Como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, para 1937 los hechos han demostrando que ya Gómez pertenece a un pasado remoto, dejando herido de muerte el largo periodo del caudillismo, fenómeno político y social que había surgido durante el siglo XIX en Latinoamérica, y que en nuestro caso se inicia con la asunción de José Antonio Páez al poder, en 1830. En el marco de calamidades que abruman al país, instituciones del Estado aún prisionera de tantos resabios del régimen personalista con el cual Gómez había troquelado sus veintisiete años de poder omnímodo, Gallegos, esta vez, ha decidido interrogar el destino sin encontrar respuestas a tantas interrogantes que retozan en su mente. Y no podrá descifrar el drama, porque solo conoce esa historia vista de manera positivista, memorial y anecdótica que en sus mocedades le habían impartido en su educación formal. Por esta razón, Gallegos va a desestimar el método dialectico y el materialismo histórico como las ciencias que permiten comprender los inusitados cambios de la sociedad, así como leer en el porvenir las señales del tiempo implícitas en toda tendencia observable de un proceso político. Y porque ignora las leyes que actúan independiente a la voluntad y conciencia de los pueblos y que en definitiva mueven la locomotora de la historia, Gallegos no alcanza a percatarse que el tirano Gómez no se había lleva consigo a la tumba el trípode Jefe-Ejercito-Administración, que era el pacto político que en octubre de 1899 había reemplazado al binomio Partido-Ejercito que reservó el poder al liberalismo amarillo durante la segunda mitad del siglo XIX.
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La formación demócrata-burguesa hizo que Gallegos siempre fuera ajeno a cualquier proyecto socialista que rechazara la explotación del hombre por el hombre. Por ello, en cada una de sus novelas, la carga de rebeldía se limita a sobreponer el realismo a esas formas que van más allá del género literario. Con la magia de una pluma virtuosa, pero ayuno de explicaciones sobre los fenómenos originados en la relación causa-efecto, Gallegos se ha colocado una camisa de fuerza que le va a impedir internarse en la adecuada comprensión del drama venezolano de su época. Por ello, en cada una de sus páginas apenas logró pintar la problemática política, económica y social que se había derivado del fenómeno caudillesco; denunciando además, el despotismo, la ausencia de libertad, la corrupción del gobierno, la explotación del hombre y la naturaleza, el grave desequilibrio económico, la presencia de intereses extranjeros, pero sobretodo haciendo especial hincapié en el daño terrible que había causado el latifundismo, régimen que permitió que grandes extensiones de tierras fueran acaparadas en los gobiernos de Páez y durante el nepotismo de José Tadeo y José Gregorio Monagas peloteándose el poder.
A diferencia de uno de sus discípulos del Liceo Caracas, Gallegos estuvo siempre en desacuerdo con Rómulo Betancourt quien fue represivo por antonomasia, y descartó el dialogo como herramienta para obviar conflictos y alcanzar los grades acuerdos que separan épocas en la vida de los pueblos. Y porque tenía una manera particularísima de profesar su vocación democrática, el novelista prestado a la política consideró que la peor ocurrencia de un gobierno tambaleante, era recurrir a la represión como mecanismo para mantenerse en el ejercicio del poder; precisando además, que la experiencia indicaba que la represión no era la medicina aconsejable en casos de ingobernabilidad, porque toda represión a la postre provoca reacciones violentas en las masas oprimidas, resultando así peor el remedio que la enfermedad.
