander.

Apenas llegó Bolívar a Bogotá, comenzaron los preparativos de la instalación del Congreso Admirable; el 20 de enero de 1830 se iniciaron las sesiones, y Sucre fue elegido presidente del Congreso. Esto levantó protestas solapadas de muchos generales tanto en Venezuela como en la Nueva Granada.

El 27, el Congreso emitió una resolución por la cual se resolvía mantener la integridad de la Gran Colombia.

Había un sentimiento generalizado de que la vida del máximo héroe estaba a punto de expirar. La verdad era que para quien viera su debilitado aspecto, sus ojos caídos, su delgadez escandalosa y su semblante triste y apagado, se imaginaba que no llegaría al mes de marzo.

El Congreso comenzó a nombrar comisiones para resolver los grandes males, sobre todo en la materia relativa a las pretensiones de Páez, de modo que en un último gesto de reconciliación se nombraron a Sucre y al obispo de Santa Marta, don José María Estévez, para tratar con los agentes del León Apureño.

Salió Sucre hacia Cúcuta, el 17 de febrero.

Unas cuatro semanas duraron estas negociaciones, en la hacienda Tres Esquinas, en la Villa del Rosario, propiedad del general Urdaneta. El general Santiago Mariño, jefe por el bando venezolano en las negociaciones, llevaba órdenes expresas de Páez para no llegar a ningún acuerdo, aunque se aceptase como condición para ello, la expulsión de Bolívar del territorio colombiano. "División o nada" era la divisa de los agentes venezolanos.

Con la consabida calma, y el sentimiento secreto de que ya nada salvaría a la patria, Sucre emprendió regreso a la capital.

El país ardía en rumores de toda clase; la nación estaba entrando en un desgaste indetenible que presagiaba violentos desenlaces: era la desintegración moral en que vivimos y que habrá de durar todavía tres o cuatro siglos más. En marzo, Obando escribe a Flores: "Pongámonos de acuerdo, don Juan: dígame si quiere que detenga en Pasto al General Sucre, o lo que deba hacer con él"(177).

El 4 de abril comienzan a materializarse las amenazas: el general Juan Nepomuceno Moreno, personaje de siniestros antecedentes declara que no obedecerá al gobierno central. Tiene a su mando una considerable fuerza militar. Es un individuo cuyos arranques epilépticos y sádicos hacen temblar a la capital: había asesinado salvajemente al general Lucas Carvajal y al Comandante Francisco Segovia, y últimamente se le seguía causa por haber hecho desaparecer a una inglesa. No obstante José Hilario López en sus Memorias, página 318, dice que el general Moreno "era un buen patriota y de excelentes condiciones". Lo mismo piensa Santander que en carta a Vicente Azuero (4 de setiembre de 1831) sostendrá: "ustedes (los liberales) serán muy imprudentes si no se aprovechan de los Obandos, López, Morenos, etc., para reorganizar el ejército"(178). Era un caos total, había presagios de todo tipo; algunos abrigaban esperanzas sublimes bajo un horizonte propicio para el crimen: Obando le propone a Juan José Flores una entrevista en Tulcán. Flores la acepta.

En una de estas cartas que intercambian, Obando le propone: "(Ayalderburu) lleva a U. un recado de las miras preventivas de D. Antonio Sucre, el peligro es más grande de lo que se piensa. Si las cosas se ponen de peor data, querría hablar con U.; para ello yo iría a Tulcán si U. le parece; pero de un modo tan privado que sólo U. y yo sepamos nuestro viaje"(179). No se sabe dónde está Flores. Se dice que marcha a Ibarra, buen lugar para la entrevista. El 5 de mayo es ratificado el encuentro en otra carta donde Obando vuelve a reiterar lo de Sucre: "... el Gral. Sucre lleva la intención de sustraer el Sur y ponerse bajo la protección del Perú... Cuide U. mucho de esto y cuente con el Cauca y con mí mismo para estorbar tal suceso"(180).

Para los "liberales" la situación se va aclarando: el 8 de mayo Bolívar abandona para siempre el mando, ese mando que Obando le había aconsejado, tan francamente que dejara en aras de la paz y del orden de la república. Antes de hacerlo ha decretado la más absoluta libertad de prensa. De este modo sería más fácil probar cuán bandido había sido, cuán pérfido y tirano; cuán proclive había estado de convertir a Colombia en una atroz monarquía.

