Hace unos días escribí un artículo expresamente chocante. Se trataba de la transcripción de una serie de argumentos de amigos opositores que terminaban achacándoles los pobres conductas “no deseadas” en las que incurren personas de todas las clases, como si estas fueran exclusivas de lo siempre marginados. Justificando así la marginación, porque esa gente debe primero educarse, el gobierno debe hacerlo, para que entonces, solo entonces, puedan ejercer su derecho a una vida digna.
La indignación que levantó mi texto se convirtió en un goteo de mensajes en mi buzón cuyo encabezado unánime fue: “Soy opositor, pero yo no soy así”. Me explicaban, sin saberse explicar, que creían que “los pobres sí merecen una vida mejor”, un difuso “mejor” que los lanzaba por barranco del “pero”, empujándolos a la causa de su propia indignación, a lo indignante.
“Yo no soy así, pero no todos los que reciben casas del gobierno son trabajadores honestos, también hay malandros y delincuentes”. Y yo imagino que quienes viven en urbanizaciones nice son todos unos mirlos blancos. Supongo que allá nadie roba, nadie vende drogas, nadie le pega a su mujer, nadie molesta el vecino, todo es paz. Yo no soy así, pero si es negro y pobre, como que es mejor sospechar... condenar.
“Yo no soy así”, pero me refutas con un elocuente “típica resentida social que lo que quieres es que te regalen lo que otros logran con educación, trabajo y esfuerzo”. Confirmándome dónde está el resentimiento. “Yo no soy así, pero no soy conformista, por eso me opongo, por el bien de los pobres”. Desestimando, eso sí, la opinión de los pobres que dicen defender. Jamás levantan la voz contra el rancho por rancho de Capriles, contra la basura que se traga a los barrios de Petare, ni siquiera por lo huecos que se tragan sus propias calles, porque no hay peor ciego que los ojos que no ven corazón que no siente. No hay tiempo para eso, el rollo es el gobierno chavista. Con los suyos, callan y otorgan, pero “yo no soy así”
Yo no soy así, pero son. Envueltos en un manto prejuicios se cruzan con un espejo que les devuelve un reflejo indignante, en lugar del reflejo de esa buena persona que pretenden y quieren ser. Entonces cierran los ojos y, autoayudamente, repiten: “Yo no soy así”.