Por lo general, los hitos de la historia están marcados por las equivocaciones de los pueblos o las de de sus gobernantes: se equivocaron los persas al pretender dominar el mundo, lo mismo ocurrió con los emperadores romanos; de manera semejante los mongoles, así mismo los emperadores japoneses quienes sometieron una gran parte de Asia. No podemos dejar de lado al rey Fernando VII quien tuvo una mala apreciación sobre los movimientos emancipadores de América y de la bizarría de sus Libertadores. Imposible dejar de lado las majestades de las monarquías europeas en su pretensión de subyugar por una eternidad América, Asia, África y Australia; ellos también erraron el tiro. También desacertó Napoleón, al igual que Hitler, en sus “presumidos derechos” de poner el mundo a sus pies. Aunque pareciera una blasfemia, también Dios desatinó al sacrificar a su hijo para que viniera a la Tierra a redimir a la humanidad; al final, los hombres siguieron iguales y nunca se redimieron. Un holocausto innecesario.
También erró su camino Harry Truman al lanzar dos bombas sobre dos ciudades de Japón. Y qué decir de los deslices de Nixon, en su papel de espía en el caso Watergate, al igual que hoy lo hace Obama en el ámbito internacional. Algo en mi entendimiento puja para que no olvide a Kennedy al invadir a Cuba, una tremenda pifia al creer que el pueblo cubano no iba a defender su gobierno revolucionario. Se equivocó la Curia y los papas con la Inquisición y la alcahuetería a los curas pederastas. También se pasó de listo el presidente francés Valéry Guiscard D`Estaing al apoyar la revolución islámica del ayatolá Jomeini; al gobernante galo el tiro le salió por la culata. Tampoco dieron pie con bola los gobernantes norteamericanos al apuntalar descaradamente los dictadores centroamericanos, suramericanos, africanos y asiáticos. Metieron la pata los directores de la CIA y el Departamento de Estado Norteamericano al impulsar el golpe de estado contra Salvador Allende. Calculó mal el presidente soviético Brezhnev al invadir Praga y falló Gobarchov, quien acabó con el equilibrio del mundo. Como puede ver estimado lector, pareciera que los gobernantes no se cansan de acumular desatinos. La historia de los pueblos también es la historia de las equivocaciones.
Venezuela no quedó exenta de tales traspiés y el que perdurará por muchos años es su separación de la Gran Colombia: una infausta equivocación de Páez, quien jamás tuvo la visión premonitoria del Libertador. A raíz de este rompimiento los yerros, tantos de los pueblos como de los políticos, continuaron. ¿Qué mayor desacierto que la de los venezolanos al permitir que la democracia puntofijista se mantuviera durante cuarenta años? Por fortuna, la única manera de aprender es sobre los errores cometidos. Si no hubiese sido por tales tropezones no hubiese llegado mi comandante Chávez a la dirección de la Revolución Bolivariana y Socialista.
Pero quienes merecen un premio por acumular puntos por errores cometidos es la oposición de la derecha venezolana, coaligada con la oligarquía apátrida: se equivocaron al menospreciar a Hugo cuando se lanzó a la cruzada electoral. Se extraviaron al desmerecer el pueblo pobre que llevó a mi comandante a la jefatura de gobierno, pifiaron de lo lindo al decretar la huelga petrolera y en su participación en el golpe de estado. Se pasaron de listo en los saboteos económicos, financieros y de los servicios eléctricos. Desacertaron sobre la apreciación que tuvo el pueblo sobre las muertes causadas por la huelga de las refinerías de crudo, distribución y venta de gasolina, de los asesinatos por la explosión de los tanques de petróleo en Amuay. No fueron culpa de Chávez sino consecuencia del saboteo de la derecha. Fallaron con la escogencia de su candidato presidencial que trajo como consecuencia la muerte de catorce venezolanos inocentes; simplemente por la malcriadez o un arrebato de ira (arrechera) del señorito.
No cabe duda, hoy Venezuela es otra y Hugo nos mostró la necesidad de no incurrir en nuevas equivocaciones. En ningún momento la oposición de derecha y neoliberal le ha entregado al país un plan que incluya a los menesterosos de siempre. Para la oligarquía amarilla toda su programación apunta hacia el crecimiento y envilecimiento de sus empresas, por desgracia, no empresas productivas sino importadoras que viven de los dólares de la renta petrolera.
A manera de información: en el año 1950 Venezuela tenía cinco millones de habitares y actualmente tiene treinta millones. Es decir en 63 años la población se multiplicó por cinco. Si se mantiene esta tasa de crecimiento en el 2075 (un suspiro en el calendario) tendremos más de ciento cincuenta millones de venezolanos con necesidades de salud, escuelas, liceos, universidades, hospitales, viviendas, alimentos, parques de recreación, servicios de agua y electricidad, vías de comunicación, entre otras necesidades. Para enfrentar tal reto es necesario la confluencia de numerosos venezolanos en un gran proyecto con miras a la conformación de un país potencia y no la de los propósitos de unos oligarcas que tienen por cerebro una máquina registradora y por corazón, solamente un trozo de carne.
Nadie puede negar los avances de la revolución. Solo mi comandante Chávez ha presentado un plan de gobierno con visión de futuro y no un programa para el enriquecimiento personal o de una clase social. Ciertamente, este Plan de la Patria no puede quedar en un papel, para el logro de sus objetivos se tiene que trabajar en conjunción con el engranaje gubernamental nacional. El movimiento de la rueda mayor contribuye a que las más pequeñas hagan su trabajo, pero para que todo el mecanismo marche con uniformidad tiene que funcionar a la perfección y con impecable coordinación. Así debe andar la patria: el presidente, los gobernadores, los alcaldes, las comunas y el poder popular, este último el gran protagonista de la democracia participativa y protagónica, todos como uno solo gobierno.
El 8 D se realizará las elecciones de alcaldes y concejales, antes de marcar el voto piensa en el país, en tu familia, en la renta petrolera y la distribución de la misma. Durante la cuarta república se utilizó únicamente para el beneficio de una cáfila de apátridas que actualmente tienen sus dólares depositados en bancos extranjeros y en los paraísos fiscales. Contrariamente con lo ocurrido en los últimos catorce años. Es imposible negar los logros de la revolución mediante la distribución equitativa de los bienes provenientes de las riquezas de la patria. Hacia donde se dirija la vista se vislumbra la impronta de Hugo: módulos de Barrio Adentro, universidades, simoncitos, canaimitas, CDI, cable tren, metro cable, PDVAL, MERCAL, mercalitos, farmacias y comedores populares, nuevas rutas de metro, aeropuertos remozados llenos de vacacionistas, digna pensión de seguro para la tercera edad, cardiológico infantil, renovación de hospitales, las misiones sociales, la misión Gran Vivienda Venezuela, las comunas, becas y residencias estudiantiles, sistema nacional de orquestas, recuperación del centro de Caracas, de otras ciudades y de la sala de teatros para el pueblo, la misión cultura, la inclusión en los proyectos de gobiernos de los antes excluidos (las mujeres, el sexo diverso, comunidades indígenas, los africanos descendientes, etc) entre tantos de los frutos materiales y sociales. No podemos equivocarnos, antes de votar piensa en todo esto y de seguro con nuestro sufragio ayudaremos al presidente MM a cumplir a cabalidad con el legado dejado por Hugo.