El Congreso en un afán de lograr la deseada armonía que pedían a gritos los "liberales" decidió satisfacer sus exigentes peticiones y nombró presidente de la República al moderado Joaquín Mosquera. La vicepresidencia quedó en manos del general Domingo Caicedo.

Muy bravo quedó Urdaneta por los resultados de estas elecciones.

Mosquera se portó tan dislocado para ganarse el apreció de los liberales que optó por disgustarse con el Libertador. Ya estaba cansado de ese "viejo" que no hacía sino pedir y joder con sus manías grandiosas. ¡Qué vida tan desgraciada la de Colombia! El Libertador, hacía mucho tiempo, le había rogado a don Joaquín que ejerciera algún cargo en el gobierno, pero él se había negado contestando que no quería ningún destino político; esto lo decía porque estaba confundido por las locuras "liberales" que no dejaban pensar a nadie serenamente. Era tal la insistencia de los santanderistas de que ellos tenían la fórmula milagrosa para salvar el país, que en efecto, la gente comenzó a creer que a lo mejor sacando al viejo de Colombia el espinoso pleito cesaría. No creyó tampoco Bolívar la conveniencia de que el general Domingo Caicedo quedara encargado del gobierno pues sostenía que la bondad de este hombre lo haría víctima de los demagogos. Los amigos de Bolívar habían calculado que la mejor opción para sustituir la vacante era el señor Eusebio María Canabal. Cosa extraña, esto molestó a don Joaquín. Eran los días en que Bolívar tenía miedo de hablar porque todo se le interpretaba torcidamente.

Si algo quedó claro en la elección para presidente fue la coacción de los llamados "liberales" para que los congresistas se pronunciaran en favor de don Joaquín. Había, como dije, un deseo morboso porque el Libertador se muriera de una vez. Los héroes estaban demás, perturban las visiones progresistas de los más sabios. No se explica que luego venga a decirse que Urdaneta era usurpador y Mosquera no, siendo que éste había sido elegido, como muchos otros, en medio de una espantosa tensión, coacción a los diputados mediante amenazas de muerte y de guerra civil.

Entre las primeras determinaciones que toma el presidente Mosquera está la de hacer ministro de Interiores a Azuero y de nombrar Procurador a Francisco Soto. En el ministerio de Marina y Guerra colocó a un militar de poco ascendiente en aquel mar de oficiales descontentos: al general Luis Rieux. Hubo una limpieza casi completa entre quienes habían servido en la administración anterior. Esta decisión calmó muchas tensiones pero levantó otras. Por su parte Venezuela se muestra agradecida, y Azuero para ser más tajante se adelantó a exacerbar la conducta de Páez; le parece a don Vicente envidiable la posición de los venezolanos, un gesto que deja pequeño cuanto han hecho por la libertad y la constitución los mismos López, Obandos y Córdovas. Azuero se desespera por hacerle sentir al Libertador cuánto le odia, cuánto le desprecia. No le perdona (este purificado por las huestes de Morillo) el que hubiere destruido los bastiones del coloniaje por los cuales él tanto suspira. Tan pronto como toma su cargo, hace difundir un oficio que le ha enviado los radicales de Venezuela, donde dice que mientras el Libertador permanezca en Colombia habrá guerras y conflictos.

El general Juan José Flores, hijo de los vicios sangrientos de los realistas, como dijimos, sigue en secretas negociaciones con Obando. Estaba en tratos para hacerse con Ecuador y Pasto, incluso el Cauca. El 28 de mayo hay reconfirmación por parte de Flores de entrevistarse con Obando en Tulcán. Pero ocurre algo que destrozará el corazón de José María...

Ahora cuando se ha tratado de rehacer esta historia, se pretende decir que Flores, llamado también, con sorna, "Bolívar en compendio", procuró desmembrar Colombia, cuando en realidad fue José Hilario López quien haciéndose general del Ecuador, a pocos días de la muerte de Bolívar, en tratos extraños y secretos con Obando y Flores, pretendió dividir aquella zona para señorear sobre ella con las divisas de los liberales. Cuando declare López la guerra al usurpador Urdaneta dirá que la hace como un general prestado de un Estado amigo.

Las ambiciones de Flores iban a encontrar una decidida oposición por parte del Mariscal Sucre quien ya iba camino de su casa, en Quito.

José María Obando conocía en profundidad la animadversión que Flores sentía hacia Sucre. Este Flores tenía la ventaja sobre el binomio del Cauca, de que se hacía pasar por adicto de la causa de Bolívar cuando en verdad sólo esperaba que éste muriera para erigir su propio Estado.

