Hace 4 años, en el funeral de mi abuela, entró un tucusito. Revoloteaba el tucuso zumbando entre las flores que le habíamos llevado mi Mamama juguetona, mi abuela que vivió para darnos alegría. Entre todos los pájaros, el más colorido, un tucusito con la rareza mágica de Mamama, a la vez pajarito y libélula. Mi abuela, siempre patuleca, se reía de su dificultad para andar diciendo que ella se sentía ágil como una libélula… como un tucusito.
Aquella tarde, todos en la sala dejaron de llorar y coincidieron en feliz celebración que aquel pajarito era Mamama, que nos decía que estaba bien y todavía, para siempre, entre nosotros. Fue un alivio verla volar como siempre quiso hacerlo. Fue un consuelo inmenso ver que seguía siendo ella, alegre, entre las flores que cultivó con amor antes de hacerse pajarito. Desde entonces, los tucusitos me acompañan. Mamama viene a mi patio cada día a merendar cariaquitos.
Mi otra abuela, Carmen Teresa, se hizo flor. Así me contó mi tía antichavista radical - y aquí meto la política porque no queda más remedio que meterla-. Ella vio a mi abuela florecer en un ramito que, en aquellos días de pérdida dolorosa, había puesto frente una foto de su mamá amada. Las flores se colorearon intensas, así como intenso se hizo su perfume. Mi tía supo entonces que ahí estaba su mamá, y me contó para que yo supiera que ahí estaba mi abuela.
A Nicolás se acercó mi Presi hecho pajarito cantor. ¿Cómo no iba a cantarle mi Presi? Nicolás nos los contó, conmovido, como nosotros cuando contamos nuestras historias entonces. Los hijos de Chávez sentimos todos la misma paz que sentimos los nietos de Mamama y Carmen Teresa y tantos otros nietos, hijos, hermanos, padres y madres... pero esta vez, nuestra paz se hace objeto de burla y burla a todos. No solo a los chavistas sino a mis parientes opositores, a todos los que alguna vez encontramos consuelo en estas pequeñas y puras manifestaciones. La burla a lo más humano envilece al burlista que termina, con su crónica tendencia a la torpeza, burlándose de lo que más ha querido. Derrotados que terminan clavándose a si mismos las descalificaciones que, en nombre de una cordura hipócrita y desalmada, no admiten milagros, no admiten consuelo, no admiten la alegría que produce la certeza de que la muerte no existe, porque la vida es la derrota definitiva de los que sembraron sus oscuras esperanzas en la muerte.
Nicolás se muestra como somos todos, humano, con los mismos sentimientos en carne viva que no admiten pudores a la hora de expresarlos. Nicolás se hace nuestro, Nicolás es nosotros, los hijos de Chávez y los que dicen no serlo. Todos los que en algún momento de dolor encontramos alivio en el revoloteo de un tucusito, en el intenso olor de unas flores, en el canto de un pajarito.
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