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Adelantamos la publicación de la nota de tapa de la edición de abril para salir al cruce de la interpretación derrotista de los resultados electorales. Tras 14 años bajo fuego imperial, la Revolución obtuvo 50,66%. La victoria estratégica fue, sin embargo, la portentosa movilización de masas sostenida desde hace meses y complementada en las urnas este domingo.
Continuidad: con el 50,66% de los votos Nicolás Maduro fue elegido Presidente. Es la sexta elección para la primera magistratura que en 14 años lleva a la victoria a la propuesta revolucionaria. Pese a la magnitud de una movilización sin precedentes de las masas en defensa de la Revolución, la oposición avanzó hasta 49,07%, cinco puntos más respecto del resultado del mismo candidato en octubre pasado. La diferencia supone un llamado de atención que el Presidente asumió en su discurso tras el anuncio del CNE. Ahora viene la aplicación del Plan de la Patria; los enormes desafíos económicos de la transición en tiempos de agonía capitalista; la lucha contra la ineficiencia, el sabotaje y la inseguridad; la defensa de la unión regional; la consolidación y proyección del Alba. Todo en el marco de una ofensiva de la oposición y el imperialismo envalentonados. Pero el verdadero resultado, de alcance estratégico, es el protagonismo de las masas en una campaña que contrapuso explícita y frontalmente al “candidato obrero” contra “el burguesito”; al hijo de Chávez contra el delegado del imperialismo, al socialismo contra el capitalismo.
Fue la movilización más prolongada y masiva de que se tenga registro. Comenzó en diciembre, en cada rincón del país, cuando ante los riesgos planteados por una cuarta cirugía, Hugo Chávez designó a Nicolás Maduro como candidato para la eventual nueva elección presidencial. Y culminó el jueves 11 de abril –aniversario del golpe de Estado de 2002– con Caracas desbordada por un aluvión humano sin precedentes. Antes, con otro carácter, Venezuela vivió el protagonismo de las grandes masas para la elección presidencial del 7 de octubre.
Como un 14 de abril 11 años atrás, Chávez retornó a Miraflores, ahora encarnado en la figura de Nicolás Maduro.
A diferencia de aquella fecha simbólica en la que las masas espontáneamente alzadas derrotaron el Golpe teledirigido desde Washington, esta vez ganó una estrategia explícita de transición al socialismo, la conciencia organizada y en lid electoral: 50,66% el candidato de Chávez; 49,07% el de la Casa Blanca y la burguesía local. Un resultado que adquiere otra dimensión cuando se tiene en cuenta que llega después de 14 años de gobierno revolucionario, en constante confrontación con la burguesía y los centros del poder mundial capitalista. Con el paso de los días se conocerán detalles de la cantidad de actos de sabotaje a las redes eléctricas, las maniobras de desabastecimiento y carestía, la actividad de mercenarios extranjeros infiltrados que actuaron a favor del candidato de la derecha.
Pese a todo, la formidable movilización de masas logró imponer al candidato de la Revolución. No ocurrió por simple espontaneidad, aunque las masas hubiesen ganado la calle en cualquier circunstancia: fue la línea de acción y la determinación de la Dirección Político-Militar de la Revolución Socialista Bolivariana, denominación que traduce una virtuosa conjunción: clase obrera, campesinos, estudiantes, masas populares y fuerza armada, con el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) como centro ordenador y dirigente, conducido por el equipo más próximo a Chávez: Nicolás Maduro candidato presidencial, Diosdado Cabello desde la titularidad del Psuv y la Asamblea Nacional, el ahora canciller Elías Jaua y Rafael Ramírez, presidente de Pdvsa y figura clave en el decantado núcleo chavista. También componen esa Dirección Político-Militar ministros, ministras y jefes militares probados y comprometidos, cuadros del Psuv, Consejos Comunales, dirigentes de sindicatos y otras organizaciones sociales, todos abroquelados en torno al Plan de la Patria y la figura de Maduro.