Dice Obando que el odio de Flores hacia Sucre había estallado infinitas veces, y una de ellas, en 1828, cuando él estaba alzado contra Bolívar; dirá catorce años después: "¿Qué diremos de su empeño en ocultarlo con las lamentaciones farisaicas que publicó en su manifiesto de 1830? ¿Qué diremos de su empeño en presentar al General Sucre como su adicto, su amigo apasionado, con quien se amaba tiernamente, a quien le ligaban unos mismos intereses, etc., etc.? ¿Qué deberá pensarse de unas expresiones tan notoriamente contrarias a la verdad? ¿Qué deberá juzgarse del empeño en esconder un odio que fue público, y en manifestar una amistad que no existió?(181)".

Ultimo adiós

Retomemos un poco el itinerario del Gran Mariscal de Ayacucho: había llegado a la capital de su comisión a la frontera con Venezuela, el 5 de mayo, cuando ya las sesiones del Congreso estaban a punto de concluir. Bolívar no estaba en Bogotá. Insondable desolación. Al entrar a la capital su corazón le dijo que ya el desastre estaba consumado. No obstante corrió a casa del general Caicedo con la esperanza todavía de verlo; ya que nunca comprendió cómo su vida, su destino, se encontraba tan unida a la de Bolívar. Fue durante esa búsqueda ansiosa cuando sintió la pérdida definitiva de su ser, su hora trágica, la augusta confirmación de su partida hacia la nada también. No. Él no moriría el 4 de junio sino allí, en aquellas callejas solitarias... Una fría y penetrante punzada lo hundió en la pena cuando el general Caicedo le confirmo la partida del Libertador, y él musitó: “Yo también me he ido”.

Sabía que Bolívar no tenía a dónde ir. Vuelto sobre sus pasos, al alzar la mirada, y el cielo enturbiado por las lágrimas, comprendiendo que él tampoco tenía a dónde ir.

“Yo, sin él, Colombia sin él, ¿qué puede hacerse?".

Por otro lado, también intuía que el "viejo" al carecer de patria por la cual luchar, moriría de inanición moral.
Recordaba Sucre dirigiendo sus pasos hacia el convento de San Francisco, la ocasión cuando Bolívar le dijo: "Estoy aburrido de todo mando y puesto público", y ahora sí era definitivo su total distanciamiento de todo gobierno y mando.

Aquellas palabras volvieron a retumbar con una clarividencia que lo fatigó. No podía ser asunto de un grupo muy pequeño de hombres el controlar el pavoroso incendio que envolvía a Colombia(*182).

En medio de aquellas borrascas, Sucre vacila. En ocasiones cree tener el refugio o el calor de un hogar, cosa que el Libertador jamás ha tenido. No obstante, tal consuelo no es suficiente para tranquilizarlo. Sabe que no puede desentenderse tan fácilmente de los compromisos contraídos con Colombia. Busca un lugar para su alma y, va y se coloca en un estrecho y oscuro rincón de la iglesia de San Francisco.

Toma papel y pluma y escribe:

A. S. E., el General Bolívar, etc., etc., etc.
Mi General:
Cuando he ido a casa de U. para acompañarlo, ya se había marchado. Acaso es todo un bien, pues me ha evitado el dolor de la más penosa despedida. Ahora mismo, comprimido mi corazón, no sé qué decir a U.
Contrito el corazón, vacía la mente, encendida el alma. Un silencio fúnebre a su alrededor, los lirios temblorosos llorando también. Las lágrimas que le empañan la hoja. Continúa a duras penas:
Mas no son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a U.; U. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que U. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado, sabré en todas circunstancias merecerlo.
Adiós mi general, reciba U. por gajes de mi amistad las lágrimas que en este momento me hacer verter la ausencia de U. Sea U. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud,
de su más fiel y apasionado amigo,
A. J. de Sucre.

Por supuesto, sabía que él mismo ya era un muerto que caminaba: en Bogotá se había organizado un club cuyo único fin era asesinarlo. Lo conformaba entre otros José Manuel Arrubla, mercader, acusado por algunos de haber conducido el malhadado negocio del empréstito con Goldshmidt & Co. Arrubla era íntimo amigo del general Santander y atendía sus negocios en la capital. Otros eran Domingo Ciprián Cuenca, Angel María Flores, Vicente Azuero, Luis Montoya y Juan Vargas. Casi todos escribían para los periódicos El Demócrata y la Aurora.

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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