La 18ª victoria electoral del chavismo demuestra una vez más, y de manera desarmante para el oposicionismo, que la Revolución Bolivariana es el proyecto de acción política y visión de futuro de la determinante mayoría de los venezolanos.
Desarmante porque dejó sin fuelle el plan plebiscitario de hundir al país en la violencia, basados sus propulsores en la falsa apreciación de la realidad. Como siempre, por supuesto, pero ahora confiados en que no enfrentaban al líder imbatible sino a un novato débil y en que su nivel de votación sería suficiente para lanzarse a la aventura. De modo que un batido de fraude, llamado a Constituyente y declaración de la elección municipal como plebiscito, era el brebaje que pretendían hacernos tragar.
Pero la realidad, otra vez como siempre, se les devolvió para darles un tatequieto e introducir en su lenguaje un rasgo de temperancia. O, acaso, para darles una posibilidad a quienes de entre ellos quisieran sacudirse la férula del fascismo. Preciso estar ojo avizor. Mas hay en el alto Gobierno disposición de trabajar con quien esté presto a cumplir el compromiso adquirido y respetar la legitimidad democrática.
La victoria, grande pese a descalabros dolorosos, ha ratificado, amén de la pertinencia histórica del proceso revolucionario, el avance del pueblo en el terreno de la conciencia, su amor a Hugo Chávez y con él a Simón Bolívar, su reconocimiento a Nicolás Maduro como eficiente y digno sucesor del liderazgo.
La Revolución camina sobre la base de una obra de transformación tan contundente, que todo el poderío mediático de su enemigo, empeñado en negarla y tornarla invisible, no ha podido hacer mella entre las multitudes antes excluidas y silenciadas, hoy dueñas de participación y protagonismo y sabedoras de lo que existe y se construye, porque sus manos están en el centro de la obra. Camina con una guía de engrandecimiento multifacético, de liberación nacional y social, el Plan de la Patria creado por Hugo Chávez, enriquecido en numerosos debates populares y ahora convertido en Ley de la República.
El pueblo, ya está dicho, que experimentó saltos de conciencia gracias a la capacidad comunicadora del inmortal Comandante y a las enseñanzas de la praxis revolucionaria, subió un nuevo tramo al comprender que puede marchar triunfalmente sobre el dolor y las tumbas, pues reside en sí mismo la esencia de sus posibilidades de liberación; y que como dice el eximio presidente Rafael Correa nadie es indispensable por muy grande y amado que sea, y siempre en circunstancias cruciales surgirá el dirigente necesario.
En cuanto al amor y la gratitud, serán permanentes y contribuirán al fortalecimiento del espíritu y la capacidad de lucha. Como es la experiencia suprema con el Libertador, ahora con su continuador Hugo Chávez y siempre con los diversos forjadores de la nacionalidad.
Nicolás Maduro demuestra cada día que la subestimación con que lo recibió el oposicionismo es un error tan garrafal como el que dispensaron a su antecesor y maestro. Avanza con seguridad por el camino trazado, aplica creativamente las enseñanzas recibidas y pone acento propio en la acción.
El Gobierno de Calle, la contraofensiva dirigida al corazón de la guerra económica, los cinco puntos fundamentales que plantea para iniciar el venidero año, son expresiones anunciadoras de un cambio en el contenido de clase del Estado. Y la valoración que de su nuevo conductor hace el pueblo ha sido determinante en el magnífico triunfo electoral obtenido.
Triunfo, sin embargo, con lamentables fallas, derivadas de errores de los cuales, así lo ha señalado el Presidente, también hay que aprender.
En mi modesta apreciación me atrevo a recalcar tres que muchos compatriotas han mencionado: las rupturas de la unidad, por supuesto, las más de las veces por individualismo antirrevolucionario; las candidaturas con inri o señalamientos de corrupción no despejados; el dedo escogedor, que debe ya salir de escena pues perturba el desenvolvimiento de la democracia participativa y protagónica. ¡Hasta la victoria siempre!