Protagonismo de las masas
Imposible cuantificar la erupción de masas ocurrida en estos 120 días. Es de esperar que alguien encare el relevamiento riguroso de las innumerables concentraciones, actos y marchas de este período (7 millones contabilizó Maduro entre el 2 y el 11 de abril). Millones y más millones de personas ocuparon el escenario político. Para defender a Chávez durante su último post operatorio. Para llorar su muerte y enarbolar su legado después. Para garantizar la continuidad de la Revolución, desde el 5 de marzo en adelante.
Esa portentosa movilización no se corresponde con los votos. El autor de estas líneas confió hasta última hora en una distancia significativamente mayor. Idéntica previsión tenía la totalidad de las consultoras locales –y hasta el informe oficial de la CIA– las que aseguraban la victoria de Maduro y adelantaban ventajas superiores al 10%. A la luz de los resultados se revelan descontentos ocultos que, en ausencia de Chávez, se manifestaron en una leve disminución de la concurrencia a las urnas (78,71% contra el 80,67% en octubre pasado), pero sobre todo en una considerable fuga de votos a favor del candidato opositor. La propia derecha se sorprendió con el resultado y no tuvo reflejos adecuados a la nueva situación que éste le abría. En su discurso en la medianoche del domingo 14, en una tarima montada en Miraflores y ante miles de personas agolpadas dentro y fuera del Palacio, Maduro denunció que el candidato perdedor lo había llamado para que delegados de ambos negociaran un acuerdo junto con el Consejo Nacional Electoral. La amenaza era desconocer los datos oficiales y lanzar una movilización. El Presidente rechazó la pretensión y el candidato vencido acabó por declarar que tomaba los resultados del CNE como provisionales, mientras daba curso a protestas callejeras que, hasta el momento de completar esta nota, se redujeron a pequeños focos en barrios oligárquicos.
A continuación Maduro reiteró puntos señalados durante su campaña como factores que, si bien días atrás se admitían como problemas serios en la marcha del gobierno revolucionario, ahora explican el descontento traducido en pérdida de votos: innumerables atentados que redundaron en constantes cortes de energía eléctrica, inseguridad, rémoras de ineficiencia, bolsones de corrupción, inflación, ineficacia para combatir desabastecimiento y carestía. Y ratificó que la solución pasaba por fortalecer y revitalizar la Revolución, un mayor protagonismo y asunción del poder por parte de los Consejos Comunales y, en suma, avanzar más radicalmente hacia “la construcción de un socialismo bolivariano, cristiano, chavista, en democracia y en paz”.
Hay que señalar que en el brevísimo plazo planteado por la Constitución para la elección tras la muerte de Chávez el Gobierno no podía responder con mano firme a tácticas preelectorales tales como sabotaje y desabastecimiento y otras acciones desestabilizadoras. Eso hubiese sido la excusa para la condena mundial, la justificación para el retiro de la candidatura opositora y la preparación del terreno para una ofensiva violenta articulada por Washington. En la semana previa a los comicios fueron enviados grupos de estudiantes a irrumpir violentamente en instalaciones militares, en la obvia búsqueda de hechos de sangre atribuibles a las autoridades. Así, el Gobierno debía moverse en un estrechísimo margen, en tanto la oposición obtenía rédito tanto si se le dejaba hacer como si se tomaban las medidas requeridas, que en ningún caso podían ser superficiales o meramente retóricas para ser efectivas.
Es obvio que además de estos factores, en los resultados influyó significativamente la ausencia de Chávez. Una hipótesis a corroborar con estudios puntuales señala que el grueso de los votos migrantes hacia el candidato contrarrevolucionario proviene de las capas medias. La tradicional volatilidad política de la pequeña burguesía volvió a manifestarse y a dar una lección a las fuerzas revolucionarias. No obstante, eso no puede empañar ni disminuir la proeza política del reemplazo social y electoral de una figura de la magnitud de Chávez en apenas un mes y en 10 días de campaña efectiva.
