Llevo más de diez años leyendo, subrayando y analizando los artículos de opinión de la contrarrevolución venezolana. Tarea prolija y fastidiosa, en ocasiones divertida, seguir el deterioro de una generación de intelectuales inorgánicos y “periodistas” de derecha. Útil para estudiar tendencias, detectar y denunciar campañas, descifrar las ideas más perjudiciales para ellos mismos y difundirlas al interior de la oposición.
En la página 10 de El Nacional del domingo 10 de noviembre de 2013, hay tres autores que llaman mi atención: el señor Pedro Llorens (cuyo único “mérito” es parecerse a Uribe Vélez en la foto que acompaña sus textos) delira sobre “Quienes perseguían comunistas por su cuenta, sin seguir órdenes de gobierno alguno y los inmolaban en Teatros de Operaciones…” justificación estúpida de los crímenes del Puntofijismo, y afirma que “al funcionariado se le recomienda tomar whisky en vasos de cartón porque todo lo quiebra”; o el eminente epidemiólogo contagiado de estupidez Nicolás Bianco, quien nos hace saber que “Hoy, el 82% de esa población (venezolana) es pobre en estado de continuo empobrecimiento”, nos recomienda “Evidenciemos ante el mundo entero que la dictadura no tiene base popular. Que no tenemos un gobierno verdadero y legítimo. Que la dictadura sólo se mantiene por la represión, la censura y el agravamiento del hambre, la corrupción y el crimen”, y concluye “Que la histeria parlamentaria apruebe la habilitante cuando quiera. No les servirá de nada”.
Pero la razón y título de estas líneas viene de “El Insulto”, artículo de Milagros Socorro, variación sobre el “te maté el hambre”, antigua injuria de rico contra pobre que descalificaba más al autor que a la víctima, y que Socorro atribuye a Nicolás Maduro para ella “sin querer queriendo”, rebosante de desprecio y odio, escupírsela al pueblo venezolano “incapaz de hacerse cargo de sus necesidades más básicas, pedigüeño, arrastrado ante la mano que le da de comer”. Según misia Milagros, el Presidente “escarnece a sus seguidores de tener comida porque se las da la cúpula gobernante, y los trata de estúpidos al insistir en la operación fraudulenta de atribuir la escasez a unos comerciantes cuya meta en la vida no es vender”.
De creerle a Socorro (y sus lectores le creen porque hace mucho se divorciaron de Razón y viven con Fe) Venezuela nunca importó comida y ahora “lo que en verdad ocurrió (es) que el gobierno de Chávez expropió fincas, industrias y, en general, muchas unidades productivas; y con ese robo impidió que el país produjera alimentos y productos de consumo básico”. Eso, según la doña, “castigó a los productores y trabajadores de Venezuela, mientras se ha favorecido a los de Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, a quienes nadie les mata el hambre porque para eso trabajan y tienen compradores para sus productos”. En cambio, aquí “A los pobres les destinan bolsas de comida de la peor calidad, los someten a colas, a humillaciones sin cuento, para que tengan algo que comer en sus casas”: nada importa que los organismos de las Naciones Unidas digan todo lo contrario, esta es la versión del mundo de moda en la oposición y, en este caso, además, una versión con filtro de la tesis racista de Beatriz de Majo sobre de los venezolanos flojos y bebedores de aguardiente. Porque Maduro, escribe Socorro, “Quien les dice que tienen comida gracias a quien les mató el hambre, también les está diciendo a los borrachines de la Asamblea, por ejemplo, que tienen miche por la misma clemencia”. Y Socorro termina con este escupitajo: “¿qué sienten cuando les enrostran que les están matando el hambre?”
No quisiera replicar con injurias este insulto al pueblo bolivariano aunque, si a criollismos vamos, Milagros Socorro es una lambucia. Tampoco pienso reemplazar a la realidad que, desde 2002, hace tan buen trabajo desmintiendo a ésta y otros palangristas de El Nazional. Me limitaré a señalar que la burguesía y sus empleados llevan muchos años haciendo el ridículo, gastando dinero gringo en sus campañas y conspiraciones, sin por eso estar un milímetro más cerca a la hegemonía perdida. Pero cada año tienen algo para entusiasmarse, esta vez el resultado de Abril. ¿Que si pueden ganar elecciones y llegar a la Presidencia? Difícil pero posible, y aún así, para la revolución sólo sería una batalla en la larga guerra que apenas comienza. No volverán, y si vuelven no pasarán. ¿Cómo lo sé? Justamente leyendo estos textos cargados de odio y profundo desprecio, sentimientos sobre los cuales construyen la filosofía política de su gobierno imaginario.
En asuntos de alta política la odiosa misia Milagros aporta poco porque la vejez no le ha traído lucidez sino amargura y su deterioro está muy avanzado: recuerdo que en 2002 escribió un buen reportaje sobre la primera marcha de los escuálidos por el centro de Caracas el 23 de enero (los estaban entrenando para el 11 de abril) donde relataba el evento como página de sociales… pero un año después ya hablaba del “terror” de Chávez, que (explicó a una colega francesa) consistía en no saber, en sus viajes al exterior, si sus tarjetas de crédito funcionarían. Después fue siempre “cuesta abajo en la rodada”, con un último relámpago de dignidad en 2005 cuando le enrostró a María Corina Machado el haberse fotografiado “de manitos agarradas con Bush, el mayor promotor de la guerra que haya conocido la humanidad. Qué triste. Qué gran idiotez”. Claro, entonces María Corina era sólo la millonaria pavosa de Súmate y no, como hoy, la jefa de Milagros Socorro en la MUD.
¿Qué obscenos fantasmas pueblan el alma de quien insulta a un pueblo? Para entenderlo hay que saber que esta detractora de los venezolanos no es oligarca ni burguesa, sino empleada de quince y último, y que también insulta a la literatura: la editorial Alfaguara (Grupo Prisa) le publicó “El abrazo del tamarindo” que una crítica llamó “esmirriada novela, de esmirriados capítulos, un poco más de cien páginas” donde relata, en primera persona, “la historia de una muchacha que traba una amistad con Liduvina, una empleada colombiana que ha servido en su hogar durante años. Con ella, la joven protagonista no sólo conocerá los secretos de San Fidel de Apón — pueblo fronterizo, de la Sierra Perijá—; también descubrirá su feminidad, su sensualidad y mucho más: entregará su virginidad a un peón colombiano de confianza como condición para entrar en la orquesta de vallenato del pueblo”. ¿Argumento ridículo? La narrativa es peor: “las ratas, hambrientas, empezaron a rondar mi cama y el escaparate donde mi madre permanecía recluida (…) Por mi parte, carecía de las fuerzas necesarias para ahuyentar los animales y los veía sostener encarnizadas pugnas por un pedazo de plátano podrido o una mazorca enteca; luchaban con tal furia que su sangre me salpicaba la cara y los brazos”. Costumbrismo de utilería, horror kitsch con sangre Ketchup, lo define la crítica. Igual que sus artículos de opinión.
Conclusión sobre la insultadora: del abrazo del tamarindo al beso de la chayota, Milagros Socorro es, en todos los sentidos de la palabra, mala.