Hace unos días recibí una lluvia de insultos por parte de un viejo conocido, un muchacho tranquilo y bonachón con quien solíamos coincidir, hace añales, en algunas fiestas; hoy convertido en un energúmeno lleno de odio que sería capaz de pegarme solo porque soy chavista. Todo esto sucedía ante a la mirada silente de un amigo querido que permaneció paralizado, seguramente avergonzado, pero mudo. Nos pasa rutinariamente a los chavistas, y en estos días, públicamente, a Roque Valero y a Wiston. Ellos, como todos, sintieron ese doloroso silencio apabullado por irracionales voces que, en nombre de la tolerancia, gritaban muerte al chavista.
El miedo secuestra. Hablar sería exponerse a lo mismo a lo que nos exponemos lo que sí hablamos. Sería ser borrados de las vidas de seres queridos, tías, primos, amigos de la infancia, y enfrentarse a la sospecha, a la locura, a la amnesia de quienes saben quiénes somos, de dónde venimos. “Mejor callar… es más fácil, en el fondo, tal vez se lo merecen por chavistas”.
Callar los hace dolorosamente cómplices. El miedo secuestra la conciencia. El miedo los arrincona, reduce, domina. Y uno mira con dolor cómo estas buenas personas se meten el alma arrugada en el bolsillo, e intentan vivir en la pequeñez del miedo.
Sin miedo, reconozco lo letal que es el miedo. Sé cómo permitió horrendas atrocidades, recientes, cercanas, tan parecidas a las que pretende conducirnos hoy esa cultura del miedo. Pienso en los amigos y vecinos de los treinta mil desaparecidos en Argentina, miedo cómplice que hasta el día de hoy atormenta a quienes entonces callaron. Pienso en los miedosos de Chile, Uruguay... Los miedosos de Centroamérica arrasada por el miedo.
También pienso en la complacencia, en la posibilidad de que estén de acuerdo, miedosamente callados; otra forma de tener miedo. Pero sobretodo pienso en la irracionalidad que condujo a todo esto, en la irrealidad insoportable que no les permite ver que sus vidas son buenas, que nunca lo habían sido tanto.
Pienso en el pánico de los miedosos si la locura que callan y otorgan llegara a imponerse. Sé que entonces, inútilmente, querrían poder desandar lo andado, lástima que el miedo les impida a ellos saberlo.
En tiempos de miedo, que se imponga la valentía.
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