Obesidad globalizada

Algunos lectores pensarán que soy un obsesionado al endosarle al capitalismo globalizado una gran parte de los problemas de la humanidad, entre estos la pobreza y la obesidad. Ciertamente ninguna de estas emanan de una condición natural y mucho menos constituyen una virtud; la primera es consecuencia de la desigualdad en la distribución de la riqueza y la segunda, un desbalance en consumo de alimentos. Quienes conocen las grandes ciudades de EE.UU se asombran de la cantidad de personas con problemas de exceso de peso, al igual que en algunas urbes europeas, algo que no sucede en las tribus alejadas de las llamada “civilización”. Tuve la oportunidad de viajar a ciertos poblados de la China y advertí, para mi sorpresa, que la gordura no está entre los padecimientos de la sociedad oriental. Lamentablemente los venezolanos no estamos exentos de esta epidemia. Es alarmante la frecuencia con la que se ven  niños, jóvenes y adultos caminado por las calles de la principales ciudades y porque no decir, en la playa, mostrando indiferentes la acumulación de grasa en su cuerpo. Si alguna duda se tiene sobre la relación del capitalismo globalizado y la obesidad siga leyendo.

En las antiguas civilizaciones los alimentos se consumían  asados y/o hervidos, al arribo de la revolución industrial en Inglaterra y Francia, y luego que pasó a las otras potencias, los capitalistas descubrieron la posibilidad de empacar ciertos alimentos, enlatar otros y embotellar ciertas bebidas. Tal actividad no se hizo para proteger la salud de los habitantes, mucho menos para resolver el problema del hambre, sino para propiciar el consumo exagerado, así como también facilitar el trabajo doméstico. A partir de la industrialización se podía conseguir en los abastos, arroz, sal, azúcar, avena, granos, harina entre otros perfectamente empaquetados, así como también tomates, salsas, sopas, granos, hongos, palmitos, etc. envasados en latas, sin olvidar la dosis  química  para conservarlos. Del mismo modo se procedió con la leche, jugos, licores, gaseosas, entre tantos líquidos que se venden en el mercado embotellados con alto contenido de azúcar y aditivos químicos.

Son muchas las incitaciones que hace la publicidad para el consumo de alimentos, a tal grado que hacen de la comida y la bebida  un acto placentero y no un problema de salud. Una de estas instigaciones es la de beber líquido (agua, gaseosa, vino, whisky, cerveza, malta etc.) antes, durante y después de las comidas, con la idea de ayudar a bajar el bolo alimenticio. Craso error: al ingerir algún líquido antes, durante y después de la comida se debilita la acción de los jugos gástricos, que en verdad son los encargados de actuar directamente en la digestión de los alimentos. ¿Alguien ha visto a un perro, un gato, un tigre, un gorila o cualquier animal, bebiendo antes, durante y después de la ingesta? Los fabricantes de líquidos embotellados inventaron esta mala costumbre en perjuicio de la salud, simplemente para vender botellas de lo que sea.

Los asiduos a restaurantes saben muy bien que al sentarse frente a la mesa lo primero que le solicita el mesonero es la bebida que va a consumir. Inmediatamente se aparece el capitán y le ofrece el abreboca o antipasto o entremés; incontinente le entrega la carta con el primer, el segundo plato y por último el postre. De seguido después del café, para quienes consumen licor, un digestivo que le ayude a “triturar”  esa burrada alimenticia. ¿Quién carajo le ha dicho a los dueños de restaurantes que lo más indicado para una persona es engullir tres o cuatros platos que por lo general contiene mucha grasa y en algunos casos, exceso de carbohidratos (nata, mantequilla, aceite, arepa, pan, arroz, papas, tostones, etc.) ¿De dónde sacaron los dueños de restaurantes que los licores son digestivos, si el organismo tiene sus propios jugos gástricos encargados de tal función?

Aunado a lo anterior es frecuente ver en televisión una publicidad donde aparece algún actor, por lo general con exceso de peso, recomendado una cápsula después de una opípara comida para evitar que tal  comistrajo le caiga mal al glotón.  En verdad, la función de este personaje sería la de enviar un mensaje para impedir colmar el estómago con una cantidad de comida que para lo único que servirá será para engordar. Sencillamente los laboratorios tienen que vender los remedios y el actor, la agencia publicitaria y la televisión cobrar lo suyo. El pendejo, que se enferme.

