En Venezuela, desde hace 14 años, ocurren milagros a diario. Millones de milagros que reducimos a frías estadísticas. Siete mil niños operados en el cardiológico infantil, más de dos millones de alfabetizados, 400 mil casas de la Gran Misión Vivienda Venezuela entregadas, 5 millones de estudiantes universitarios, miles de ellos graduados de médicos integrales comunitarios, sopotocientos mil consejos comunales demostrando con hechos que la organización popular es el camino del pueblo… Y la cuenta sigue y es millonaria, son millones de historias de vidas que florecen venciendo la condena que les impuso la miseria. Milagros cotidianos que transforman millones de vidas y que a su vez transforman otra vidas en una milagrosa reacción en cadena que es, en suma, nuestra gran historia, la razón del chavismo.
Urge usar nuestros espacios para contar las buenas nuevas de todos los días. Difundirlas masivamente -nunca la tele fue tan útil para algo-, darles nombres, ponerles caras, que nos veamos reflejados en sus ojos, en sus emociones, que nos muestren que es real y posible, que nos inspiren a seguir luchando, que nos enseñen, quizá, como hacerlo. Contar esta historia es contagiar de esperanza a cualquiera que tenga alma, y no solo los chavistas la tenemos, hay mucha gente con alma que se opone al chavismo porque sus medios también invisibilizan los que nosotros, con enorme torpeza, invisibilizamos.
Lo que no contamos resta, y no lo contamos porque seguimos empeñados en bailar a son que toque la locura. Habrá quien me diga que desmontando matrices, desenmascarando al adversario, sus adeptos van a abrir los ojos. Y yo me pregunto si esta estrategia cuya importancia se ha magnificado hasta llover sobre mojado, suma. Las cuentas me dicen que no.
Entonces ¿En qué empeñamos nuestro tiempo y esfuerzo? Y peor: ¿En qué no lo empeñamos?
Nos dedicamos a reforzar con candidaturas mediáticas, a posicionar liderazgos de laboratorio. Hacemos famosos a infames personajes que nos lanzan como bombas cazabobos y nosotros, como bobos, les regalamos pantalla y saliva. El mismo chicle insípido. El cuento de siempre que se niega a terminar.
Y no digo que ignoremos lo que hace el adversario, lo que digo es que le hacemos demasiado caso, todo el caso del mundo, respondemos a cada provocación, pretendemos analizar con seriedad cada estupidez, mientras lo importante, lo nuestro, se queda siempre en el tintero.
Estamos obligados a contar la historia de este pueblo que remonta cuestas armado de voluntad y conciencia; la historia cotidiana del chavismo, la historia más grande de todas, la historia que no contamos.