“Sigue siendo cierto que ‘La crítica de la religión es la premisa de toda crítica’ pero, para los efectos prácticos, los que nos interesan, criticar la religión ya no es ni realizarla ni negarla, es superarla: arrebatarle a las corporaciones eclesiásticas, a las transnacionales de lo “sagrado”, y muy especialmente a la iglesia católica, el monopolio de los recursos espirituales de la Humanidad”.
(Lo divino y lo sagrado en la revolución bolivariana - Aporrea 17/02/2013)
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Muy acertado el Comandante Supremo al delegar y recomendar a Maduro, y éste fue un valiente al ponerle el hombro a la carga más difícil que le ha tocado a un Venezolano. Nicolás no es Chávez, porque Chávez somos todos (incluso los opositores, sin quererlo), pero de que vuela, vuela: su “gobierno de calle” y trabajo en equipo, tiene estilo propio y ritmo insospechado: nos ha lanzado, con retardo pero con fuerza, contra la corrupción y la inseguridad. La Presidencia le tocó a Maduro, por decisión de Chávez y preferencia de la mayoría, pero además le está siendo refrendada por el odio del Imperio y la burguesía parasitaria. Pero Nicolás no está solo para defenderse, porque Chávez nos dejó a todos (incluyendo opositores y opositoras) el destino de Venezuela, la paz y la prosperidad posible, el futuro de nuestros “niños, niñas y adolescentes” a quien queremos ver estudiando y de nuestros mayores, a quienes no queremos ver hurgando en la basura, como en España o los Estados Unidos.
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Como Maduro no es infalible, se equivoca: inauguró su gobierno con un catolicismo beato, pajúo, diferente al pujante ecumenismo y cristianismo socialista de Chávez. NicoláslLlegó a decir que “ser bolivariano es ser cristiano”, excluyendo de alguna manera a musulmanes, budistas, judíos, amén de santeros, agnósticos, ateos y afines. Todo este circo con olor a incienso comenzó a la partida del Comandante, cuando nos enteramos por los medios oficiales que Chávez era “bondadoso”, “bueno con el pueblo”, “amaba a los pobres” etc., como si nuestro gigante universal de humanidad y justicia pudiera rebajarse a la caridad y los buenos sentimientos. Peor aún, en Roma, nuestro primer Presidente Chavista, que esperábamos “sugiriera” al Papa controlar a Urosa Sabino y su jauría episcopal y prohibirles conspirar y triangular dinero, le “ruega” a Pancho que canonice al “buen rascista” José Gregorio Hernández, cuyo mayor mérito para ser santo popular es que el pueblo lo ama, y que los curas lo odian porque carece del sello de garantía de la franquicia vaticana y no tiene cuenta corriente espiritual en el Ambrosiano.
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Más aún, nos dijo Maduro que le contó al Papa que Chávez, en sus últimos días, cumplía algo así como “votos de pobreza y humildad” (ni que fuera Arístides Calvani el genocida de El Salvador) y era una especie de “franciscano”… insultante comparación que nos evoca a Miroslav Filipovic, el franciscano monje degollador del muy católico campo de concentración de Jasenovac, donde los obispos y los curas asesinaron a seiscientos mil hombres, mujeres, ancianos y niños con una crueldad que espantaba a las SS.
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Sin hablar del exterminio “por la gracia de Dios”, de millones de americanos originarios, En Mayo del 2007 al Papanazi Ratzinger (Benedicto XVI) se le ocurrió decir en Brasil que la Iglesia católica no alienó las culturas precolombinas ni impuso una "cultura extraña", y Chávez públicamente le exigió que se disculpara con los indígenas de América por haber negado "el holocausto", como en efecto lo hizo el Pontífice (a medias como ellos hacen lo bueno) diciendo que la "gloriosa" evangelización no puede olvidar "los sufrimientos y las injusticias infligidas por los colonizadores a las poblaciones indígenas". En esa ocasión el Comandante Supremo se preguntó: “¿"Será por eso que la Iglesia católica cada día pierde más creyentes?" y se respondió: "Yo creo que es por eso"…
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Por eso me resisto a creer que no vamos a tomar el cielo por asalto (o “a paso de vencedores” quien prefiera el orden cerrado) sino a subir de rodillas ensangrentadas por las gradas del Vaticano, pidiendo perdón por nuestros pecados de izquierda, confiando en que en esa posición los curas nos tomen por niños y nos concedan la atención paternal de su pedofilia.
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Cierto, el Vaticano es pieza clave del juego geopolítico mundial, en la rivalidad entre Estados Unidos y Europa, como se vio en 1982 con las 8 visitas al Vaticano del director de la CIA Vernon Walters (Irán 1953, Brasil 1964, Chile 1973) para contrabandear millones de dólares a Polonia y derrocar al gobierno, todo dentro de la colaboración estratégica del Vaticano en el sistema capitalista global liderado por EEUU, la mayor alianza secreta de todos los tiempos. O, al contrario, con la insurrección zapatista de Chiapas, auspiciada por los obispos alemanes para fregar a Washington, que estalló el 1º de enero de 1994, justo cuando entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
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Cierto, la élite gringa, predominantemente protestante, ve con malos ojos al catolicismo y lo ataca cada vez que puede. Los juicios por pedofilia en EEUU y películas como “El Código Da Vinci” fueron golpes mediáticos en ese conflicto sordo, tal como la elección de un Papa latinoamericano lo fue en una Latinoamérica que contiene la mitad de los católicos del mundo. Los países progresistas de la Patria Grande tienen mucho que decir y hacer en ese juego…
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También es cierto que la política exterior es materia reservada al Presidente y a su Canciller: Chávez dijo que hablaría con el diablo si fuera necesario, y por lo visto Maduro está dispuesto a hablar con Dios o con el titular de su franquicia. Yo no tengo vela en esos cónclaves y no voy a ser “más papista que el Papa”. Pero es mi deber señalar que la Iglesia tiene su propio tiempo, anda de lado como el cangrejo, y en su movimiento de pinzas la derecha siempre es la más fuerte.
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Así como una ley no escrita dice que “los revolucionarios nunca deben jugar a los espías con la policía”, otra dicta que “no se debe jugar a la religión con el Vaticano”. Recordemos a Maisanta: la revolución es asunto de “nunca pactar por arriba”, ni siquiera con el Altísimo.
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Un grito a tiempo es mucho cuento, y sino que lo diga Abraham, a quien Yavhé ordenó degollar y carbonizar a Jacob, su hijo amado, sólo para detenerlo en el último momento. El Yahvé de entonces se la daba de jodedor, hoy es más serio que una Uzi y escribe con fósforo blanco sobre la carne mínima de los niños palestinos. Pues, como él, en materia de religión, gritamos: “¡Detente Nicolás! que te condenas…”
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A imagen y semejanza de Dios, yo soy ateo pero, como marino, devoto de la Virgen del Valle, Yemayá o como se llame el principio femenino de las aguas: las diosas me han salvado de las tormentas y las calmas, de los fríos inviernos y los largos veranos. Soy ateo, pero si Nicolás se nos vuelve beato, si se equivoca en asuntos espirituales, digo: “Dios con coja confesados”.