Ya antes de iniciar formalmente el período electoral el 2 de abril, Nicolás Maduro había sorteado la prueba más difícil: la masa popular lo reconoció como el hijo de Chávez. Atrás quedaron elucubraciones vacías empeñadas en señalar la “falta de carisma” del inesperado candidato. Pareciera que el pensamiento burgués ya no puede comprender la realidad y sólo repite estereotipos. Si no cabe duda de que los rasgos de Chávez ayudaron a la asunción de la perspectiva revolucionaria y socialista por parte de las mayorías, es evidente que aquéllos sin ésto no hubieran soportado el paso del tiempo. Tan obvio como que la identificación de Maduro con la estrategia socialista abrió el camino y, en plazos vertiginosos, dotó al discípulo con rasgos del maestro hasta entonces invisibles en él.
Hubo, como era de esperar, resistencia y resquemor en capas y estratos medios de la sociedad y el Psuv para aceptar de buen grado la última decisión estratégica del Comandante. Pero Maduro logró comunicarse con las masas trabajadoras y desposeídas; desplegó en forma agitativa el Plan de la Patria (al que llamó “Testamento de Chávez”); sostuvo los símbolos; sumó adhesiones y afirmó el rumbo socialista. Y cuando en la mañana del 2 de abril inició su recorrido “De Barinas a Miraflores” ya la batalla estaba decidida. No obstante, lo que vino en los nueve días siguientes asombró hasta a los más optimistas conocedores de la fuerza raigal de la Revolución: en una conmovedora combinación de tristeza, dolor, alegría y combatividad, ríos de hombres y mujeres se sumaron a la consigna “Chávez, lo juro, mi voto es pa’ Maduro”.
Chávez, Revolución, Socialismo, Patria, fueron las palabras más repetidas en estos días. Gritadas por millones, musicalizadas en decenas de canciones de todo ritmo, reafirmadas una y otra vez por Maduro en cada uno de los 25 actos de campaña. Una sinergia avasallante entre millones de voluntades expresadas a viva voz y el candidato alimentó la determinación de combate y la certidumbre en la continuidad de la transición anticapitalista.
Objetivos claros, energía sin par, una vanguardia resuelta y organizada, más los rasgos propios de este pueblo singular, fue la argamasa con la que se recompuso el espíritu colectivo tras el durísimo golpe provocado por la muerte de Chávez. Esa fuerza, arraigada en las masas y puesta en marcha, arrinconó a la burguesía y doblegó otra vez a su candidato.
De Sabaneta a Miraflores
El punto de partida del último tramo en esta movilización, ya en la forma específica de campaña electoral, fue una humilde casa en Sabaneta de Barinas, donde Chávez vivió niñez y adolescencia con su amada abuela Rosa Inés. Ahora ese lugar, convertido ya en punto de referencia histórico, es sede del Psuv. En el extenso patio trasero crecen dos árboles plantados años atrás por Evo Morales y Hugo Chávez. Los bautizaron Rebelión y Revolución, respectivamente, como si hiciese falta un símbolo más de la consecuencia de ambos con su origen proletario. A su sombra, Maduro reunió a los padres y hermanos del Comandante y se hizo una rueda de anécdotas y recordaciones, siempre al borde del llanto y con tal firmeza de propósitos que no necesitaba de consignas ni frases hechas. Demoledora y a la vez vivificante emotividad genuina, sin luto mentiroso, culminada en música y canto llanero, combinación constante que caracterizaría cada acto por venir.
Fuera se agolpaban miles de hombres y mujeres, de quienes emanaba una fuerza, una convicción, una claridad de propósitos asombrosos. Pero esa explosión de fervor era nada en comparación con lo que vino enseguida, en el trayecto entre Sabaneta y la capital Barinas, recorrido por Maduro en un simple vehículo descapotado primero y al volante de un autobús después.
