Existe un aparatico infernal que sirve para medir el calibre revolucionario, siempre deficiente, de cualquiera que se cruce en el camino de su dueño. Ni se compra ni se vende, cae en manos del perfecto revolucionario, ser auto-elegido como virtuoso portador del revolucionómetro para apuntar, medir y desenmascarar a todos, menos a si mismo, porque el perfecto revolucionario gafo no es.
Con la verdad en una mano y el revolucionómetro en la otra, constata impurezas ideológicas ajenas que le confirman que nadie, después de Marx, Lenin y el Che, es más revolucionario que él. Y nadie, como él, es más chavista que Chávez, porque hasta el mismísimo Chávez sería revelado como un infiltrado, quinta columna, pequeño burgués, de ser apuntado por tan nefasto aparatico.
El revolucionómetro es la máquina de la sospecha. Todo lo que hagas o digas será usado en tu contra. Todo apuntará a desviación ideológica, retroceso o traición. Si no me gusta lo que dices, te apunto con mi revolucionómetro. Si no haces lo que yo digo, te vuelvo a apuntar. Dispara su sentencia inapelable y la grito a los cuatro vientos, para que sepa el mundo entero que el revolucionario perfecto soy yo.
Cargado de frases hechas, tiesas e irrefutables, el revolucionómetro mide cada gesto, cada palabra, cada paso del otro, del compañero dudoso, para corroborar la certeza y alimentar egos mezquinos que viven para tener siempre la razón.
Entre otras convenientes funciones, el revolucionómetro interpreta las palabras de Chávez, haciéndolo decir cosas que nunca dijo, pero que el perfecto revolucionario quisiera que hubiese dicho. A partir de La Palabra se activan lucecitas y alarmas que alertan que todo, pero todo todito está mal, que giramos a la derecha, que Chávez jamás habría buscado buenas relaciones con Santos, que Chávez jamás habría hablado con Obama o con ningún representante de ese gobierno imperial. Qué Chávez jamás habría llamado al empresariado a trabajar en conjunto con el gobierno bajo una visión nacional. El revolucionómetro reinventa la memoria de Chávez que ahora no cuadra para nada con el chavismo.
Entonces constata el dueño del revolucionómetro lo que siempre sospechó: que la revolución no es tal, que el chavismo es reformismo, que el pueblo no sabe, que no se deja enseñar, que la dirigencia no dirige, no escucha, no profundiza, no avanza, que pacta, que todos están equivocados menos él: el revolucionario perfecto que, ciego de arrogancia, apunta su infernal aparato a sus propios compañeros, convirtiéndolos en el enemigo, como si olvidara que el enemigo es otro y es gigante, poderoso y feroz.
¡No me ayudes, compadre! Apaga ese aparatico y sigamos andando, que pa’ lante es pa’ llá, y para allá vamos, eso sí, chavistamente como mi Presi nos enseñó.