Ha muerto el líder político democrático más carismático de las últimas décadas. Cuando esto ocurre en democracia, el carisma crea una relación política entre gobernantes y gobernados particularmente movilizadora, porque junta a la legitimidad democrática una identidad de pertenencia y unos objetivos compartidos que van mucho más allá de la representación política. Las clases populares, habituadas a ser golpeadas por un poder distante y opresor (las democracias de baja intensidad alimentan este poder), viven momentos en que la distancia entre representantes y representados casi se desvanece. Los opositores hablarán de populismo y de autoritarismo, pero rara vez convencen a los electores. Y es que, en democracia, el carisma permite niveles de educación cívica democrática difícilmente alcanzables en otras condiciones. La difícil química entre carisma y democracia profundiza ambos elementos, sobre todo cuando se traduce en medidas de redistribución social de la riqueza. El problema del carisma es que desaparece con el líder. Para continuar sin él, la democracia debe ser reforzada con dos componentes cuya química es igualmente difícil, sobre todo en un inmediato periodo postcarismático: la institucionalidad y la participación popular.
Al gritar en las calles de Caracas “¡Todos somos Chávez!”, el pueblo es lúcidamente consciente de que Chávez hubo sólo uno y la revolución bolivariana tendrá enemigos internos y externos lo suficientemente fuertes como para poner en cuestión la intensa vivencia democrática que durante catorce años les proporcionó. El expresidente Lula de Brasil también fue un líder carismático. Después de él, la presidenta Dilma aprovechó la sólida institucionalidad del Estado y de la democracia brasileña, pero ha tenido dificultades para complementarla con la participación popular. En Venezuela, la fortaleza de las instituciones es mucho menor, mientras que el impulso de la participación es mucho mayor. Es en este contexto que debemos analizar el legado de Chávez y los desafíos en el horizonte
El legado de Chávez
Redistribución de la riqueza. Chávez, al igual que otros líderes latinoamericanos, aprovechó el boom de los recursos naturales (sobre todo el petróleo) para llevar a cabo un programa sin precedentes de políticas sociales, particularmente en las áreas de educación, salud, vivienda e infraestructuras, que han mejorado sustancialmente la vida de la inmensa mayoría de población. Algunos ejemplos: educación obligatoria gratuita; alfabetización de más de un millón y medio de personas, lo que llevó a la UNESCO a declarar a Venezuela “territorio libre de analfabetismo”; reducción de la pobreza extrema del 40% en 1996 al 7,3% actual; reducción de la mortalidad infantil del 25 por 1000 al 13 por mil en el mismo periodo; comedores populares para los sectores con escasos recursos; aumento del salario mínimo, hoy el salario mínimo regional más alto, según la OIT. La Venezuela saudita dio paso a la Venezuela bolivariana.
La integración regional. Chávez fue un artífice incansable de la integración del subcontinente latinoamericano. No se trató de un cálculo mezquino de supervivencia y hegemonía. Chávez creía como nadie en la idea de la Patria Grande de Simón Bolívar. Las diferencias políticas sustantivas entre los varios países eran vistas por él como discusiones en el seno de una gran familia. Cuando tuvo la oportunidad, trató de reanudar los lazos con el miembro de la familia más renitente y proestadounidense, Colombia. Procuró que los intercambios entre los países latinoamericanos fueran mucho más allá de los intercambios comerciales y que se pautasen por una lógica de solidaridad, complementariedad económica y social y reciprocidad, y no por una lógica capitalista. Su solidaridad con Cuba es de sobra conocida, pero fue igualmente decisiva con Argentina, durante la crisis de la deuda soberana en 2001-2002, y con los pequeños países del Caribe. Fue un entusiasta de todas las formas de integración regional que ayudasen al continente a dejar de ser el backyard [1] de Estados Unidos. Impulsó el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), después el ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos) como alternativa al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) promovida por Estados Unidos, pero también quiso ser miembro del Mercosur (Mercado Común del Sur). La CELAC (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe) y la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) son otras instituciones de integración de los pueblos de América Latina y el Caribe a las que Chávez dio impulso.