La burguesía intentó deslegitimar al candidato de Chávez recordando su pasado de chofer en la empresa del Metro de Caracas. Lejos de amilanarse, Maduro reivindicó con orgullo su condición obrera y la convirtió en imagen de campaña: un obrero, contra “un burguesito-caprichito”, como lo llamó. A tal punto que llegó a cada concentración conduciendo un autobús y a menudo hizo cientos de kilómetros al volante entre una y otra capital de Estado. El intento descalificador se convirtió en lo contrario: le dio a la campaña un inequívoco contenido de clase y adquirió un arraigo natural que catapultó al candidato. Quien esto escribe sabe de qué habla cuando afirma que Maduro es un chofer veterano, cuyos muchos años de profesión se revelan al sentarse al volante y conducir, mientras habla con quienes lo acompañan y saluda sin pausa a la bandada de motos que le hace de escolta tumultuosa y a las multitudes agolpadas a ambos lados del camino.
Ese espectáculo es un libro lleno de incógnitas y revelaciones. Como abejas las motos se entrecruzan, frenan o aceleran para aproximarse al ómnibus, cargadas las más con padre, madre y uno o dos niños. Abundan las boinas rojas, las banderas de Venezuela, las fotos de Chávez enarboladas desde las motos como lanzas apuntadas a un interlocutor imaginario. ¿De dónde brota ese fervor? ¿Qué fuerza invisible mueve a esta gente? Pesa sin duda la religiosidad sobresaliente de este pueblo, rasgo que supone a la vez una poderosa fuerza en la lucha anticapitalista y flancos de penetración para los cuales ya el enemigo ha diseñado una estrategia. Pero hay mucho más. Han entrevisto un horizonte de emancipación.
Adán Chávez, gobernador de Barinas y hermano del Comandante, comenta el espectáculo con una sonrisa triste. La pregunta de todos es cómo no ocurren accidentes. Pero como en un enjambre, cada abeja tiene un sensor invisible y se entrecruza zumbando entre miles sin siquiera rozar a nadie. Hay una inteligencia y un orden en esa aparente irracionalidad.
Lo que viene es aún más impactante: una multitud abigarrada espera al autobús en las cercanías del lugar donde se hará el acto. Saltos, bailes, gritos, consignas, siempre acompañados de sonrisas, banderas al viento y proclamas a toda voz. A partir de allí la simbiosis entre masa y candidato sube a un tono mayor. El ardor parece ser contagioso y se expande como llamarada. Desde balcones y techos, encaramados en árboles y columnas, miles de hombres y mujeres de toda edad quieren saludar, tocar, darle un mensaje, entregarle un papel al hijo de Chávez. Y siempre resuena, repetido con ardor, el nombre del comandante fallecido.
He allí el motor de la Revolución, la energía infinita de las masas penetradas por la idea de un mundo mejor, ondeando banderas rojas y afirmando el socialismo. “Las ideas son una fuerza material cuando penetran en las masas”. Maduro saluda sin cesar, golpea con el puño izquierdo su palma derecha, gesto característico de Chávez, que el pueblo hizo suyo y utiliza para transmitir de manera inequívoca una propuesta política. Invisible, la aceitada maquinaria del Psuv actúa como eje ordenador en lo que el poeta Herbert Read llamaría “el orden superior de una vasta convulsión”. ¿Asimilarán estas lecciones los cuadros políticos de Europa y América Latina, que afrontan la crisis capitalista sin ese legado histórico de la lucha de clases, la noción de partido revolucionario?
Lo inmediato se impone y corta la reflexión: el candidato sube al palco con todos sus acompañantes. Y comienza la gran prueba. El himno, cantado por Chávez desde una grabación como él siempre lo hacía en sus actos, estremece a todos. El Comandante está allí y el elegido no trata de disimularlo, todo lo contrario. Se ubica como discípulo humilde y leal. Llega el video donde Chávez anuncia que “si algo me pasa”, el candidato es Maduro. “Por eso estoy aquí”, explica el candidato. Él toma la bandera que le entregó el Comandante, quien desde su legado y con el Plan de la Patria, el programa con el que ganó las elecciones del 7 de octubre pasado, sigue al mando de la Revolución. Maduro pasa largos minutos buscando el contacto invisible que ocurre cuando, por sobre gritos y gestos enardecidos, se produce el diálogo entre el orador y una masa en la que cada componente siente y actúa como individuo. Hasta que llega el momento y la sintonía se afirma. Entonces Maduro despliega la propuesta de gobierno. Arranca explosiones de identificación y respaldo. Ya está: Barinas, la cuna de Chávez, ha reconocido y aceptado a su hijo.
