La agroecología es un espacio antiguo de la agricultura, revalorizado, rebautizado y convertido en una ciencia imberbe que a pesar de no tener métodos propios, se alía con otras ciencias y disciplinas para quebrar, como rama seca, a la forma de hacer agricultura con las herramientas de la revolución verde de altos insumos.
Hoy día la agroecología se debate entre seguir el camino de la ciencia o entrar en mundo de los acólitos de los dogmas, especies de hechiceros que hacen conjuros para evitar que la producción agrícola neo capitalista sucumba. Entre esas visiones se intercala un amplio grupo de estudiosos de la agricultura, que formados en las consecuencias de la acción humana, despiadada y descarada contra el ambiente, creen que efectivamente la agroecología puede ayudar a potenciar un nuevo modelo de producción, pero que el asunto no se resuelve por decretos, ni por conjuros, ni por deseos de cambiar el orden impuesto de las cosas.
Es entonces una transición que implica lucha y propuestas que nos lleven a un modelo reconocido por sus prácticas amigables con el ambiente, sus resultados económicos y sociales exitosos, el desarrollo de una ciencia que vea los sistémico de la agricultura como la prioridad, antes que los recónditos espacios del saber, pero sin abandonar y reconociendo los avances en cuanto a las herramientas tecnológicas que dispone la humanidad para impulsar con celeridad un nuevo enfoque de la agricultura.
Si la agroecología se dedica como ciencia naciente a compendiar el discurso del humanismo ilustrado, verbo antes que acción, verbo antes que proyectos, verbo antes que evidencias sobre otro modo posible de hacer la agricultura, irá camino al desgaste del discurso y por ende al fracaso de la propuesta. El humanismo es parte de la agroecología, pero en un enfoque que promueve resultados de bienestar para la gran masa de agricultores del mundo sumidos en la pobreza, y muchos sin acceso a la tierra. Pero, es también un discurso que debe buscar adeptos, por convencimiento de las ventajas del nuevo enfoque de la producción agroecológica, entre un segmento relativamente grande de medianos emprendedores en la agricultura, para poder generar una alianza que venza la sospecha que la agroecología es inútil para lograr la soberanía alimentaria.
Pero más allá, las ciencias y las técnicas han sido utilizadas para cimentar los proyectos políticos de la izquierda y de la derecha, y no hay ninguna razón para dialogar con las fuerzas de izquierda que hoy emergen en América Latina y el Caribe en tránsito hacia una nueva sociedad construida sobre las ruinas de los valores egoístas del capitalismo. Allí hay un espacio para avanzar más rápido en la asimilación de los principios agroecológicos para la producción sustentable. Hay que hacer de la producción agroecológica un proyecto político.
La derecha, por su parte, jugará al escondite, la defensa de la agricultura industrial de altos insumos y los procesos de acumulación de capital es su paradigma. La derecha no estaría interesada en comprar de esta pólvora, que huele a revolución, a transformación, a armonía con la naturaleza.
Hasta donde llega la literatura y las acciones de los agroecólogos, todavía existen sumideros por donde de debilita el discurso transformador, entre otros la sobredimensión del diálogo de saberes sin llegar a sistematizar lo suficiente para evidenciar que la agricultura campesina puede ir más allá de la subsistencia; por otra parte, la materia de los agro-bio-insumos es una deuda pendiente que impide ampliar la dimensión agrícola de Venezuela vista en su conjunto.
Apenas unas 100 mil hectáreas pudieran considerarse están inmersas en un modelo de transición hacia la producción agroecológica; y por otra parte, es un reto a superar, la inversión en ciencia y la tecnología debe favorecer los proyectos que promuevan el logro de tecnologías que aporten al modelo emergente de producción agroecológica. En el plano de lo agrario, lo agroecológico se está dejando para lo pequeño, para el minifundio, para la pequeña agricultura urbana y periurbana, y todavía no es una herramienta para apoyar el desmontaje del latifundio y la emergencia de una fuerte agricultura comunal.
Un árbol puede ser muy frondoso y admirado por su belleza, pero el discurso agroecológico debe dejar de ser frondoso e ir a apoyar con fuerza la producción nacional de alimentos. De ser así, llegará el día en que se reconozca a los agroecólogos como los mejores agrónomos que dispone el país.
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