Antiimperialismo. En los momentos más decisivos de su gobierno (incluyendo su resistencia al golpe de Estado del que fue víctima en 2002), Chávez se enfrentó al unilateralismo más agresivo de Estados Unidos (George W. Bush), que alcanzó su punto más destructivo con la invasión de Irak. Chávez estaba convencido de que lo que estaba sucediendo en Oriente sucedería un día en América Latina si ésta no se preparaba para tal eventualidad. De ahí su interés por la integración regional. Pero también estaba convencido de que la única manera de frenar a Estados Unidos pasaba por alimentar el multilateralismo, fortaleciendo lo que quedaba de la Guerra Fría. Por eso su acercamiento a Rusia, China e Irán. Sabía que Estados Unidos (con el apoyo de la Unión Europea) seguiría con la determinación de “liberar” a todos los países que pudieran desafiar a Israel o ser una amenaza para el acceso al petróleo. De ahí la “liberación” de Libia, seguida de Siria y, en un futuro próximo, de Irán. De ahí también el “desinterés” de Estados Unidos y la UE por “liberar” el país gobernado por la dictadura más retrógrada, Arabia Saudita.
El socialismo del siglo XXI. Chávez no consiguió construir el socialismo del siglo XXI al que llamó el socialismo bolivariano. ¿Cuál sería su modelo de socialismo, sobre todo teniendo en cuenta que siempre mostró una reverencia por la experiencia cubana que muchos consideraron excesiva? Me conforta saber que en varias ocasiones Chávez se refirió con aprobación a mi definición de socialismo: “Socialismo es democracia sin fin”. Es cierto que eran discursos y las prácticas resultan ciertamente más difíciles y complejas. Quiso que el socialismo bolivariano fuese pacífico, pero armado, para que no le sucediera lo mismo que a Salvador Allende. Frenó el proyecto neoliberal y acabó con la injerencia del FMI en la economía del país; nacionalizó empresas, lo que causó la ira de los inversores extranjeros que se vengaron con una impresionante campaña de demonización de Chávez, tanto en Europa (sobre todo en España) como en los Estados Unidos. Desarticuló el capitalismo que existía, pero no lo sustituyó. Por ello las crisis de abastecimiento y de inversión, la inflación y la creciente dependencia de los rendimientos petroleros. Polarizó la lucha de clases y puso en guardia a las viejas y nuevas clases capitalistas, que durante mucho tiempo tuvieron casi el monopolio de la comunicación social y siempre mantuvieron el control del capital financiero. La polarización llegó a la calle y muchos consideraban que el gran aumento de la criminalidad era producto de ella (¿dirán lo mismo del aumento de la criminalidad en São Paulo o Johannesburgo?).
El Estado comunal. Chávez sabía que la máquina del Estado construida por las oligarquías que siempre dominaron el país haría todo para bloquear el nuevo proceso revolucionario que, al contrario de los anteriores, nacía con la democracia y se alimentaba de ella. Por eso procuró crear estructuras paralelas caracterizadas por la participación popular en la gestión pública. Primero fueron las misiones y las grandes misiones, un extenso programa de políticas gubernamentales en diferentes sectores, cada una de ellas con un nombre sugestivo (por ejemplo, la Misión Barrio Adentro para ofrecer servicios de salud a las clases populares), con participación popular y la ayuda de Cuba. Después fue la institucionalización del poder popular, un ordenamiento territorial paralelo al existente (Estados y municipios), teniendo la comuna como célula básica, la propiedad social como principio y la construcción del socialismo como objetivo. Al contrario de otras experiencias latinoamericanas que procuraron articular la democracia representativa con la democracia participativa (como el caso del presupuesto participativo y de los consejos populares sectoriales), el Estado comunal asume una relación de confrontación entre las dos formas de democracia, lo cual sea quizás su gran debilidad.