Campaña febril
El canal oficial acompaña al candidato. Y presumiblemente la televisión combina desigualdades. Como sea, lo cierto es que ya en la segunda etapa de la campaña, horas después en Maracaibo, capital del Estado Zulia, clave nacional, el punto de partida es el dejado en Barinas y ya el candidato está instalado. De allí en más cada acto fue una expresión creciente en cantidad y calidad a ambos lados: abajo y arriba del palco. Maduro apela a todos los recursos siempre utilizados por Chávez para hacer llano y amigable el discurso; pero no copia al maestro. Introduce variantes que gustan a unos y a otros no, pero que invariablemente impactan en quienes tiene enfrente.
A un promedio de tres actos por día, con el prólogo de largas marchas entre las multitudes en cada caso y luego horas de discursos, intercambio con la concurrencia, más música y canto como colofón cada vez, parece imposible que la energía de las masas y, sobre todo las fuerzas y la voz del candidato, resistan para continuar. Pero resisten. Y tal como ocurrió con Chávez en octubre, se percibe en cada acto mayor concurrencia y más fervorosa combatividad. Con una diferencia: aunque resulte imposible medirlo con rigor, el observador se convence de que estos actos convocan multitudes y emanan una determinación revolucionaria todavía mayores. No es ilógico: una de las consignas más acertadas del comandante fue explicar que “Chávez somos todos”. Resulta transparente que esa idea penetró en las masas. Millones de personas asumieron que en ausencia del líder revolucionario, su papel es imprescindible. Y eso ensambla con la actitud de Maduro, quien ante el señalamiento opositor de que él no es Chávez, lo confirma, asume que el jefe muerto es irreemplazable y que sólo juntos –el pueblo en su conjunto, la dirigencia de partido, organizaciones de masas y Fuerza Armada– pueden ocupar su lugar y llevar adelante la Revolución.
La apoteosis llegó el jueves 11, en Caracas. Millones de personas colmaron siete avenidas centrales. Las tomas aéreas no permiten exagerar. Pero la vivencia directa en las calles habla un lenguaje diferente al de los números: los contingentes organizados se complementaron con multitudes espontáneas empeñadas en ratificar su voluntad de continuidad revolucionaria. Cuando inmensas pantallas trajeron la imagen de Chávez en ese mismo lugar, el 4 de octubre, bajo la lluvia, con su voz estridente y sus conceptos más potentes aún, una emoción incontenible se desató a lo largo de la inabarcable muchedumbre.
No podría ser más grande el contraste con las concentraciones opositoras, doblemente escuálidas: en el cierre de Caracas, cuatro días antes, ocupó apenas dos cuadras y media de la Avenida Bolívar con filas raleadas y apáticas, que comenzaron a desconcentrarse en el momento mismo en que el candidato ultraderechista comenzó su discurso. Más negativa resultó aún la comparación de los actos de unos y otros en cada Estado. Tras la derrota en las calles y con exigua diferencia de votos, la denominada Mesa de Unidad Democrática entrará en una vorágine. Presumiblemente sus sectores más reaccionarios avanzarán hacia una franca ruptura con el régimen institucional, sobre todo si, como adelantó Maduro en su discurso como presidente electo, las fuerzas de la Revolución salen a renovarse, corregirse y vivificarse y logran su objetivo, recuperando una nueva y más sólida mayoría amplia.
Por todo esto, es erróneo calificar lo ocurrido en los últimos días como “campaña electoral”. Se trata de una erupción de masas en actitud de combate para defender y proyectar la Revolución, asumiendo que el propio Chávez preparaba para su tercer gobierno una aceleración capaz de barrer los obstáculos que frenan y desvían la transición al socialismo. Cuatro meses coronados por nueve días que conmovieron a Venezuela jalonan una victoria estratégica de la Revolución. Queda como saldo residual la suma de hábitos, ideas y conductas deformantes de cualquier campaña electoral de naturaleza esencialmente burguesa.
