Era la tarde del domingo 14 de abril, terminaba mí recorrido como testigo del PSUV por varios centros electorales de la ciudad de Maracaibo, cuatro de ellos ubicados en sectores populares y medios, arribaba al quinto y último, la Escuela Lucila Palacios, circundante de un espacio social ampliamente opositor; entré con dos profesores universitarios para conversar con los representantes o testigos de Nicolás Maduro, nada más y, entonces una señora bien vestida, alta, me intercepta para preguntarme ya molesta y con voz temblorosa por la rabia, “¿ Qué haces aquí?, ¿ Quien te mandó?”.
Intentaba yo responderle, siempre en tono respetuoso, y no me dejaba, alzaba la voz: “¿Quien te autorizó?, vete de aquí, no se van a robar los votos de Capriles!!!”. El oficial del Plan República y otros compañeros intentaban calmarla sin éxito, ya otro Señor de lentes, con su buena camisa amarilla me instaba a que saliera de la Escuela. ¿Qué les pasa?, ¿Por qué se transformaban solo por mi presencia?, ¿Por qué en las cuatro escuela previas los opositores no actuaron así? me preguntaba a mi mismo.
Hablé con nuestros testigos próximos y comprendiendo la necesidad de evitar una confrontación con estas dos personas salidas de sus cabales solo por ver mi rostro opté por retirarme. Esto es más o menos trivial, sin ninguna consecuencia, pero al salir del Colegio ocurrió algo que nunca olvidaré y que motiva esta reflexión. Varios dirigentes de Primero Justicia gritaban consignas en contra, entre ellos una dama joven, estimo no más de 30 años de edad, me gritaba: “sucio, sucio, vende patria, vende patria”, lo hacía con toda la fuerza de su voz y llorando, llorando mucho.
La miré con respeto, que inmenso odio vi en los ojos y gestos de esa joven venezolana. Comprendí que su rabia convertida en lágrimas era la impotencia por no poder eliminarme o agredirme; no le bastaba con ofenderme y lloraba, lloraba a rabiar. Lamenté que sin razón este ser humano sufriera o encajara en sus sentimientos el odio derivado de lo político. Ojala la vida me dé la oportunidad alguna vez de hablar con ella civilizadamente.
Las operaciones psicológicas que, desde la mayoría de los medios de comunicación venezolanos, ha adelantado la derecha venezolana para incubar el odio en amplios sectores de nuestra sociedad han logrado un éxito relativo. Es un mecanismo de vieja factura ya usado en Chile, Argentina, Nicaragua, por mencionar sólo tres experiencias históricas conocidas. La disociación psicológica adelantada desde el canal de TV GLOBOVISION es la punta de lanza de tal estrategia. Cuánto daño han realizado. El odio sembrado progresivamente ha implicado producir conductas o emociones de profundo rencor, ira, aversión, repudio, aborrecimiento, enemistad, repulsión hacia el que dejó de ser un adversario político para convertirse en el “enemigo” a vencer.
El odio social es el paso previo a la violencia. El odio estimulado por la derecha desprecia la democracia, no solo porque liquida el debate de las ideas y proyectos de sociedad de los actores políticos y sociales con el agravio, la descalificación, el insulto o la mentira mil veces dicha, también porque logró desarrollar el sentimiento de eliminar o destruir el objetivo odiado: “el chavismo maldito, bruto, desarrapado”.
Cuando lees la consigna opositora “viva el cáncer”, te acercas a la tragedia humana de quien haya sido llevado a tal nivel de valoración de la vida, es la victoria de la intolerancia y de la incapacidad de dialogar. Es el escenario servido para la violencia contra el diferente, para intimidar, acosar, destruir la propiedad, agredir físicamente al “enemigo”. Así pasó la noche del 15 de abril de 2013 en los centros de salud, CDI, cuándo fueron sometidos al terror los médicos y médicas, trabajadores y trabajadoras y los pacientes que eran atendidos; así ocurrió en varias sedes del PSUV que intentaron ser incendiadas. Es una tragedia que nueve venezolanos murieran esa noche por el fuego criminal de sus adversarios políticos.
Esta espiral de odio y su consecuente violencia hay que detenerla, es obligante para el liderazgo democrático del país encontrar espacios para la tolerancia y el dialogo. Los medios de comunicación e información no pueden seguir atizando el odio tal y como lo han hecho estos últimos años para enfrentar el proyecto liderado por Hugo Chávez.
La revolución bolivariana es un proyecto pacifico, democrático, mil veces lo ha demostrado, mil veces lo ha practicado; cuando hemos vencido electoralmente, las calles se han llenado de alegría, la paz de las mayorías se impone, el respeto al adversario electoral es una conducta, cuando hemos perdido electoralmente, se ha respetando el veredicto del pueblo. El líder de ésta, el presidente Nicolás Maduro ha extendido su mano para dialogar a la oposición. Sin negociados que nos son ajenos podemos en el marco de nuestra Constitución convivir pacifica y civilizadamente.
A la joven que lloraba de rabia por odiarme y a los que le cultivan, bien vale el alivio de ese sentimiento en las palabras de Mahatma Gandhi: “El odio nunca es vencido por el odio sino por el amor”. Vamos a vencerlo.
rodrigo1cabeza@yahoo.com