Es muy clase media ocupar un ratico de la vida en una causa, como para que la vida no parezca tan sin sentido, como para darle personalidad a la bio de Twitter o al perfil de Facebook. Causas con logotipos, con mensajes salidos de grandes agencias de publicidad, que colaboran con las causas para parecer buenas y descontar impuestos. Miles de causitas en un mundo muy descompuesto, causas justas casi todas, hijas de una gran causa fragmentada al punto de la negación.
Desde un apartamento muy lejos del amazonas alguien tuitea a favor de los monos tití, condenando el tráfico de animales, maldiciendo al miserable que mató a la mamá mona y transformó a un feliz bebé monito en una triste mascota.
Otros, en un click, donan un dólar al mes para proporcionar vacunas, o una taza de arroz, o un tablón, que sumado a otros dólares serían más tablones para hacerle una escuela a un niño africano, que vive bien lejos, porque los pobres parecen vivir siempre tan lejos. Algunos firman ciber peticiones contra el trabajo infantil. Los más manos a la obra se van a una playa a recoger miles de botellas plásticas vacías, para salvar a la naturaleza.
Y abrazan sus causas con buena fe pero las abrazan hasta donde el manual de la causa señala. Así cuando se lanzan a salvar el planeta, se lanzan sin saber de qué lo van a salvar. Creen que el problema que les ocupa tiene un límite definido, que es a la vez el principio y el fin, lo que deja a sus causas sin efecto.
Son luchas sin por qué. Nadie se pregunta por qué aquel hombre mató a la mamá mona para vender a su cría, ni por qué un bebé mono puede ser mercancía. Tampoco se preguntan por qué el niño no tiene vacunas, ni arroz, ni escuela; ni por qué ese botellero plástico; ni quién hizo los zapatos Nike con los cuales corren maratones en beneficio de tal o cual causa.
“¡Ay Carola!, tú si eres gafa, queriendo cambiar al mundo, si el mundo es como es, solo hay que poner nuestro granito de arena”... En un intento vano de tapar goteras sin pararle al aguacero; chapoteando en la superficialidad de la inconsciencia juegan a ser conscientes, hasta que despierta la conciencia colectiva, entonces la rechazan furibundos, alegando que no es así como se cambia nada, dedicándose a señalar errores, ignorando aciertos, grandes aciertos; recurriendo la bandera de la democracia, pasando por alto que ésta se define en la voluntad de las mayorías. Y tanta contradicción degenera en horrendas pataletas, desesperadas pataletas, pero todo es miedo.
Aterradas, estas buenas personas se aferran a un mundo terriblemente injusto ante el vacío que les plantea su incapacidad de imaginar otro distinto.
Carola Chávez
carolachavez.wordpress.com