Quizás pequemos de iluso creyendo por ingenuidad que el encuentro entre Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos, esta vez, pondrán fin a una vieja rencilla que tiene su origen en la Cosiata, movimiento político que estalló en Valencia el 30 de abril de 1826 con la finalidad de separar a Venezuela de la Gran Colombia. Hasta muchachos de primaria saben que Francisco de Paula Santander y José Páez, solo coincidieron en su peculiar manera de traicionar al Libertador; complaciendo así intereses bastardos de oligarquías que no veían más allá de sus narices.
Han transcurrido dos siglos y todavía ese conflicto se ha prolongado mediante formas y actores distintos, sin que hasta los momentos se vislumbren posibilidades ciertas de arreglo definitivo. En lo esencial está a la vista que de Colombia nos siguen separando viejos conflictos limítrofes, así como las nefastas consecuencias que trae consigo una guerra intestina que lleva más de cincuenta años sepultando a miles de neogranadinos. ¿Y qué de esos ocho mil millones de dólares que todos los años van a parar al mercado neogranadino, mientras el contrabando de extracción desabastece a nuestros pueblos andinos?
Hasta cualquier ciudadano que esté medianamente informado, sabe que no existen razones para pensar que Juan Manuel Santos sea diferente a su antecesor y gran elector Álvaro Uribe. Ambos militaron en el Partido Liberal Colombiano, y también por ambiciones en el 2002 hicieron tienda aparte, alejando entonces que dejaban la peluca so pretexto de que el partido liberal no daba garantías para la elección de un candidato presidencial.
Político, periodista y economista, Santos a lo largo de su carrera desempeñó varios ministerios, pero será como Ministro de Defensa que va mostrar su condición de hombre público de mano dura que no le tiembla la mano para ordenar asesinar. Cuando el escándalo de los llamados “falsos positivos” se conoció que el ejercito colombiano ajustició a centenares de inocentes civiles haciendo creer que se trataba de guerrilleros muertos en combate. También en su extenso prontuario, un juez ecuatoriano ordenó su captura por violar su territorio y darle muerte a un ciudadano también de nacionalidad ecuatoriana. Por cierto, en esa oportunidad el Presidente Rafael Correa defendió la orden judicial y pidió a la Interpol el arresto de Santos, petición que fue rechazada por ese organismo internacional que nada hace sin antes consultar con la CIA y el Pentágono.
Y aunque no quisiéramos ser pesimista con el encuentro de Santos y Maduro, tampoco recomendamos desestimar que la dolorosa experiencia nos enseña que a veces la diplomacia con su juego perverso da para esto y mucho más. Ojalas que esas conversaciones anunciadas con bombos y platillo entre ambos Jefe de Estado, no vayan a resultar puro peo de agua colonia, pues no es primera vez que pasado unos pocos días, los interlocutores terminen exclamando: aquí no ha pasado nada. ¿Y será por eso que decimos que de esa cabuya tenemos un rollo bien largo?