Voz del pueblo

Estamos de nuevo ante el conocido cuadro previo a cada una de las justas electorales realizadas durante el proceso bolivariano, y ninguna novedad.

Las ejecutorias de quienes se han arrogado con mayor audacia la dirigencia de la oposición han casi agotado la capacidad de asombro de los venezolanos de conciencia sana. Compinches o descendientes directos de quienes establecieron y manejaron el perverso cuadragenio blanquiverde, han convertido la palabra democracia en coartada de todos los delitos políticos y comunes derivados, con prescindencia de zarandajas tales como integridad, probidad y vergüenza.

Su prontuario, a la vista del tribunal más importante después del divino, el del pueblo, empequeñece el de cualesquiera generaciones de políticos de clases dominantes en la historia del país, salvo el de sus inmediatos ascendientes, con quienes se equiparan. Sigue pendiente la vindicta de la justicia ordinaria.

Preciso es repetirlo siempre para clavarlo en la memoria de quienes vienen por ahí:

Ello(a)s no vacilaron en crear la “justificación” para un golpe de estado, exacerbando males sociales provenientes del pasado, mintiendo sobre todos y cada uno de los pasos del Gobierno, satanizando al presidente Chávez como ahora al presidente Maduro, desatando una alienante campaña mediática de odio que ha producido la disociación psicótica de buena parte de las capas medias.

No vacilaron en lanzarlo “poniendo los muertos”, con frialdad criminal no vista antes entre nosotros, y en instaurar un régimen (afortunadamente efímero, gracias a la unidad civil-militar) que en cuarenta y siete horas barrió todo vestigio de derecho y asomó la faz atroz del fascismo.

No vacilaron en agredir la arteria vital de la nación, el petróleo base del sustento de todos, ocasionando pérdidas y retrasos milmillonarios que aún afectan nuestro desarrollo.

No vacilaron en realizar sabotajes, guarimbas y otros actos de terror, e introducir asesinos mercenarios extranjeros para atentar contra venezolanos.

No vacilaron en considerar el magnicidio y propiciar la ocupación de la patria de Bolívar por un ejército imperial.

Ello(a)s no ceden un ápice a la razón, aunque tratan de jugar con mano zurda. Se inscribieron para las elecciones de diciembre, pero siguen descalificando al árbitro y al sistema blindado que dirige, preparándose para gritar ¡fraude! o para retirarse con propósito desestabilizador, intentando desatar agresiones que causarían dolor y muerte antes de ser barridas por la indisoluble entente bolivariana Pueblo-Gobierno-Fuerza Armada.

Ninguno de ellos se pronuncia contra las reiteradas intenciones magnicidas denunciadas, así como, ni de vaina, contra la legalización de la tortura y la quiebra democrática en EE. UU.

Ello(a)s no tienen una sola palabra positiva para el país, para el porvenir, para la justicia social, para el desarrollo soberano, para la unidad continental que nos hará fuertes y libres.

Ello(a)s siguen chapoteando, con impúdica complicidad mediática, en los males sociales heredados más los por ello(a)s añadidos (corrupción y delincuencia inherentes a la sociedad de explotación, servicios recurrentemente fallidos, burocracia consustancial con el aparato estatal cuartarrepublicano recibido y todavía no superado, carestía y desabastecimiento inducidos, etc.). Y aunque chillen, sólo este gobierno puede vencer esos males y está avanzando en el camino correspondiente, que es, por supuesto, largo; puede porque su base es el pueblo y únicamente el pueblo organizado y consciente, ejerciendo su control y marchando hacia una sociedad educada en los valores patrióticos y éticos y en el sentido del deber social, sólo pueblo y gobierno consustanciados, serán capaces de erradicarlos.

Lo más grave de esa infamia apenas esbozada, lo que sobrecoge el ánimo y la decencia, es que todo ha sido acometido y se acomete para servir a una oligarquía insaciablemente depredadora e inepta y a sus amos imperialistas, que tras un siglo de saqueo e imposición de gobiernos sumisos y antipueblo, no aceptan la soberanía y autodeterminación de nuestra patria y pretenden seguir esquilmando sus riquezas, su petróleo y sus recursos minerales, hídricos y biológicos.

¿Se equivoca el pueblo cuando aplica a esa conchupancia de politiqueros –algunos perseguidos por las voces de revolución y esperanza que una vez lanzaron–, epítetos como “desnacionalizados”, “apátridas” o “cipayos”? Voz del pueblo, voz de Dios.

Voz que el 8 de diciembre producirá de nuevo una contundente victoria revolucionaria.


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Freddy J. Melo


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