Definiciones y perspectivas
En perfecta sintonía con esa afirmación colectiva, durante los actos de campaña Maduro repitió su compromiso con el Plan de la Patria y en sus discursos produjo una polarización como sólo Chávez supo hacerlo. “Hay dos modelos –repitió una y otra vez: Patria o antipatria; hay dos sistemas: capitalismo neoliberal o socialismo bolivariano, cristiano, chavista; hay dos candidatos: un hijo de la burguesía o un obrero, un hombre del pueblo, formado por Chávez, hijo de Chávez”.
Contra esta dinámica, desde sectores reformistas dentro y fuera del Polo Patriótico y el aparato del Estado, pulularon mientras tanto las propuestas de cambiar esa radicalidad a partir del día 15. Interpretaciones aviesas e interesadas de las dificultades económicas actuales y por venir defienden como solución un paso estratégico atrás, negociación con núcleos burgueses y abandono de la perspectiva de radicalización en la transformación del aparato productivo, tal como lo indica el Plan de la Patria.
Es más que improbable que la Dirección Político-Militar de la Revolución opte por semejante camino. Al margen de conjeturas sobre la conducta de estos hombres y mujeres que han jurado dar la vida por la revolución y el legado de Chávez, está el poderío inapelable de las masas en la calle. No es sensato suponer que tras esta epopeya obrera y popular los protagonistas volverán a sus hogares a escuchar cómo el 80% de las emisoras de televisión, el 90% de los diarios de alcance nacional y el 90% de las emisoras de radio en manos de la oposición burguesa atacan a la Revolución, mientras en los febriles ensueños reformistas el Gobierno encabezado por Maduro se ocupa de hacer concesiones a aquellos a quienes ha arrasado en las calles y vencido en las urnas pese a la utilización de recursos extremos por parte de la oposición.
No hay voluntad política ni espacio histórico para retroceder. La Revolución Socialista Bolivariana ha ganado otra gran batalla. En las urnas, pero ante todo en la articulación y puesta en movimiento de fuerzas sociales y políticas comprometidas con el tránsito al socialismo. En cuanto a los riesgos que plantea la recuperación electoral de la ultraderecha, tal como solía repetir Chávez citando a Trotsky, “a menudo la revolución necesita del látigo de la contrarrevolución”. Éste es uno de esos casos. La inteligente y efectiva arremetida contrarrevolucionaria que disminuyó circunstancialmente la relación de fuerza del gobierno en el plano electoral, compele a la Dirección Revolucionaria Político-Militar a afirmarse allí donde es fuerte y perfeccionar, como adelantó Maduro, la obra revolucionaria. Eso significa hacer más frontal y eficiente la confrontación con la burguesía y el imperialismo que no cejarán en su empeño contrarrevolucionario. A su vez, esa potencia revelada desde diciembre como nuevo protagonista exigirá al Gobierno, y al mismo tiempo le permitirá, asumir todas las medidas necesarias para hacer efectivo su accionar, única manera de consolidar su relación con las masas.
Reaparecerá en ese punto el valor estratégico del Psuv, no ya limitado a la función de maquinaria electoral, sino como organismo vivo en el seno de la clase trabajadora en todos sus estratos, capaz de afirmar la conciencia y extender la organización de esas mayorías articuladas con las demás clases y sectores de clases comprometidas con la transición.
Serán excepción los cuadros principales que no comprendan estas exigencias de la hora. El mismo equipo que supo sobreponerse a la muerte de Chávez, promover y darle dirección a la movilización de masas, sabrá superarse a sí mismo para afrontar esta nueva etapa.
Venezuela continuará a la vanguardia del curso antimperialista latinoamericano-caribeño. Resta comprobar si los pueblos y sus vanguardias asimilan, en los plazos perentorios exigidos por la crisis, el legado de Chávez y esta nueva lección de la Revolución Socialista Bolivariana.