En oportunidades leo en la prensa algunos “centros de investigación” recomendando dos copas de vino durante la comida, disque que tal bebida contribuye a aliviar los problemas de la tensión. Una operación de matemática elemental: dos copas de vino bien colmadas conforman media botella, al año equivale a ciento ochenta botellas de vino que el hígado debe procesar sin ninguna necesidad. Es más fácil alimentarse saludablemente, hacer ejercicios y obviar problemas cardiovasculares. Lo mismo ocurre con las gaseosas. Un vaso de refresco posee por lo menos trece gramos de azúcar, si se toma dos unidades una en el almuerzo y otra en la cena, al año se consumirán casi diez kilogramos de azúcar.  Los cuatro sobres de azúcar que inocentemente se vierten en el café mañanero equivale, a dieciséis  gramos (4 g por sobre), lo que anualmente representa casi 9 kilos de azúcar. Peor aún, sustituir la azúcar por los deletéreos edulcorantes que los fabricantes lanzan al mercado para hacerse más ricos y dañar la salud de los consumidores.

Ya es casi normal mirar a los viandantes por los caminos de la ciudad con una botella de agua en la mano en respuesta, al llamado de los fabricantes, de beber diariamente ocho vasos de agua, el equivalente a dos litros. Es fácil sacar la cuenta: el planeta tiene siete mil millones de personas, con la calculadora que tiene su celular contabilice si sólo el cincuenta por ciertos de los terrestres cumpla con tal llamado. En verdad no es un problema de salud, sino puro mercantilismo.  

Sinceramente los industriales se la ingenian para sacarles el dinero a los tontos.  La noche antes de un maratón es común la llamada cena de la pasta, dado que esta es una “buena fuente de energía”. Anualmente, en las mayorías de las capitales del mundo se suelen correr esta gesta, es decir casi quinientos mil corredores deben devorar por lo menos un cuarto de quilo de dicho carbohidrato, esto se traduce, más o menos, en ciento veinticinco toneladas de trigo al año. No es mala la ganancia. En Venezuela tenemos una fuente energética muy buena, la yuca, pero lamentablemente, nadie en nuestro país promueve la cena de la yuca antes de una competencia de tanto riesgo como es un maratón.

Cada vez que asisto a un automarcado reviso los pasillos y los anaqueles. Con asombro advierto que más del sesenta por ciento los productos que se exhiben no son alimentos y peor aún, productos perjudiciales para la salud. Por ejemplo: eliminaría las gaseosas, los alimentos enlatados y embotellados, las galletas que para lo único que sirven es para engordar, las chucherías que contribuyen a la obesidad de los niños, los cereales empaquetados en cajas (Kellogg y otros) que solo los fabricantes saben qué contienen, los embutidos de alto contenido de sal y nitritos entre tantos de los productos que sólo contribuyen al enriquecimiento de los industriales. En este último renglón también excluiría los perjudiciales paquetes de aluminio que contienen papitas, doritos, cotufas, yucas fritas, tortillas, entre tantas bazofias que ofrecen estos llamativos empaques. Es tanto el problema, que innumerables jóvenes dejan de consumir una comida sana y sustituirla por el contenido de estos comistrajos.

Para finalizar, la obesidad y como consecuencia,  evitarla y corregirla por medio de una alimentación balanceada, es un problema del gobierno tal como lo ha asumido el presidente MM. Este debe resolverse a través de una educación adecuada dirigida primero, a los padres, a los maestros (as), los profesores (as) que no están al tanto de las ventajas de una alimentación balanceada y sana. De seguido, hacerles llegar a los niños y jóvenes el currículo conveniente para que mediante el aprendizaje continuo erradicar este peligroso flagelo. Niños bien alimentados en el futuro se transformarán  en jóvenes y adultos saludables y seguramente, en ancianos con menos achaques. Propiciemos una alimentación basada en los productos cultivados y criados en país y evitemos que las industrias de alimentos procesados y laboratorios transnacionales se enriquezcan a costa de la salud de los venezolanos.



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Enoc Sánchez


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