Los desafíos para Venezuela y el continente
A partir de ahora comienza la era posChávez. ¿Habrá inestabilidad política y económica? ¿La revolución bolivariana seguirá adelante? ¿Será posible el chavismo sin Chávez? ¿Resistirá al posible fortalecimiento de la oposición? Los desafíos son enormes. Veamos algunos de ellos.
La unión cívico-militar. Chávez asentó su poder en dos bases: la adhesión democrática de las clases populares y la unión política entre el poder civil y las fuerzas armadas. Esta unión fue siempre problemática en el continente y, cuando existió, fue casi siempre de orientación conservadora e incluso dictatorial. Chávez, él mismo un militar, consiguió una unión de sentido progresista que dio estabilidad al régimen. Para ello tuvo que dar poder económico a los militares lo que, además de ser una potencial fuente de corrupción, puede volverse mañana contra la revolución bolivariana o, lo que es lo mismo, subvertir su espíritu transformador y democrático.
El extractivismo. La revolución bolivariana profundizó la dependencia del petróleo y de los recursos naturales en general, un fenómeno que lejos de ser específico de Venezuela, está hoy presente en otros países gobernados por gobiernos que consideramos progresistas, sean de Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia. La excesiva dependencia de los recursos está bloqueando la diversificación de la economía, destruye el medio ambiente y, sobre todo, constituye una agresión constante a las poblaciones indígenas y campesinas donde se encuentran los recursos, contaminando sus aguas, despreciando sus derechos ancestrales, violando el derecho internacional que obliga a la consulta previa a las poblaciones, expulsándolas de sus tierras y territorios, y asesinando a sus líderes comunitarios. La semana pasada todavía asesinaron a un gran líder indígena de la Sierra de Perijá (Venezuela), Sabino Romero, una lucha con la que soy solidario desde hace muchos años. ¿Sabrán los sucesores de Chávez enfrentar este problema?
El régimen político. Incluso cuando sea elegido democráticamente, un régimen político a la medida de un líder carismático tiende a ser problemático para sus sucesores. Los desafíos son enormes en el caso de Venezuela. Por un lado, la debilidad general de las instituciones; por otro, la creación de una institucionalidad paralela, el Estado comunal, dominada por el partido creado por Chávez, el PSUV (Partido Socialista Unificado de Venezuela). Si el vértigo del partido único se instaura, será el fin de la revolución bolivariana. El PSUV es un agregado de varias tendencias y la convivencia entre ellas ha sido difícil. Desaparecida la figura unificadora de Chávez, es necesario encontrar modos de expresar la diversidad interna. Solo un ejercicio de profunda democracia interna permitirá al PSUV ser una de las expresiones nacionales de profundización democrática que bloqueará el asalto de las fuerzas políticas interesadas en destruir, punto por punto, todo lo que fue conquistado por las clases populares en estos años. Si la corrupción no es controlada y si las diferencias son reprimidas por declaraciones de que todos son chavistas y de que cada uno es más chavista que el otro, estará abierto el camino para los enemigos de la revolución. Una cosa es cierta: si hay que seguir el ejemplo de Chávez, entonces es crucial que no se reprima la crítica. Es necesario abandonar de una vez el autoritarismo que ha caracterizado a amplios sectores de la izquierda latinoamericana.
El gran desafío de las fuerzas progresistas en el continente es saber distinguir entre el estilo polémico de Chávez, ciertamente controvertido, y el sentido político sustantivo de su Gobierno, inequívocamente a favor de las clases populares y de una integración solidaria del subcontinente. Las fuerzas conservadoras harán todo para confundir ambos. Chávez contribuyó decisivamente a consolidar la democracia en el imaginario social. La consolidó donde es más difícil de ser traicionada, en el corazón de las clases populares. Y donde también la traición es más peligrosa. ¿Alguien imagina a las clases populares de tantos otros países del mundo derramar por la muerte de un líder político democrático las lágrimas amargas con que los venezolanos inundan las televisiones del mundo? Este es un patrimonio precioso tanto para los venezolanos como para los latinoamericanos. Sería un crimen desperdiciarlo.
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